«¡Niñas, arriba!». Es marzo de 1885 y, al escuchar ese grito, cientos de cigarreras de Tabacalera abandonan su puesto de trabajo amenazando con destruir cualquier máquina a su paso. El motín, uno de los más conocidos de entre los protagonizados por este gremio de trabajadoras, se salda con «varios heridos y contusionados, una treintena de detenidos y la capitulación de las cigarreras bajo la aparente promesa de que, finalmente, no habrá máquinas».
Hace años que el oficio de cigarrera ha desaparecido –concretamente 22, con el cierre de la Fábrica de Tabacos–, al igual que lo han hecho algunos espacios del barrio íntimamente relacionados con su historia como la Freiduría de Gallinejas de Embajadores: testigo, en comidas y cenas, de la amistad forjada entre las trabajadoras de la fábrica (algo que sí ha sobrevivido al paso del tiempo).
También han sobrevivido al paso del tiempo otros muchos episodios similares protagonizados por mujeres de distintos oficios (verduleras, lavanderas, aguadoras, modistillas, telefonistas, castañeras o taquilleras de Metro), que desfilan ahora por las páginas de Fuimos indómitas. Los oficios desaparecidos de las mujeres de Madrid (La Librería, 2021).
Las indómitas
«La idea de escribir este libro surge cuando me paro a pensar qué sé de las mujeres que vivieron en Madrid antes que yo, en la ciudad en la que nací y en la que llevo viviendo 30 años. Y caigo en la cuenta de que son prácticamente unas desconocidas para mí», cuenta la periodista y autora, Victoria Gallardo.
Hoy, tras dos años de investigación y entrevistas, esas desconocidas han dejado de serlo para tener nombre y apellidos, como es el caso de Amalia Maroto –nieta de Pepa Fernández, castañera, y de Amalia Fernández, modistilla– o de Rosa Allegue –hija de Antonia Murcia Montero, una de las primeras telefonistas de España–.
Además de sus propios apellidos, a raíz del proyecto han ganado otro que las hermana entre ellas y con todas las protagonistas del libro –como mujeres y como obreras–, por el que incluso se han empezado a llamar unas a otras: ‘indómitas’.
Para Victoria era fundamental contar con testimonios de primera mano, para que fueran las trabajadoras y sus familias quienes contasen su propia historia: no quería ‘novelar’ sus vidas. Ese compromiso periodístico –consigo misma y con la memoria de las mujeres trabajadoras de Madrid– ha dado lugar a algunas ausencias en las páginas del libro, ante la imposibilidad de localizar casos reales de gremios como el de las piperas, las peinadoras o las planchadoras.
Rosa recuerda que su madre contaba algunos detalles curiosos de las pruebas para Telefónica, como que les medían la longitud de los brazos porque «cuanto más largos fueran más rápido podías hacer la conexión», pero también otros como que durante el franquismo a las telefonistas que se casaban las obligaban a dejar el trabajo.
Amalia, por su parte, incide en lo duro de las condiciones laborales de estos oficios, con jornadas maratonianas, salarios muy bajos y sin coberturas sociales. «Eran oficios invisibles, ninguneados. No se valoraban. Y para sus hijas, sus nietas, sus bisnietas querían que el mundo cambiara, que fuera algo distinto«, señala.
La sororidad como revolución
Los ejemplos de cómo estas mujeres lucharon juntas por lograr un cambio atraviesan el libro de principio a fin: la revuelta en 1892 de las verduleras de la plaza de la Cebada que paralizó media ciudad en un día, la asociación de las lavanderas en 1902 y posterior huelga (con la que consiguieron un aumento de salario y la readmisión de las compañeras despedidas por participar en ella), la asociación de modistas (que logró la implantación de la jornada de 8h) o los habituales motines de las cigarreras. «Cuando sancionaban a alguna compañera por fumar [ellas lo tenían prohibido], encendíamos todas el cigarro«, relata en sus páginas Elena González, una de las cigarreras.
Esas «mismas manos que se cierran en un puño son también las que cuidan y amamantan», escribe Gallardo. Y en ese trabajo de obreras del hogar –al que «llaman amor pero es trabajo no pagado», en palabras de la periodista Noemí López Trujillo–, aquellas mujeres no dejaron de ayudarse: «Aunque la sororidad haya sido una palabra que hemos empezado a utilizar desde hace relativamente poco tiempo, en el fondo lleva funcionando siglos. Y es algo común a todos los oficios del libro».
«Porque fueron, somos. Porque somos, serán»
La lucha de aquellas mujeres no solo se escribe en pasado, sino que continúa estando muy presente: «Diga, ¿es justo que esos tíos ganen muchos días cuarenta duros y nosotras sudamos el quilo para ganar cuarenta céntimos?», se preguntaba una verdulera en 1885.
Y al abrigo de las que lo hicieron antes que ellas, hoy trabajadoras como las camareras de piso o kellys –»las que limpian»– toman el relevo de esa lucha, gracias a la que han logrado avances como lanzar su propia plataforma de reservas («Yo Reservo con las Kellys«), avanzando y conquistando derechos.
«Creo que no eran realmente conscientes de lo importante que era lo que hacían y del impacto que han tenido hoy en el movimiento feminista. Por eso hay que tenerlas muy en cuenta y no olvidarlas nunca«, sostiene Victoria.