
La expectativa que genera una carta es un grado fundamental en el factor de elección de restaurantes. De hecho, es muy posible que –seguido de la puntuación del restaurante en el servicio de reviews de según qué buscador de origen estadounidense y de la opinión de allegados o recomendadores– sea el factor más importante en la elección de un restaurante. Ver la carta, el juego de ilusiones, el aumento de las expectativas, la tentación de querer probarlo todo y el gesto inmediato de reservar.
Terracotta, que abrió hace apenas un mes en la calle Velázquez, cumple con estas ideas brevemente comentadas: cinco estrellas, el artículo que estás leyendo y una carta que genera en lectores lo mismo que Pavlov en perros.
¿Qué se come en Terracotta?

La carta recoge también un factor mínimo que dice mucho del restaurante. Cada día se imprime en papel y el DIN A4 correspondiente tiene un sello en el lateral en el que se puede leer la fecha. O sea, no verás la misma carta si vas un día que si vas otro; o sea, la carta de Terracotta depende del mercado; o sea, también de la temporada. Terracotta es un restaurante vivo.

Otros tantos platos de su sugerente carta tocan la puerta para quedarse permanentemente. Es el caso del brioche de calamares –una reinvención, podría decirse, del tradicional bocata de calamares– o de la croqueta de carabinero con velo de papada ibérica –de obligado consumo para a) los croqueteros b) los amantes de sabores intensos c) veneradores de la parroquia del carabinero.
Hay dos ideas adicionales que merecen una mención. La primera es que a Terracotta se va a compartir (las raciones están pensadas para eso) y la segunda es el añadido de otras recomendaciones: el socarrat (con un fondo potente, nada que ver con el arroz valenciano, el arroz en un punto perfecto) o el caldo de ramen de foie, siu mai de tenera con aroma cítrico y huevo a baja temperatura.
La mixología

No hace falta preguntar por el concepto que vertebra un restaurante como Terracotta porque el ojo atento la adivina: la idea de artesanazgo atraviesa cada pequeño elemento. Los platos, por ejemplo, están hechos a mano. Borja es el jefe de sala y nos dice que “todo es artesanal: todo está hecho a mano. Todo es producto natural. Queremos hacer una gastronomía artesana: hasta nuestra gastronomía líquida es artesana”.
Esto último no significa que el sótano de Terracotta esté copado de alambiques y bañeras llenas de whisky, sino que los alcoholes que se utilizan se maceran ahí mismo. Las sangrías merecen una mención aparte y ya en la carta la presentan de una forma peculiar: “Sangaree’s es el nombre que se utilizaba en la antigüedad para esta bebida, que era algo más versátil que la sangría que conocemos actualmente y con el paso de los años y las diferentes influencias evolucionó y se tradujo como sangría, sobre todo aquí en España”.
Un ejemplo de sus sangrías: la Cítrica y floral está hecha con licor de flor de sauco, zumo fresco de pomelo y limón, aguamiel de azahar y espumoso de plátano con fruta de la pasión (y su precio es bastante competitivo, 6€)
La decoración
La decoración del restaurante emula la terracota y bien recuerda a un hormiguero: las formas sinuosas los colores entre amarronados y rojizos contribuyen a crear una apacible sensación de comodidad. El restaurante emula este material y de él toma el nombre inspirándose en la tierra cocida, el material con el que se levantaron imperios. La ideal, rápidamente pensada, funciona como metáfora. Si sirve para levantar imperios: cómo no va a servir para levantar un restaurante.
Calle de Velázquez, 80.
Alrededor de 35€ por persona.
Más información en su Web.