La literatura de Madrid en 2020, bien pensado, es un lienzo en blanco. O, mejor, un lienzo con compartimentos en el que cada escritor puede desarrollar sus historias. No pasa así, por ejemplo, con Barcelona, que es una ciudad reconocible desde el tropo literario: la demonización del turismo o la independencia —aunque Cercas en su última novela haya hecho una pirueta sin precedentes para evitar ambos temas— son tropos recurrentes y necesarios para el dibujo de la ciudad (Zanón, Morales, Torné…) en 2020. En Madrid, digo, no pasa eso porque Madrid no genera una opinión común y porque no se ha escrito un-gran-libro ambientado en Madrid en los últimos 10 años (otro tema sería hacer una lectura del retrato urbano de Jonás Trueba, pero ya decimos que ese es otro tema).
Eduardo de los Santos ha escrito su primera novela —Yas (Alfaguara, 2020)— y ya en la primera frase del libro da una pista de esto: “Madrid sigue siendo una ciudad de más de un millón de cadáveres y todos se me parecen”. Más de un millón de cadáveres como una cantidad ingente de zombies que pululan, que erran, como los personajes de la novela.
Madrid sigue siendo una ciudad de más de un millón de cadáveres y todos se me parecen.
En Yas, dos viejos conocidos, dos personajes derrotados —despechados es una palabra más precisa, pero también bastante más fea—por una misma mujer (efecto-causa) se encuentran algunos años después del desengaño. Uno de los personajes es poeta y ha escrito un libro que se llama Yas, como la mujer, como una canción de ella que casi nadie llegó a oír, como la propia novela. El otro es periodista y padece de insomnio —esto es importante porque condiciona el Madrid que leemos: un Madrid que parece una necrópolis y que es onírico y nocturno.
Decía antes lo de que los personajes erran porque Madrid es a Yas lo que México D.F. a Los detectives salvajes —no se puede hablar de este libro y no mencionar a Bolaño. Madrid es el punto de partida de (casi) todas las subtramas. El parecido con Bolaño no acaba ahí: un personaje concreto (o tres) parece sacado de Amuleto; las microhistorias se abren y se cierran; el mundo está hiperconectado (pero no por la tecnología); los personajes desaparecen sin mayores consecuencias. También es inevitable relacionar Yas con algo de la generación beat (no solo por el estilo musical que da nombre al título y a la generación) específicamente por una frase concreta que podría ser un fragmento de Aullido: “Parece haber terminado la madrugada desierta de mi generación”.
Volviendo al tema con el que abría la reseña: de los Santos tiene talento y buen ojo para retratar Madrid y deja constancia de ello en fragmentos como: “Madrid es más un tiempo que un lugar: el número de habitantes reales de una ciudad depende más del tiempo en el que viven que del lugar que ocupan, y al final eso es lo que cuenta” o “El silencio de Madrid es una pared blanca que está siempre a punto de marcharse”.
Yas es una sorprendente ópera prima (me perdonarán el cliché) porque en de los Santos se adivina un buen escritor (“Deberíamos tener una ley de la alternancia, un sistema de turnos emocional que regulara nuestra bipolaridad colectiva. ¿Cómo pueden ser dos personas felices si están tristes al mismo tiempo? O borrachas, o colocadas, o solas. O, al revés, si se necesitan y no se necesitan simultáneamente en momentos distintos. Si se quiere o si no, pero nunca a la vez”). Y, bueno, lo de sorprendente es porque debe ser la única ópera prima publicada en España los últimos 20 años que no se cimenta sobre la autoficción.