No nos merecemos el periodismo de verano: becarios escribiendo cosas de las que no tardarán en avergonzarse, la prima tercera de Irene Montero encabezando un entrecomillado, una reseña del libro de Orgullo y prejuicio que se basa en la película y, en medio de este páramo, reportajes de eldiario.es como agujas entre pajares.
El otro día Analía Plaza firmaba un reportaje que alteraba el orden natural de la oficina y levantaba chascarrillos en el Time Line de mi Twitter: “El oscuro secreto de los manolitos: los cruasanes más famosos de España son congelados y de fábrica”.
Analía Plaza había seguido la vida de los cruasanes y había visto que se gestaban en una fábrica de Cataluña, en Europastry. Europastry, pienso, sería como la cocina subterránea del capítulo de Los Simpsons en el que hay una feria gastronómica. En el capítulo, la cocina subterránea suministra el mismo plato a todos los puestos. Y en el caso de Europastry, la empresa suministra la repostería a Starbucks, Granier y a Manolo Bakes.
La indignación que genera el engaño pivota sobre dos conceptos. Uno, la mentira deliberada. Dos, la revelación de que no somos tan listos como nos pensábamos, la certeza de que desde que leímos el reportaje somos un poco más snobs y nuestro paladar ha perdido criterio por no saber diferenciar entre lo artesanal y lo prefabricado.
Creo, por cierto, que hay una importante salvedad entre el caso de los Manolitos y otros casos de impacto y esencia similar como el de las bacterias fecales en las tartas de Ikea. En el caso de los Manolitos –Dios me libre de que esto parezca un panegírico a Manolo Bakes–, no hay un riesgo en la salud. El problema, parece claro, es que hay un sobreprecio de influencia retórica: artesano, como eco o como natural, es una palabra preciosa que llama al dinero.
Al final, en cualquiera de los casos, es la historia de siempre, la de la picaresca y la tolerancia de la picaresca: este concentrado de caldo ahora lleva pollo de verdad; cierto producto de bollería lleva diez años siendo cada vez más tierno; otra marca de patatas fritas que se vendía como Artesanas y pasó a ser vendida como Artesancis; el anuncio de no sé qué zumos en el que una amiga hace el paripé de usar la licuadora para preparar un zumo que ya estaba hecho; y nosotros yendo a la misma discoteca viernes tras viernes aunque sepamos que esa marca premium es garrafón.