
En una esquina tranquila del distrito de Vallecas, más concretamente en la calle de la Sierra Vieja, número 75, hay una churrería que guarda un secreto crujiente con aroma a anís. Se llama Chocolatería Antonio, y cada mañana, desde 1935, atiende a una clientela fiel que llega buscando algo más que un desayuno: viene a por una rana.
La rana no es un apodo reciente: este dulce frito, que no encontrarás en ninguna otra churrería de Madrid, se llama así desde los años 50. Lo preparan moldeando dos piezas de masa de porra ligeramente cruda, que se fríen por separado con un gesto tan preciso como antiguo: «Se les da un toquecito en la sartén para que se puedan abrir», explica a Madrid Secreto Esther, que junto a Iván regenta el local desde agosto de 2022.
¿Cómo se hacen las ranas?
Una vez fritas, las piezas se espolvorean con anís, canela y azúcar. Y ahí llega el truco: al estar recién hechas, el anís chisporrotea al contacto con la superficie caliente, haciendo un sonido que, según contaban los parroquianos del siglo pasado, recuerda al croar de una rana. «Le añadimos anís, canela y azúcar», dice Esther, «es una bomba para el desayuno».
Aunque la Chocolatería Antonio abrió en los años 30, fue en los 50 cuando surgió este invento: «En aquella época a mucha gente le gustaba mezclar las porras con el anís: era algo muy castellano», dice Esther.
La costumbre, que bien puede sonar a merienda de abuela o a recuerdo de posguerra, se convirtió aquí en una especialidad. Una que sigue viva, intacta y popular en su esquina. Y no es solo un reclamo nostálgico. La rana es crujiente, jugosa y sorprendente: una rareza madrileña que no ha caído en el olvido quizás porque nunca aspiró a la fama.