«Alegre» y «entierro» son dos palabras que no se suelen ver juntas, pero hay un momento del año en el que su excepcional proximidad queda justificada, y ese momento no es otro que el de la celebración del Carnaval.
Después de los disfraces, los bailes, los pasacalles y los desfiles, y como siguiendo la letra de una canción cuya melodía resuena en el imaginario popular –»No hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantando»–, cada Miércoles de Ceniza tiene lugar el tradicional Entierro de la Sardina. Un ritual que pone fin a varios días de fiesta y que se ha mantenido en el tiempo gracias a la Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina.
La leyenda popular: una partida de pescado podrido
Para encontrar los orígenes de esta costumbre hay que retroceder hasta el siglo XVIII: «El Entierro de la Sardina es consecuencia de un hecho que ocurrió en 1768», contaba hace unos años para Antiguos Cafés de Madrid el entonces vicepresidente primero de la cofradía, Enrique Orsi. «Carlos III, pensando que sus nobles no iban a tener suficiente alimento en la Cuaresma, ordenó un gran cargamento de sardinas en un puerto de Santander. Pero cuando llegaron a Madrid olían a cualquier cosa menos a sardinas«, relata.
La partida de pescado llegó en mal estado y, en un intento de darle salida, según continúa el cofrade, el rey se lo entregó a los madrileños, que en esos momentos pasaban una hambruna. Como respuesta a su ‘regalo’, que coincidió con la celebración del final del Carnaval, el pueblo «borracho, con ganas de juerga y con necesidad de meterse con el rey le salieron cantando, bailando y tomándole el pelo«.
El entierro, según la tradición, tuvo lugar en la ribera del Manzanares, en algún punto cercano a donde hoy se sitúa la Fuente de los Pajaritos de la Casa de Campo.
La escena fue retratada por Goya en su obra El entierro de la sardina (1808-1812), que forma parte de la colección de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. No fue la única escena popular que plasmó en sus lienzos, y siguiendo con la temática carnavalesca, otro ejemplo de ello es el cuadro que representa el manteo del pelele.
La Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina
Desde entonces hasta el presente –aunque con algunos periodos de ausencia durante los que estuvo prohibida su celebración–, se ha mantenido esta tradición por la que un alegre cortejo fúnebre acompaña al pescado (que es una talla de madera) hasta su destino.
Los cofrades, ataviados con su típica indumentaria –capa y la chistera–, comienzan su recorrido por la mañana por el Madrid de los Austrias desde la calle Rodrigo de Guevara, 4 (donde tienen su sede) hasta llegar a la plaza Mayor, donde se lee un pregón y tiene lugar una actuación musical.
El entierro en sí comienza por la tarde, partiendo de la ermita de San Antonio de la Florida, y lo hace acompañado del pasacalles de Gigantes y Cabezudos hasta el lugar en el que recibe sepultura: un acto en el que además del pescado se pretende enterrar también, simbólicamente, el pasado, y dar por finalizado el carnaval.
Esta cofradía ha sido la responsable de mantener viva la tradición desde su local del Rastro, perteneciente al anticuario Serafín Villén, primer presidente de la asociación. Allí conservan, además, los féretros con los distintos diseños que han paseado por las calles de Madrid desde 1967. Los miembros de esta peña son únicamente hombres, por lo que las mujeres cuentan con la suya propia: la Alegre Cofradía del Boquerón, que también participa del sepelio.
Sobre el veto femenino hablaba en El País en el año 1998 Antonio Hidalgo, el entonces vicepresidente de la cofradía: «Nos planteamos qué ocurriría si la alcaldía madrileña la ocupara una mujer, porque todos los regidores por el hecho de serlo son cofrades de honor. Si esto ocurre, haremos una excepción al veto femenino». Una circunstancia que, en la historia del consistorio madrileño, se ha dado dos veces: la primera con Ana Botella (2011-2015) y, la segunda, con Manuela Carmena (2015-2019).