
Sobre el supuesto acento madrileño se han oído y se oyen muchas cosas. Si preguntas por el sur de España te dirán que suena «fino» o incluso «pijo». Si preguntas en Madrid, te dirán que el acento madrileño es el decir «Madriz» o «ejque«; o incluso habrá quien diga que los madrileños no tienen acento, que los que tienen acento son los gallegos, lo catalanes o lo andaluces.
Cuando se trata de lenguas (o de formas de hablarlas), decir tu acento es feo o tu idioma no es un idioma sino un dialecto, puede ser el mayor de los insultos. La lengua puede tener un valor simbólico tan fuerte como una bandera o una frontera. De hecho, en muchas ocasiones lo primero suele usarse para justificar lo segundo.
De ahí que quizá la mejor manera de hacerte amigo de un madrileño no sea hacerle notar lo incorrecto de su laísmo o explicarle que Madrid se dice MadriD y no MadriZ. ¿Qué caracteriza entonces al supuesto acento madrileño?
El laísmo, por ejemplo, que consiste en utilizar el pronombre «la» y «las» para formar el complemento indirecto femenino en lugar de «le» y «les». Por ejemplo, «la di un beso» sonará perfectamente bien a un madrileño, pero a un extremeño hará que se le salten las lágrimas. Algo parecido pasa con el leísmo, que es justamente lo inverso: utilizar el pronombre «le» y «les» como complemento directo en lugar de «lo», «la», «los» y «las».
¿Son entonces el laísmo y el leísmo incorrectos? Depende de a qué norma nos ciñamos. El lingüista rumano Eugen Coseriu explicaba que “la norma es lo normal, lo que se dice allí donde cabe decirlo”. Si la guía principal es la norma lingüística, es decir, lo que dice la RAE y sus fans, el laísmo o cualquier otra incorrección sintáctica, gramatical o léxica serán vistas como defectos a corregir, como ocurre por ejemplo en la escuela o en los medios de comunicación.
Sin embargo, por poner un ejemplo evidente, un andaluz que de repente empezara a pronunciar cada «s» de cada palabra que saliera por su boca sería tomado, en el mejor de los casos, por un pedante pretencioso, cuando no por un auténtico majareta. Dice el escritor Juan Luis Conde que en su infancia los niños de los barrios humildes se reían de él, un niño de clase alta, cuando empleaba la construcción “se me” en lugar de “me se”. Es decir, la idea de correcto o incorrecto va a depender del contexto y de qué sea lo normal en ese contexto, no de un oráculo que dictamine objetivamente quién habla bien y quién habla mal.
Aunque suelen asociarse a Madrid, el laísmo y el leísmo al igual que decir «ejque«, «pejcao» o «ajco» en lugar de «es que», «pescado» o «asco» también pueden oírse en otras partes de España, como por ejemplo en algunas zonas del noroeste de Castilla La Mancha. De hecho, hay autores que entienden esta variación del fonema /s/ como una transición entre la forma forma de hablar castellano en el sur de la península y la forma de hablarlo en el norte.
Robyn Wright, una profesora de Lengua y Literatura Española de la Universidad de Hendrix (Arkansas), es autora de El Ejke madrileño. Estudio sobre la percepción y la producción de la /s/ velarizada en Madrid, un estudio de 202 páginas donde se concluye que la utilización del famoso «ejque» tiene connotaciones negativas según el oyente (incluso entre los propios madrileños) y puede inducir a catalogar al hablante como «menos inteligente, más perezoso, mezquino, menos fiable y con mal carácter».
Lo correcto y lo incorrecto
No eres el único que ha pensado en esto del habla madrileña. José María Blanco hizo una clasificación algo simplista y desactualizada en Madrid no tiene arreglo, subdividiendo el habla madrileña en tres grupos: la pija («algo nasal, tímidamente gangosa, desganada, con el huevo en la boca»), la de barrio (donde según él entraría el laísmo y el leísmo) y la versión cheli-macarra (donde entrarían supuestamente términos como piba, palo, dabuten o tronco). A estos términos a priori propios -o al menos originarios- de Madrid podrían sumarse otros como mazo, tronco, canteo, kely o mini.
Pero hablar del acento madrileño como un todo homogéneo es un farsa y una simpleza. ¿Desde cuándo hablan igual una persona de Vallecas y una del barrio de Salamanca? La tendencia además es pensar que dos personas criadas en diferentes barrios de Madrid no hablarán únicamente dos formas diferentes de «madrileño», sino que una hablará la forma correcta y otra la incorrecta, una la culta y otra la vulgar; en definitiva, una la buena y otra la mala.
Además, no hablará igual un madrileño del año 2018 que uno de hace cien años; ni un madrileño del norte de la región que uno del sur; ni un madrileño que esté hablando con su jefe y uno que esté hablando con su madre. En lingüística, a estas variedades se les llama diatrásticas (variedades socioculturales), diacrónicas (variedades en función del momento histórico), diatópicas (variedades geográficas) y diafásicas (variedades de registro del hablante en función del contexto).
El habla como identificación social
La razón por la que la forma de hablar resulta tan importante socialmente es porque cumple una función de «semáforo social«. Permite catalogar al hablante, colgarle alguna etiqueta de la que partir cuando no se tiene otra forma de identificarlo, de manera que cuando se oye a alguien hablar con acento madrileño, catalán o andaluz, es normal asociarle conceptos como chulo, tacaño o vago, analfabeto y gracioso. El andaluz especialmente es un buen ejemplo de esto. No existe una variedad de habla más cargada de tópicos y que desate mayores prejuicios que el habla andaluza.
Estos prejuicios son tan maleables como la miga del pan de molde y dependerá de muchos factores, pero sin duda de cómo se posicionen al respecto instituciones de poder como la escuela o los medios de comunicación. La corrección o la censura de ciertas formas de hablar hacen que no solo ellas sino también sus hablantes sean vistos como desviaciones del buen hacer. Haz la prueba: pon el telediario de Canal Sur e intenta averiguar la procedencia del presentador solo con oírle hablar. ¿A qué crees que se debe?
Hay un anécdota interesante que ilustra bastante bien todo esto. Durante la presidencia estadounidense de Jimmy Carter, nacido en Georgia y con marcado acento regional, un programa de televisión parodiaba una escena política con dos actores. Uno de ellos, con marcado acento neoyorkino, hacía notar al segundo, que interpretaba un papel de funcionario del Departamento de Estado, su marcado acento georgiano, a lo que este respondía: «nosotros ya no tenemos acento. Ahora el que lo tiene es usted».