Objetos Perdidos es el limbo terrenal donde mora casi todo aquello que un día se extravió y nadie se molestó en recuperar. Ese pálpito súbito que nos atraviesa, el grito amortiguado al palpar el bolsillo, la regresión forzada, mental y física, al sitio donde lo desaparecido fue visto por última vez… ¿Por qué el pánico nunca nos lleva a la oficina cuyo único cometido es guardar las cosas que pierde la gente?
Aunque nos dé esa sensación, la Oficina de Objetos perdidos no es un almacén infinito y de vez en cuando subasta sus hallazgos para hacer sitio, en un ejercicio municipal de la filosofía Marie Kondo.
En estos momentos se disputa una puja online por más de 460 dispositivos perdidos, encontrados y puestos a la venta. Para verlos y participar solo hay que meterse en esta web y pasear por las páginas como si de un catálogo de electrónica de otra época se tratara.
Es entrañable, y un poco lacrimógeno, ver cuántos iPods del año de la polca se separaron de sus dueños para no volver a unirse nunca. También hay móviles a los que solo les falta el lápiz táctil para convertirse en artículos vintage.
Mejor no dejarse envolver por la nostalgia y afilar el sentido práctico: es un buen momento para hacerse con una cámara de fotos de alta gama o sustituir nuestro viejo ordenador por otro… tal vez incluso más antiguo.
Para quienes se hayan ofendido desde la primera línea, aclararemos que los objetos subastados nunca fueron reclamados en los plazos pertinentes. Estos periodos varían en función de la oficina que los recoja (la de taxis, la de autobuses, la de metro…) y consideramos que son bastante generosos (se pueden consultar aquí).
Se nos acelera el corazón solo de pensar si esos ancianos iPods guardarán, como un diario, la música favorita de quienes los poseyeron; o qué imágenes esconderán las memorias de esas cámaras. Tal vez la curiosidad eterna por observar al otro, perdón, el ansia de cotilleo puro y duro, nos lleve a hacer nuestra puja.