Si viviste parte de la pre-Movida Madrileña, sabes de lo que hablamos.
Hoy, cuando un servidor se siente con fuerza para apurar la noche, o que la noche le acabe de apurar a él, el Candela, en Lavapiés, es siempre un buen sitio. En los 70, el Drugstore de la calle Fuencarral hubiera sido una alternativa válida.
Un poco antes, a finales de los años 50, el magnate francés de la publicidad Marcel Bleustein-Blanchet descubrió el modelo de negocio de los norteamericanos drug stores, una suerte de ultramarinos dotados del aura de modernidad que otorga ser retratado por Hollywood. Muchos de ellos abrían (y abren) 24 horas al día para ofrecer un servicio permanente de casi cualquier cosa (comida, alcohol, medicamentos, etc.)
Bleustein-Blanchet, un francés de bien, de gustos refinados, supo que, aunque le atraía la idea, necesitaba sofisticarla un poco para que el consumidor parisino entrara por el aro, y en 1958 abría en los mismísimos Campos Elíseos su versión europeizada de los drug stores estadounidenses. No se calentaron mucho la cabeza con el nombre. Le llamaron Drugstore.
Más de una década después, el empresario Luis Sentís importó el modelo a España. Primero en Barcelona, luego en Madrid. El primer drug store abrió en Madrid en el 1971, en el local de la calle Fuencarral que hoy ocupa el Vips, era una réplica fiel del parisino «de la Défense». Luego se abriría otro en el barrio Salamanca con la correspondiente polémica que un local como este, miel para las moscas de la noche, causaría entre la flor y nata de la sociedad madrileña.
Llamaba así a la puerta de nuestra ciudad aquella falacia que Daniel Reynoud, uno de los altos cargos de Drugstore, definió como «la democratización del lujo». El mármol, la madera y el cuero que decoraban la tienda, todo importado para mayor ostentación, ayudaban a recrear aquella ficción de lujo para todos. «El coste por metro cuadrado supone la inversión comercial más cara porque son fundamentales los conceptos de la mejor ubicación, la más cercana al centro y decoración, materiales más nobles», explicaba Reynoud a Blanco y Negro, el suplemento de ABC, en 1972.
Allí se daba cita todo lo bueno y lo malo que Madrid puede albergar hasta las 6:00 de la mañana, lo que el diario conservador calificaba como «personas de vida más o menos alegre». Las botellas de whisky a unas pesetas más caras de lo normal no eran los únicos estimulantes que por allí rulaban. La policía organizó varias redadas, el Drugstore ocupaba de vez en cuando las páginas de sucesos, y Reynoud tan contento: «Las redadas policiales pueden ser perjudiciales a corto plazo, pero resultan beneficiosas a largo. Desde que se produjeron, el nivel de nuestra clientela ha mejorado en un cien por cien».
Decía Bleustein-Blanchet que el Drugstore era un «lugar donde no se hace negocio, sino que se presta un servicio», pero este altruismo liberal siempre tuvo la misma credibilidad que Sandro Rey y cuando el Drugstore cerró «por vacaciones» en 1978 no volvió a abrir nunca más.
No queda mucho de aquello más allá del recuerdo y el tema de los Burning.