Elegir solo diez obras de entre las 650 que se exhiben en la Galería de las Colecciones Reales es atreverse a escoger entre Rafael, Tiziano, Velázquez o Rubens. Pocos espacios nuevos —abrió sus puertas en julio de 2023— son capaces de reunir a los grandes artistas de la historia en un edificio excepcionalmente moderno con el que contrastan y que ha cambiado una de las vistas principales de la ciudad (la que se puede ver desde el río Manzanares).
Esta galería también ha sido una nueva ventana para entender la historia de Madrid. Además de que durante las excavaciones para la construcción del edificio se descubrió parte de la muralla árabe, algunos cuadros muestran edificios desaparecidos que fueron en su día emblemas de la ciudad, como el Palacio de El Buen Retiro.
1. El Palacio de El Buen Retiro
El Palacio de El Buen Retiro de Jusepe Leonardo es un cuadro en el que detenerse para imaginar otro Madrid. Como si se hubiera fotografiado con un dron, esta es una vista aérea del casi desaparecido Palacio del Buen Retiro y sus jardines. Inaugurado en 1634 por Felipe IV, muestra el conjunto palaciego central, diseñado por el arquitecto Alonso Carbonel. Destacan la plaza principal con la iglesia de San Jerónimo, patios como el del Emperador y la Leonera, el Casón y la Plaza Grande con el Salón de Reinos.
El palacio quedó en desuso con la construcción del Palacio Real en 1764 y se destruyó prácticamente durante la Guerra de Independencia contra los franceses, cuando el general inglés Wellington ordenó dinamitar la fábrica de porcelana y su fortín e incendió los almacenes de víveres situados en el palacio, dejando a la ciudad desabastecida. Fernando VII mandó derribar los restos que quedaban del palacio salvo por el Casón y el Salón de Reinos.
2. El arcángel san Miguel venciendo al demonio
El arcángel san Miguel venciendo al demonio está al final del recorrido, pero es una de las obras que más atención retiene. La escultura está entre las más relevantes de la hacendosa y talentosa Luisa Roldán, más conocida como La Roldana. La sevillana aprendió el oficio de su padre, el también escultor Pedro Roldán.
Al casarse creó su propio taller, aunque su independencia era limitada y tenía que firmar con el nombre de su marido Luis Antonio de los Arcos, ya que por ley una mujer casada no podía firmar los contratos de los encargos que recibía. Aun así, era vox populi que ella era quien hacía la mayoría de las obras, y la que desbordaba talento. Tanto que fue nombrada escultora cámara tras realizar esta escultura para Carlos II.
3. Piezas visigodas
La exposición comienza con los primeros reyes, como es lógico: los visigodos. Aunque la cruz y la corona que se exhiben son objetos del siglo VII y VIII no eran símbolos monárquicos, sino religiosos. Su preciosismo es un raro ejemplo de la influencia bizantina en la península. La cruz votiva (que suele ser un exvoto u ofrenda) forma parte del tesoro de Guarrazar, un descubrimiento de objetos visigodos en 1858 en Toledo. Hecha de oro sin ornamentación, lleva una inscripción que menciona a «Lucetius», un personaje del que no se tiene más constancia, pero se entiende que era relevante.
Está decorada con siete colgantes de oro, perlas y gemas azules. Fue regalada a Isabel II por uno de los descubridores y se exhibe junto a la corona votiva de Teodosio en la Galería de Colecciones Reales. A diferencia de otras cruces del tesoro, su simplicidad la distingue.
4. La armadura de Carlos I
Si tu Imperio Romano es el Imperio Romano, es probable que tu parte favorita de la Galería de las Colecciones Reales sea el dispendio de armaduras. La de Carlos I (arriba en la imagen) parte de una guarnición de guerra del armero imperial Desiderius Helmschmid en 1544, destaca por festones ojivales, grabados y dorados. Su diseño consideró la condición física del emperador Carlos I, marcado por la gota y el esfuerzo de la campaña militar.
Aunque fue forjadada para la cuarta guerra contra Francia, su comodidad llevó a que no fuera reemplazada. En 1547, se usó en la victoriosa batalla de Mühlberg contra los príncipes protestantes alemanes. El emperador la consideraba su favorita, vinculándola a campañas importantes, como reflejan obras de Tiziano, Pantoja de la Cruz y esculturas de León y Pompeo Leoni. Esta armadura se convirtió en un símbolo personal del emperador.
5. La primera edición de El Quijote
Seas bibliófilo o no ver una primera edición de El Ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha de Cervantes da una sensación de privilegio absoluto. Firmado arriba por un desconocido, P.A Rosseau, este libro fue un regalo a Alfonso XIII de su prima doña Luisa de Orleans, en mayo de 1921, y procedía de la biblioteca que sus padres, los condes de París, tenían en el castillo de Randan. Es por eso que tiene anotaciones en francés en las primeras páginas en los márgenes. Este es uno de los dos ejemplares que pertenecen a la Real Biblioteca.
6. Carlos IV de espaldas
Un cuadro pequeño, pero tan moderno en su composición que parece una foto intencionadamente robada de un influencer de lifestyle en Instagram. Quizás por eso es la obra que más repite entre las apariciones en la red social cuando se menciona a la Galería de las Colecciones Reales. En esta pintura que Juan Bauzil realizó en 1818 se intuye a Carlos IV de espaldas con una fina coleta anudada con un lazo, como era propio en la época, con unos bucles laterales y algunos pelillos despuntando en la coronilla que hacen, si cabe, más amable y fresco al cuadro.
7. Las columnas salomónicas
El barroco español toma forma en estas columnas recubiertas de lapislázuli de José de Churriguera. Están al inicio del recorrido, es lo primero que encuentras e impresiona su tamaño, cada columna mide 5,65 metros de altura y pesa casi 600 kilos. Creadas entre 1674 y 1678, formaban parte del retablo del altar mayor de la iglesia del Hospital Virgen de Montserrat en Madrid.
Carlos II consagró esta iglesia como el lugar de representación oficial en Madrid de la Corona de Aragón, ofreciendo además asistencia social. Tras la demolición de la iglesia en 1903, la mayoría del retablo fue trasladada al convento de Santa Isabel, pero estas enormes columnas salomónicas, hechas de madera de pino de Valsaín, se conservaron en el Palacio Real de Madrid.
8. El caballo blanco de Velázquez
El caballo blanco muestra que, entre sus muchas virtudes, Velázquez era previsor. Este robusto caballo blanco en posición de corveta, casi esperando a que lo monten, es uno de los tres caballos que Velázquez dejó en su estudio de la Casa del Tesoro a su muerte. Aunque sin jinete, la obra estaba casi terminada y posiblemente aguardaba la incorporación de un jinete o servía como modelo para retratos ecuestres. Es de hecho similar al caballo del Retrato ecuestre del conde-duque de Olivares que se encuentra en el Museo del Prado, pero en castaño.
La obra fue identificada como obra de Velázquez desde 1960, su alta calidad técnica y naturalismo demuestran la destreza típica del pintor. Y si al leer el título del cuadro de tu mente solo salía añadir «de Santiago» no has sido el único, porque posteriormente se le añadió la figura del santo blandiendo una espada, pero en la restauración de 1957 se eliminó para dejarla en su estado original.
9. La muralla árabe
En la construcción del museo en el que se iba a exponer las grandes obras que atesoraban los monarcas españoles se descubrió otro legado inesperado: los restos más antiguos de la muralla árabe de Madrid del siglo IX. En concreto se trata de una puerta fundacional que miraba al río Manzanares, documentada en dibujos del siglo XVI. Integrados en la museografía, estos vestigios históricos permiten entender más sobre los orígenes de Madrid.
En este tesoro, que ahora toma forma de sala en la Galería de las Colecciones Reales, se proyecta un audiovisual con un modelo 3D que reconstruye las murallas desde el primer castillo hasta el presente, permitiendo a los visitantes contrastar esta reconstrucción con los restos encontrados.
El hallazgo revela que la puerta tenía originalmente un arco de herradura con dovelas, probablemente pintadas en blanco y rojo, asociadas a la dinastía Omeya.
10. Salomé con la cabeza de San Juan Bautista
Es difícil que un Caravaggio deje indiferente, pero Salomé con la cabeza de San Juan Bautista es una de esas obras que por sí sola hace que merezca la pena la visita a la Galería de las Colecciones Reales. Es un cuadro con muchísima literatura y un tema que ha obsesionado a artistas y escritores (Flaubert u Oscar Wilde, por nombrar algunos): la decapitación de San Juan Bautista, con Salomé como figura central.
El cuadro da esa sensación de inmediatez, gracias a que mientras ella sostiene la cabeza del santo en una bandeja de plata, el verdugo aún sostiene la espada en la mano y una criada observa con solemnidad. Pintada durante el exilio de Caravaggio en Nápoles, destaca contraposición de la belleza de Salomé con la brutalidad de la escena.
La composición enfrenta la indiferencia de Salomé con la inocencia de la víctima, mostrando al verdugo sin ira, más bien con compasión, al igual que la criada. La pintura, una de las más importantes de la colección de Felipe IV, pero pasó por las manos de varios dignatarios antes de ser adquirido por Patrimonio Nacional.