La ciudad es un escenario sin fronteras para los músicos. Un artista que toca su acordeón, guitarra o violín con la funda abierta en el suelo no es que sea lo común, sino que es la norma en las zonas céntricas más pateadas por locales y turistas. Pero en esas calles también hay vecinos que se asfixian con las mismas melodías en bucle dentro de sus hogares .
La música callejera non-stop es incompatible con la vida de barrio. Cuando el transeúnte escucha una canción escasos segundos, de camino a otro sitio, el inquilino que vive dos pisos más arriba ya la ha oído cinco veces esa misma mañana.
La revisión de la normativa ZPAE (Zona de Protección Acústica Especial), que también ha puesto coto a las terrazas de los bares, ha vuelto a tomar partido a favor de los vecinos por cuyas ventanas se cuelan conciertos indeseados a cualquier hora del día.
Por eso se ha prohibido tocar en algunas de las calles-escenario más cotizadas, como Fuencarral, la plaza del Dos de Mayo, la de Santa Ana y la calle Mayor. Quienes desafíen la restricción serán multados y, si llevan un amplificador, les será requisado de forma temporal.
Los músicos callejeros deben ajustarse a partir de ahora a ubicaciones y horarios determinados impuestos por la normativa. En las zonas autorizadas se permite tocar de 10:00 h a 22:00 h (23:00 h en verano), excepto entre las 15:00 h y las 17:00 h. Las zonas residenciales tienen horarios más estrictos y complejos.
Además, se ha puesto remedio a la pesadilla comunitaria de la melodía sin fin: un músico solo podrá estar dos horas en un mismo sitio, y solo una si se sitúa en una zona residencial. Si no hay silencio completo, al menos habrá variedad de temas.