Todos nos hemos criado comiendo sándwiches. Sándwiches y bocadillos, porque entiendo que no hace falta explicar que se trata de dos cosas diferentes.
Si algo caracterizó a los sándwiches es que, de alguna manera, consiguieron cubrir todo el espectro, llegar a todos los buches, sin distinción. Desde el conductor de autobús hasta el yuppie trajeado; en cualquier país, en cualquier barrio. El sándwich ha conseguido la comunión que no consiguieron ni Benetton ni Zapatero.
Hablamos del sándwich mixto, claro. Porque sándwiches hay muchos, pero «un sándwich» siempre significará pan de molde, jamón de york y queso. Todos lo demás serán sobreexplicaciones. O eso pensaba hasta que me vine a vivir a Madrid, tiempo ha, y descubrí el mixto con huevo. Desde entonces, el mixto con huevo es «el sándwich»; desde entonces, pedir otro sándwich en un bar de Madrid me parece tirar el dinero.
Hablamos del mixto con huevo hecho en plancha, con esa tapita hecha con vaso de tubo para que asome la yema, porque en la yema está la clave del misterio. Y no diremos que el mixto con huevo es patrimonio gastronómico exclusivo de Madrid, pero sí que en pocos sitios se da tan por sentado.
A nuestro sándwich le saldrán rivales. En Barcelona al mixto a secas se le llama «bikini», pero no deja de ser eso, un sándwich mixto que tomó prestado el nombre de una prestigiosa sala de fiestas barcelonesa. Y ya ha quedado claro que el mixto con huevo está muy por encima.
También se hablará de la francesinha, ese grotesco invento frankensteniano para el que necesitas jamón york, salchichas, mortadela y filetes de ternera, todo eso emparedado en pan de molde y rociado con queso gratinado y una salsa densa, a veces picante. Un abuso sobre el que la OMS aún no se ha pronunciado.
La última carta que jugarán los detractores del mixto con huevo será compararlo con croque-monsieur, esa versión con pretensiones de sofisticación made in La France. Porque, como cualquier otro pueblo de la tierra, los franceses enarbolan su gastronomía como un pilar más de su identidad nacional aun sin ser meritoria. El croque-monsieur lleva queso gratinado por encima y, a veces, salsa bechamel, y luego tienen el croque-madame, que lleva un huevo encima como si fuera un sombrero, de ahí lo de madame.
El croque-monsieur y el croque-madame exigen pasos prescindibles. Son versiones más exigentes de lo mismo, ideadas por aquellos que sacaron el acero a las plazas pensando que merecían más y mejor; pero todo el mundo sabe que los ingredientes de un sándwich van dentro del sándwich.
En ningún sitio he comido tantos mixtos con huevo como en la cafetería de la facultad. El mixto con huevo tiene todo lo que uno puede esperar de una comida sin grandes aspiraciones: es rápida, es económica y satisface. Dicen que fue el segundo favorito del mítico Palentino e incluso dio lugar a la fundación de la llamada Sociedad del Mixto con Huevo, auténticos entusiastas de esta joya del fast food cuando aún nadie sabía qué significaba esta perífrasis.