Para un ojo inexperto, el parque de Marqués de Corbera en La Elipa, distrito de Ciudad Lineal, no tiene nada de especial. Enfrente del mismo hay un quiosco y una parada de autobús, a un lado una frutería y al otro la rotonda que lleva a la M-30. Detrás se encuentran filas y filas de edificios naranjas con toldos verdes, bloques de pisos idénticos a los que se pueden ver en cualquier barrio de la periferia madrileña.
El interior del parque tampoco llama especialmente la atención. A menudo es frecuentado por señores mayores que juegan al dominó o a las cartas sentados a unas mesas cuadradas con estampado de ajedrez, chicos jóvenes charlando en los bancos de madera y niños que se divierten en el tobogán. Nada fuera de lo común, si no fuera por la enorme figura de hormigón de color verde que reside en su interior.
El dragón de La Elipa mide más de dos metros y tiene una larga cola llena de escamas por la que se subían los niños. Tiene unos ojos grandes, un tupé verde y un bostezo permanente que muestra sus colmillos afilados y una lengua roja que solía ser un tobogán. A primera vista puede parecer un reptil un tanto feo, bastante cutre, pero entraña la identidad de todo un barrio.
Desde su posición privilegiada en el número 2 de la calle de San Maximiliano, el dragón ha sido testigo (e incluso partícipe) de la rápida transformación de la zona: la llegada masiva de personas provenientes del campo, la construcción acelerada de vivienda social, el impacto de las drogas en el extrarradio madrileño, la pugna por un transporte público digno y el desarrollo de un movimiento vecinal potente.
Un barrio de inmigrantes –y figuras de animales
En los años 50, Madrid vio crecer su población a zancadas debido al éxodo rural. Gallegos, castellanos, andaluces y asturianos se trasladaron a la capital buscando una vida mejor lejos de la dureza del campo. Sin embargo, este crecimiento repentino de la ciudad hizo que las clases más humildes tuvieran que asentarse donde buenamente pudieran, construyendo chabolas de manera desordenada sobre terrenos no aptos y donde las condiciones de salubridad e higiene estaban bajo mínimos.
Para hacer frente a este problema, el Instituto Nacional de Vivienda franquista ideó un plan que “limpiaría” (en la acepción más despectiva de la palabra) la periferia madrileña. El ‘Plan Nacional de Vivienda’ propició la creación de una serie de poblados llamados de absorción o dirigidos que dieron cobijo a los numerosos inmigrantes rurales que en los siguientes veinte años llegaron a la ciudad. Entre ellos, barrios como Vallecas, Entrevías, San Blas o La Elipa.
La imagen que se tiene de estos ‘poblados’ es similar: barrios marginales como los de las películas quinqui formados por hileras de colmenas sobreocupadas. Por eso sorprende que, en 1981, la empresa constructora que desarrolló la zona colocara frente a uno de sus proyectos una zona de juegos con un dragón gigante. Según la gente del barrio, el dragón no era el único animal de Ciudad Lineal. Más allá de la avenida Daroca algunos recuerdan una tortuga enorme y en la calle Vital Aza hubo durante mucho tiempo un pulpo con largos tentáculos entre los que jugaban los niños.
El desgaste del dragón
Ni la tortuga ni el pulpo sobrevivieron al paso de los años, pero sí lo hizo el dragón. Ahora bien, a duras penas. Conforme pasaban los años, el dragón fue objetivo de ataques vandálicos que llenaron su pecho de grafitis y de basura sus alrededores. Durante la peor época de la epidemia de la heroína, era habitual encontrarse jeringuillas usadas y restos de botellón dentro de su tobogán. Este emblema infantil, que incluso salía en los créditos del programa de TVE Barrio Sésamo, no parecía ya una zona de juegos.
Su mal estado de conservación y la imposibilidad de adaptarse a las férreas normativas que un parque infantil debe cumplir hicieron peligrar su existencia. Era demasiado alto para los niños, sus colmillos eran elementos punzantes, estaba sucio y destartalado. Años antes ya se había tapiado su boca y retirado el tobogán y los columpios que le caracterizaban, pero ahora debía marcharse.
En los plenos de la Junta Municipal del año 2009 se habló de derribarlo. Durante unas semanas se barajó incluso la posibilidad de convocar un concurso escultórico que reemplazara el original, pero esta decisión no satisfizo a los vecinos.
Gracias a la unión vecinal, a través de un grupo de Facebook y la Asociación Nueva Elipa, en marzo de 2010 se obtuvo la promesa de que no se iba a demoler el dragón. Ya en 2013 los vecinos del barrio se unieron para darle un lavado de cara, pero fue finalmente en 2019 cuando se restauró totalmente. El ‘Proyecto de rehabilitación de la escena urbana y zonas verdes del barrio de La Elipa’ de ese mismo año destinó gran parte de su presupuesto a pintar y rehabilitar la estatua, además de integrarla en una nueva zona de juegos.
Si bien debido al reglamento el dragón ya no podía ser una atracción en sí, se construyó a su lado un nuevo parque con temática medieval. Sobre el dragón se dibujó una enorme llamarada de fuego que llegaba hasta el castillo de “piedra”. Conformado por una zona de escalada y un tobogán, este castillo está orientado hacia la figura para que príncipes y princesas puedan luchar con la bestia más famosa de los parques de Ciudad Lineal.
Icono del barrio
La relevancia en el barrio de este animal fantástico va mucho más allá de una mera reivindicación nostálgica. Se trata de un símbolo de la identidad y el legado de La Elipa, así como de una viva imagen de su poder reivindicativo y de resistencia.
Durante años, los vecinos han “quedado en el dragón” tantas veces que se ha convertido en un punto de referencia geográfico. Además, numerosos comercios y establecimientos del barrio llevan su nombre, como el quiosco de enfrente, conocido por todos como el quiosco del Dragón, o La Dragona, el espacio social autogestionado de La Elipa. Dentro de un edificio abandonado del cementerio de la Almudena, La Dragona se erigió en 2008 como centro social para la juventud del barrio hasta que en 2019 el Ayuntamiento de Madrid los desalojó del edificio.
Además de dar nombre a numerosos puntos importantes del barrio, también ha sido el rostro de muchas de sus reivindicaciones vecinales. Desde su parque han comenzado varias manifestaciones que reivindicaban mejoras para el barrio, como la larga pugna por la ampliación del metro. A mediados de la primera década de los 2000, La Elipa no contaba aún con un servicio de Metro: sus casi 20.000 vecinos dependían de los servicios de un par de autobuses de la EMT y las lejanas estaciones de Ascao o Ciudad Lineal. Tras varias concentraciones en las que dejaron claro la necesidad de un transporte público para todos, los vecinos amenazaron al Ayuntamiento en sus pancartas y cánticos: “estamos enfadados y tenemos un dragón”. Finalmente, la ampliación de la Línea 2 se inauguró en 2007.
Es difícil imaginarse a La Elipa sin su dragón. Una figura construida para los niños de aquellos que emigraron a Madrid se ha convertido en el emblema de un barrio obrero y en constante cambio. El dragón forma parte de la identidad del vecindario, y es un orgullo como para otros lo es la Cibeles o Neptuno. Ya restaurado y rodeado de niños otra vez, se espera que proteja a La Elipa otros 42 años más.