Este artículo ha sido escrito por Leah Pattem, periodista, fotógrafa y defensora de los bares de toda la vida. Lleva varios años viviendo en Madrid y combatiendo la gentrificación desde su trinchera particular: Madrid No Frills.
Necesitas al menos cinco para comerte la tapa que te dieron gratis con tu caña, y otras tres para limpiar la condensación acumulada justo en el punto de la barra donde vas a apoyar el codo. Luego, necesitas una más para añadirla a la colección que tienes en casa. Estoy hablando de las servilletas de toda la vida.
La servilleta de bar de toda la vida es un elemento recurrente en la vida de cualquier persona en España, y se ha convertido en un objeto coleccionable, libre de culpas, para la gente obsesionada con los bares de siempre, como yo. A lo largo de los últimos años las he ido cogiendo poco a poco en los bares de Madrid. Pero no elijo cualquier servilleta, sino que tengo una regla: debe contener la marca del propio bar, algo que es cada vez más difícil de conseguir.
El coste de 12.000 servilletas es tan solo de 25 euros, pero son gratuitas cuando las recibes de una compañía que imprime su propia marca sobre ellas, como lo hacen, por ejemplo, las agencias inmobiliarias. Para algunos bares el ahorro es considerable, pero me pregunto si son conscientes del “caballo de Troya” que supone esta táctica.
Para mí, los bares de toda la vida son soldados ocultos de la resistencia contra la gentrificación y el hipercapitalismo de nuestros barrios. Son refugios comunitarios con comida asequible, sin pretensión alguna y con décadas de historia; de modo que duele encontrar en estos lugares servilletas con el sello de otras empresas que quieren hacer que los locales de siempre sean inaccesibles económicamente para sus inquilinos.
Los bares que conservan sus marcas individuales en las servilletas hacen toda una declaración de intenciones sobre su resiliencia, y son de una estética valiosa para nuestros barrios, ciudades y para todo el país. ¡Que viva la servilleta de toda la vida!