La apertura de los negocios que llevan casi dos meses cerrados recuerda, en cierto modo, a la reincorporación tras una convalecencia o a una vuelta a la actividad tras dos meses de vacaciones no elegidas y tampoco disfrutadas. Hay que buscar símiles porque no hay precedentes. Peluquerías, librerías, ferreterías o restaurantes pudieron, por fin, levantar la persiana. Lo hicieron bajo los requisitos exigidos por el Gobierno. Algunos de ellos: la cita previa es imprescindible y hay que extremar las precauciones higiénicas. Entre la ilusión, la necesidad, el miedo y la incertidumbre, han abierto estos negocios. Y los hemos visitado para conocer la experiencia de reapertura de primera mano.
La Peliculera
Calle de Argensola, 2
La Peliculera es una tienda de fotografía: venden cámaras y cualquier accesorio relacionado con la fotografía y también revelan películas y copias analógicas. Un negocio que, entre los verdaderos nostálgicos, está en auge. Circunstancia que, en cierto modo, alimenta el optimismo de Marta Huguet, dueña del local: “El negocio no peligra”
“Es una nueva normalidad, todos estamos hartos de escuchar este término. No te lo planteas, vas viendo como llega y tienes que abrir porque no te queda otra: tenemos que seguir viviendo, que seguir comiendo”, dice Emilio José, dependiente de La Peliculera, cuando le preguntamos sobre esta previa nueva normalidad. “El volumen de negocio no es similar, pero sale a cuenta estar abiertos. Es el único ingreso que tenemos”, dice Emilio José.
Una story que le puedo ver a tres de mis contactos de Instagram anuncia un sorteo de una cámara Polaroid acompañado de una noticia celebrada por quienes tienen un carrete sin revelar cogiendo polvo en alguna estantería de su casa: La Peliculera vuelve a abrir. “Hemos hecho un sorteo para que el momento de regresar sea más impactante”, dice Emilio José, dependiente en La Peliculera. “Hemos recibido mucho apoyo a través de redes”.
Nakama Lib
Calle de Pelayo, 22
“El reencuentro con vecinos ha sido súper emocionante. Ha sido muy bonito vernos aún con la mascarilla”, dice Rafa Soto, librero y copropietario de Nakama Lib. Miren Echeverría, también librera y también copropietaria de Nakama, añade que la reapertura ha sido “un poco caótica. Pensábamos que iba a ser más relajado, pero nuestros clientes tenían unas ganas enormes de que abriésemos”.
El de las librerías es un negocio totalmente sui géneris envuelto de un halo de romanticismo y otro de misticismo e idealizado hasta la saciedad, pero que, como cualquier otro negocio, necesita de ingresos para sobrevivir. Nakama Lib se adscribió durante la cuarentena a la iniciativa #Sigueleyendo, que invitaba a los lectores a comprar bonos de entre 5 y 50 euros de cara a canjearlos en libros cuando las librerías volvieran a estar abiertas. Los clientes han llegado esta semana tanto con el bono como sin él para hacer, en palabras de Miren Echeverría, que haya “merecido la pena abrir ya”.
La disposición de Nakama Lib, detectará el parroquiano, también ha cambiado ligeramente. La entrada ha sido reorganizada, pero es solo una de las medidas indirectamente higiénicas que han tomado Soto y Echeverría: “Lo básico ya es extraordinario. Mascarilla, distancia, tenemos geles en la entrada, la TPV está preparada, la zona de delante la hemos despejado para que la atención se haga sin la necesidad de que entren…”
Ferretería Colón
Calle de Colón, 7
La cola en la Ferretería Colón es perenne: todos guardan la distancia de seguridad y siempre hay, como poco, dos personas esperando a ser atendidas. No entra nadie que no tenga cita previa. Mateo Ruíz y sus trabajadores atienden detrás de una verja. Al ser preguntado sobre la vuelta al trabajo, Mateo Ruiz dice que “la vuelta a la casi-normalidad… bien, bien. Andamos rápido porque va todo el mundo con prisas, pero bien, bien”.
Sobre los condicionantes económicos tras esta vuelta al trabajo, Mateo Ruiz apenas quiere hablar e insiste en la importancia del negocio para el barrio: “Hay mucha gente que te necesita… que necesita productos de primera necesidad” y añade “no he mirado lo económico: es fundamental para la gente. Tenemos clientes de toda la vida y esos son a los que hay que cuidar”.
Peluquería Urbano
Calle de Colón, 10
En la Peluquería Urbano suele haber cuatro peluqueros y una disposición simétrica que se distribuye así: dos butacas enfrente de un espejo y otras dos enfrente del otro. Ahora la disposición del local ha cambiado porque de la forma habitual no se asegura la distancia de metro y medio entre peluqueros. La plantilla ha disminuido de cuatro a tres trabajadores.
Uno de los hermanos que regenta la Peluquería Urbano bromea al vernos llegar a la cita que acordamos ayer: “No pienso responder a ninguna pregunta, ¿qué pasa? ¿No hay más peluquerías en Madrid?” Esperamos prudente (y diligentemente) a que acabe su servicio y le vemos limpiar la butaca obstinadamente y desaparecer durante unos segundos para limpiarse. Las peluquerías han extremado las medidas higiénicas: “peinadores desechables, los clientes tienen que venir con mascarilla y guantes, tenemos el termómetro…”, dice Miguel Ángel.
“No peligra el negocio porque tenemos mucha clientela y desde hace muchos años”, pero “no sacas lo que tienes que sacar porque solemos estar cuatro y estamos tres, tenemos que parar un ratito al mediodía para desinfectar, cerrar antes para desinfectar…”, dice Miguel Ángel en relación a las medidas higiénicas.
Restaurante Pizzi Dixie
Calle de San Vicente Ferrer, 16
Cuatro personas que llevan mascarilla están en la cocina de un restaurante, cada una guarda una distancia mínima de metro y medio con respecto a cualquiera de las restantes; a la entrada de la cocina hay un bote de gel hidroalcohólico y pese a que el cocinero está trabajando, ningún cliente espera su plato sentado a la mesa. No es el inicio de un cuento y tampoco un relato que hubiera sido considerado preposapocalíptico a finales de 2019 por cualquiera de los presentes. Es la escena de esta mañana en el restaurante vegano Pizzi Dixie.
Nacho Sánchez, cocinero y dueño de Pizzi Dixie, ha abierto hoy mismo, trabaja solo (buen momento para maldecir a la RAE por haber eliminado la tilde del solo: aquí nos referimos a que trabaja en soledad) durante las mañanas y por las noches trabaja junto a él otra cocinera. “Empiezo hoy y tengo muy buenas sensaciones: creo que vamos a poder conseguir cosas”. Sin embargo, Sánchez tiene claros los objetivos: “en esta primera etapa voy a no perder dinero”.
La plantilla de Pizzi Dixie es de nueve personas y Sánchez oscila entre la incertidumbre y el optimismo cuando habla de la viabilidad del restaurante: “el negocio no peligra, pero eso es imposible de saber. Si peligra este negocio, peligran todos. La gran pregunta es: ¿cuántos vamos a permanecer abiertos? A mí personalmente, antes de que esto pasase me iba muy bien”.