63 metros de altura, 21 pisos, 156 viviendas y un boquete en el centro que hace que las personas más figurativas lo llamen El Donut. El Mirador de Sanchinarro pertenece a esa categoría de cosas que nacieron con un nombre, pero terminan por ser conocidas del modo en que le llama la gente. El nombre original y el apodo, en cualquier caso, nacen en su peculiaridad: el espacio sin edificar. Desde él se puede ver (en un día despejado) la Sierra de Guadarrama. Por eso lo de El Mirador.
Un edificio (obra de la arquitecta Blanca Lleó) cuya importancia se puede medir con las mismas herramientas que se usan para medir la trascendencia de una persona: tiene una entrada en la Wikipedia. Y ahí es definido como “un edificio de arquitectura posmoderna”.
El epíteto postmoderno es acertadísimo. El interior del edificio es toda una antología de distintos acabados, una oda al pastiche que refuerza la idea de la postmodernidad y también una acumulación de barrios en un mismo edificio. Al menos de forma figurada, claro, el Mirador de Sanchinarro es una ciudad vertical y los colores diferenciados de hasta zonas crean la ilusión de que el edificio funciona como metáfora de ciudad: con calles, con plazas, con barrios.
El Mirador de Sanchinarro enamora y genera repulsión a partes iguales. Tan pronto te lo encuentras en una lista de The Telegraph que recopila los edificios más feos del mundo como te lo encuentras en una lista de construcciones más interesantes de 2005 elaborada por el MoMa. No hay término medio.
2005 fue el año de su inauguración y los años siguientes fueron los de las críticas. Primero, por el violento contraste con los edificios de la zona. Después y más importante, por las críticas de los propios vecinos que en un reportaje de El Mundo de 2007 señalaban que “aquí cuando corre el viento, el aire se cuela por los enchufes, por los falsos techos… No hay manera de impedir que se escape el calor”. Ese mismo reportaje lo cerraban las declaraciones de otro propietario que indicaba que: “este edificio está hecho para mirarlo no para vivir”.
El buzón (electrónico o físico) del estudio holandés MVRD, encargado de la ejecución del edificio, se llenó de denuncias y quejas que se fueron subsanando con el paso de los años.
Elia Canosa Zamora en su texto El espacio público abierto y el paisaje urbano de Madrid lo define como una “proeza tecnológica que sustituye la presencia y el acondicionamiento del espacio publico tradicional”. Es decir: como un ejercicio teórico alrededor de cómo podrían ser las ciudades.
Han pasado 15 años desde que se erigiera El Mirador de Sanchinarro y no parece que haya dejado una estela perseguida por los arquitectos en Madrid. Es interesante, en este punto, pensar este extraño edificio como una figuración condicional de lo que podrían haber sido las ciudades. Como una propuesta firme de lo que podría ser y no es.
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