Uno de los edificios más espectaculares de Madrid pudo no haberse construido. La historia de cómo surgió el encargo para la construcción del Edificio Princesa se puede escuchar directamente de la boca de su propio arquitecto, Fernando Higueras, en una conversación que mantuvo con Arturo Franco y Rosa Urbano en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en octubre de 2002. Todo comenzó con una llamada a la que Higueras no quiso contestar: «Me llama un chico que se llama Medrano. José Manuel Medrano. Está en segundo de arquitectura y quiere trabajar en el estudio. Y yo le digo que no me da la gana».
El chico insistió y llamó varias veces, sin respuesta: Higueras le dio orden a su secretario, que era quien contestaba al teléfono, de que le dijera todas y cada una de ellas que no estaba. Pero el teléfono volvió a sonar. Y una de esas veces fue la definitiva: «Quien llamaba era el General Medrano de Miguel. Joder. Este debe ser el padre de José Manuel. ¡Que no estamos!». «Dígale al señor Higueras que es para encargarle un bloque de viviendas militares muy grande», pidió el General. La respuesta fue, también, definitiva: «Pues mire usted que dice que le diga que es mentira, que sí está pero que no se quería poner. Ahora se pone«.
Medrano era el gerente del Patronato de Casas Militares de España e iba en busca de un arquitecto que no encontraba: «Estoy harto de arquitectos militares o famosos o catedráticos de la Escuela [Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, ETSAM]. Yo quería un buen arquitecto que no tuviera ningún cargo, que no trabajara en ningún sitio y fuera bueno. No conozco a ninguno así, pero a un chico que tengo en Arquitectura, al más joven del curso, le pedí que buscara y lo eligiera por votación. Usted ha sido elegido por los alumnos de segundo curso», recuerda Higueras en ese audio, reproduciendo las palabras de Medrano.
Había una condición: «Este chico [su hijo] tiene unas notas brillantísimas y no lo entiendo porque no da golpe, le da más al trinki que a estudiar. Me gustaría que aprendiera con usted, pero sin que le pregunte a usted nada. Él que se fije mucho, que barra el estudio. Y por supuesto ni una perra». Fernando Higueras, naturalmente, aceptó.
En esa conversación, muchos años después de que se produjese la llamada de Medrano, el arquitecto reconoce que se equivocó: «Cuando vino este chico era un fenómeno, trabajaba más que yo y Miró juntos. Ganamos un montón de concursos, como el del teatro ese de Burgos [Teatro Principal de Burgos, 1967], y el jurado para demostrar la diferencia dejó desiertos el segundo y el tercero. E hicimos la obra de los militares que está en San Bernardo. Esa obra se debe a la caballerosidad y a la generosidad de una persona que no intentó sacar ningún favor a cambio de ese maravilloso engaño.»
La modernidad de la propuesta para la época –el encargo es de 1967 y se termina de construir en 1975–, unida a intereses económicos de la constructora («Covimar era la empresa, ¡y si me quieren poner un pleito que me lo pongan!», decía indignado Higueras), dio lugar a que a los arquitectos les propusieran cambiar la estructura para hacerla metálica y cubrirla con ladrillo visto. «También le dijeron a Medrano que como bajábamos cinco sótanos bajo rasante y cerca iba la bóveda de ladrillo del metro el empuje iba a lanzar una serie de vagones desde cierta altura, cayendo por el agujero de la obra. Muertos, heridos y un escándalo a nivel mundial«, ironizaba.
Cuando se lo contaron, Higueras se dirigió a Medrano: «Mi General, ¿le veo muy tranquilo o domina el miedo?». «Algo de las dos cosas, pero con que usted me diga la verdad será lo definitivo», contestó. El arquitecto, con la misma contundencia que se aprecia en sus obras, lo tuvo claro: «Llamamos a un notario ahora mismo y me responsabilizo de todos los males que puedan suceder». El desenlace es de sobra conocido: no hubo mal ninguno y sí el nacimiento de una de las obras más icónicas del brutalismo en Madrid.
Fernando Higueras y la arquitectura «inevitable»
«El nombre de Edificio Princesa se debe a que se construyó en el solar que ocupaba el antiguo Hospital de La Princesa», explica José Antonio Sánchez Vaquero, actual presidente del edificio, frente a la imponente fachada. Aunque un cartel a la entrada confirma esa nomenclatura, casi nadie lo conoce por ese nombre. Lo mismo ocurre con la glorieta donde está ubicado –de Ruiz Jiménez según el callejero de Madrid, de San Bernardo en el imaginario colectivo–: consecuente y popularmente es conocido como las casas de los militares de San Bernardo.
«Lo que quería Fernando Higueras era hacer una edificación libre y además abierta a los sentidos, donde jugaban un papel muy importante el hormigón y la vegetación», explica Sánchez Vaquero. Pedro Torrijos, arquitecto y divulgador, lo sostiene y matiza que esa preocupación por crear una relación lo más directa posible entre la obra y la vegetación es común a todos los grandes arquitectos de la época: «Está Secundino Zuazo, que construye la Casa de las Flores en Argüelles, José Antonio Cordech y la Casa Ugalde o Saénz de Oiza«.
En un hilo de Twitter, Torrijos definía la arquitectura de Higueras como «imposible de evitar» y al Edificio Princesa como «uno de los más libres y expresivos de la arquitectura española»: «Está construido de un único material, hormigón blanco, además hormigón visto, y todo se confía a esas enormes líneas horizontales de las terrazas de las que debería siempre colgar vegetación: enredaderas, hiedras, plantas colgadizas… Higueras y Miró lo conciben como un edificio-jardín», explica en conversación telefónica.
Desde la Fundación Higueras añaden que es precisamente la monumentalidad del hormigón lo que «le dota de su aspecto tan contundente y definitivo. La obra de Higueras es pura estructura, desaparece lo superfluo»: eso es lo que hace que el Edificio Princesa, al igual que el resto de su obra, se levante como una afirmación rotunda.
A la preocupación de Higueras por la vegetación se suma también su preocupación por la luz, y quizá uno de los mejores ejemplos se materializa en el aparcamiento, que recibe iluminación y ventilación natural a través de tres lucernarios. «Es bonito que tengan luz, es lo que perseguía Higueras», comenta Sánchez Vaquero.
Pasamos una mañana recorriendo el edificio de su mano y una mañana no parecía suficiente. El Edificio Princesa es un edificio infinito, que no se acaba de mirar nunca: el tiempo pasa, la iluminación cambia, proyecta nuevas sombras, juega con las aristas de las terrazas y transforma constantemente el espacio.
Durante nuestra visita Antonio Delgado, autor de algunas de las fotografías que ilustran este reportaje, me dijo que le sorprendía cómo el edificio, además, conseguía aislar el ruido que venía de la calle: es un lugar en el que apetece estar. Quedarse. El arquitecto Manuel Ocaña, en una serie de entrevistas realizadas por la Fundación Higueras, lo expresaba diciendo que la de Higueras es una obra con la que se empatiza y que «esa manera de colocarte en el paisaje hace que las personas sean mucho más felices».
Preguntado por cómo es vivir o trabajar en un edificio así –los bajos son locales comerciales–, José Antonio responde: «Hombre, vivir en un edificio de estos no te das cuenta hasta que viene alguien y te dice lo que hay aquí. Muchas veces pasamos inadvertidos.»
A pesar de que fue la razón de ser de este edificio, hace tiempo que los militares no son los únicos inquilinos que lo habitan: «El edificio cuando se concibe es un Patronato de Casas Militares y toda la gente que hay aquí son militares. Luego empiezan a venderse y empieza a entrar gente particular».
Un vecino «ilustre», vísceras y aviones (de papel) sobrevolando una terraza
Entre esos particulares estaba el abuelo materno del escritor mexicano Daniel Saldaña París, natural de Madrid, que compró un piso en el edificio hacia principios de los años 2000. Por aquel entonces, con dieciocho años, Saldaña se trasladó a la capital para estudiar la licenciatura de Filosofía en la Complutense. Tras una estancia en el piso de unos tíos suyos en Malasaña, su abuelo le dejó quedarse en la que sería su casa entre 2003 y 2006.
Su abuelo, que se exilió fuera de España durante el franquismo y ya nunca quiso volver, le avisó de que tendría un vecino «muy ilustre»: «Yo estaba en el sexto piso, en el ático, que eran unos pisos más pequeños pero tenían una terraza muy amplia. Según me explicó mi abuelo Tejero vivía en el quinto, pero nunca lo tuve muy claro y no sé si era de la misma escalera. La mía era centro derecha. Hubiera sido curioso que en su caso fuera extremo derecha, claro«, cuenta en videollamada desde Ciudad de México, con el mismo sarcasmo que reconoció en la advertencia de su abuelo.
Saldaña se recuerda coincidiendo con su vecino el golpista mientras esperaba al ascensor o en alguno de los patios del edificio, del mismo modo en que recuerda una de las noches en las que creyó que su abuelo le echaría del piso. Había organizado una fiesta y en algún momento unos amigos –ya borrachos–, se enteraron de que Tejero era vecino del bloque: «Tenían la firme intención de ir a buscarle para decirle un par de cosas o hacer declaraciones altisonantes».
«A mí la verdad me aterrorizaba la idea. En primer lugar porque no creí que sirviera absolutamente de nada, y en segundo porque me iban a correr del lugar», rememora. Temiendo por su futuro en el edificio, consiguió convencer a sus amigos para mandarle mensajes con aviones de papel en su lugar: «Tratamos de hacerle llegar unos avioncitos de papel con mensajes supongo que republicanos. No sé si habrán llegado a Tejero o a algún otro vecino desprevenido que no tuvo ni idea de qué hacer con ellos ni de dónde habían salido».
De sus años en el Edificio Princesa se mezclan los recuerdos de los equipos de reporteros esperando conseguir imágenes o declaraciones de Tejero cada 23-F con episodios personales «bastante turbulentos porque fueron mis años estudiantiles, de mucho drama emocional y novias que me dejaban y pleitos con amigos».
También recuerda no tener apenas relación con el resto de vecinos, aunque con uno de los porteros –que había sido guitarrista en giras de Raphael– llegó a entablar una curiosa amistad. El portero se encargaba también de llamar a la policía si estacionaba alguna camioneta de aspecto sospechoso en Santa Cruz de Marcenado: eran todavía los años de ETA y cada tanto había amenazas y cierta tensión alrededor del hecho de que fuera un edificio de militares retirados y de que ahí viviese Tejero, según le explicó.
«Yo era el único inquilino joven ahí, y que recuerde eran todo viejos medio fascistas y a mí me daba un poco de cosa ser joven y mexicano, no quería pronunciar palabra porque me daba un poco de reparo esa convivencia», recuerda. «Los inquilinos y los dueños de los pisos me miraban con mucha desconfianza, porque aunque no tenía una pinta muy mexicana digamos que me veía joven, llevaba el pelo largo… Tengo la sensación de que nunca supieron muy bien qué pensar de mí«.
Pasó mucho tiempo hasta que Saldaña volvió a Madrid después de aquello, y cuando lo hizo su abuelo ya había vendido el piso. La última vez que lo vio fue el año pasado, en un ejercicio como de turista por su propio pasado. El balcón de la que fue su terraza se ve desde una esquina de San Bernardo: «Pasé varias veces, le tomé fotografías y recordé que ahí había sucedido la fiesta de la orgía nefasta».
La anécdota a la que se refiere está recogida en su novela Aviones sobrevolando un monstruo (Anagrama, 2021): «Yo quería compartir las tradiciones mexicanas con mi novia de ese entonces y le enseñé a hacer piñatas, pero ella que era un poco punky decidió llenar la suya de vísceras. Fue un desastre: a la fiesta llegó muchísima gente que yo no sabía de dónde había salido y todo acabó lleno de sangre y de gente follando por los pasillos«, cuenta desde el otro lado de la pantalla. Después de una breve pausa, y con ese tipo de cariño que solo permite la distancia, añade: «Guardo buenos recuerdos pese a todo».
El «boom» del brutalismo en las redes sociales
El interés por la arquitectura brutalista ha ido creciendo en los últimos años y queda patente en la proliferación de cuentas como Madrid Brutalism. La periodista Analía Plaza, que le dedicó un reportaje a Fernando Higueras en Vanity Fair, achaca ese «boom» precisamente a Internet: «En los últimos años se ha puesto de moda, ha habido como mucho… No sé si llamarlo fandom, pero una reivindicación en Internet de esta estética del hormigón y de edificios como el que estás estudiando y las plantas, o como la Corona de Espinas de la que hablo en mi reportaje».
El arquitecto Pedro Torrijos lo corrobora: «Es de hace unos 10 años, más o menos, y coincide precisamente con las redes sociales, con este perfil que se llama This Brutal House, que luego hace un libro muy bonito reivindicando la arquitectura brutalista sobre todo en el Reino Unido. Visualmente es muy fotogénica y es un objeto muy jugoso para las redes», explica.
«No hay que confundirla con la arquitectura mazacote», señala. «Teóricamente brutalismo debería ser cualquier cosa que estuviese hecha con hormigón visto. El Edificio Princesa lo es por ambas cosas: es una arquitectura impositiva, muy contundente, y es de hormigón visto«.
El futuro del Edificio Princesa
Sobre cómo se proyecta hacia el futuro este edificio de viviendas –que podríamos categorizar dentro de los más espectaculares de Madrid–, su presidente apunta lo siguiente: «Con el paso del tiempo y debido a la merma de poder adquisitivo de muchos vecinos el edificio ha ido perdiendo vegetación. A ver si podemos tener ayudas y hacer todo lo posible para volver a lo que Higueras pensaba en su tiempo, que era un edificio integrado en la ciudad con jardín vertical y con vegetación. Lo que era el oasis de Higueras».
No es la única construcción del arquitecto que acusa esa pérdida de vegetación: el edificio de oficinas de Serrano, 69, construido solo cuatro años después del Edificio Princesa, en 1979, se encuentra en una situación similar y lo que debería ser una cubierta repleta de verde se reduce a unas cuantas plantas que cuelgan lánguidamente de la fachada. Mientras, en el paseo del Prado se encuentra el ejemplo más paradigmático de jardín vertical de Madrid, que fue también uno de los primeros en instalarse en España: el gran tapiz vegetal de 460 m² que cubre la fachada de CaixaForum, obra del botánico francés Patrick Blanc.
El Edificio Princesa –tal y como recoge el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM)– no cuenta con protección, una situación que está en proceso de revertirse, cuenta Sánchez Vaquero: «Está ahora mismo dentro de un plan del Ayuntamiento de Madrid donde hay 700 edificios y está en vías de ser catalogado y protegido».
«La protección patrimonial es algo que depende de muchos factores como la antigüedad (aunque no debería) y, sobre todo, acaba necesitando de un montón de filtros y gente detrás para dar su aprobación», apunta Torrijos. «Pero es demasiado característico, demasiado histórico, demasiado paradigmático y cualquier otra palabra esdrújula de esas que te apetezca poner como para que en un futuro relativamente próximo no acabe recibiendo protección patrimonial. Aporta demasiado a la imagen de la ciudad de Madrid«.