Si el camino para la supervivencia en un mundo tan acelerado es la especialización, la familia venezolana que regenta la lechería Cántaro Blanco (calle Manuela Malasaña, 29) se ha tomado el consejo a rajatabla. Hace tres años recogieron el testigo de una tienda que crearon dos jóvenes que querían retomar el concepto de la leche a granel. Nelson y su familia llevaron la apuesta más allá y tras el confinamiento han llevado el concepto a otro nivel: el de la cercanía. Más especialización si cabe.
Cántaro Blanco es un rara avis por ser una lechería en un barrio en el que hay cada vez más cadenas de supermercado de pocos metros cuadrados. Y también lo es por hacer un esfuerzo en el acercamiento de sus productos. En Cántaro Blanco hacen talleres (para enseñar a hacer queso, por ejemplo), colaboran con restaurantes (como Asiako) en la elaboración de postres y hacen envíos a domicilio.
Nelson dice que su hija ha salido a hacer un envío a una comunidad de vecinos de Atocha en la que hasta cinco familias se han unido para comprar 120 litros de leche al mes. La conservación de la leche pasteurizada, dice Nelson, no dura más de seis días y por eso el reparto es progresivo. “Les hacemos reparto los lunes, los miércoles y los viernes”.
¿Qué se puede encontrar en Cántaro Blanco?
La pregunta de qué cosas se pueden encontrar en una lechería bien recuerda al acertijo de fácil solución que alude a una botella que alberga líquido blanco. Y del mismo modo que al acertijo le sigue el chiste malo (horchata), en Cántaro Blanco también le caben otras respuestas. Horchata casera es una de ellas (en verano) y también quesos o cuajadas o leche de cabra. También tienen pan –un vecino que es de Carabanchel coincide con nosotros y dice que siempre compra el pan aquí– o miel –hecha por una vecina del barrio.
Dice Nelson que cada día traen la leche de un sitio. “La de hoy, por ejemplo, es de una granja de Móstoles”. Pero también alude a una granja de Ávila formada por quince vacas “que el señor pastorea y cuida y tiene un sabor diferente. No te digo ni mejor ni peor, pero sabe más a campo”. Otros días la leche llega de Colmenar Viejo, de Toledo o de Galicia.
La escritora argentina Mariana Enríquez cuenta en La hermana menor, una biografía sobre la escritora argentina Silvina Ocampo, que, cuando las Ocampo se iban de Argentina a Europa en barco, la familia elegía una vaca que acompañaría a la familia en la travesía porque era esa vaca y no otra la favorita de las hijas. La voluntad clientelar es caprichosa y no llega a ese extremo, pero hay clientes que esperan a probar todas las leches para elegir una y jurarle fidelidad. Y como consecuencia van a la tienda exclusivamente los miércoles como si señalaran a la vaca de la que van a beber.
Ambiente familiar
El ambiente radicalmente familiar es una extensión de quien regenta el negocio. Dice Nelson que durante Filomena “estuvimos dos semanas sin recibir productos y aquí solo venia el dueño de la granja con su furgoneta y su pala. Haciéndose camino en medio de la nieve. Él y el de los huevos. No faltó ni leche ni huevos. Otros proveedores no hubieran venido. Él se venía y cuando la furgoneta se quedaba parada, sacaba la pala”.
Esta relación de responsabilidad, querencia y fidelidad hacia sus clientes cristaliza en una frase que Nelson dice a mitad de conversación, pero que funciona muy bien como corolario: “Cuando la gente nos visita y nos dice que se siente como si estuviera en la cocina de mi casa… para mí eso es suficiente”.