Existe en internet una tendencia de la performance anodina. En los últimos meses ha proliferado la creación de cuentas que funcionan como agregadores de contenido. Personas de todo tipo aparecen haciendo cosas cotidianas y la acumulación de estos actos termina por ser cómica.
Un concepto que lo engloba y un nombre con una misma lógica léxica: metros.perder, tortillas.girar, piedras.tirar. Son todas parte de un recurso que es en sí mismo un ejercicio de sencillez y de sublimación de lo absurdo.
¿Lo quieres seguir? Sabes lo que te vas a encontrar: es casi lo opuesto a un clickbait.
En esa misma tendencia y con otro nombre (no es metro.leer) podría integrarse Gente leyendo en el metro. El nombre de la cuenta ofrece exactamente lo prometido: una actividad habitual tiempo atrás y desbancada por el uso de smartphones que se ha convertido en un fenómeno casi extraño.
La cuenta tiene un modus operandi bastante fácil de entender en un primer vistazo: foto de la persona que lee con la cara tapada, un caption que indica qué lee y si acaso la línea de metro en la que ha sido hallada tal imagen susceptible de ser captada por David Attenborough.
Gente leyendo en el metro es una cuenta que casi es más fiel a la realidad que un Estudio de Hábitos de Lectura o un Informe PISA de turno. No miente (al menos en la teoría) sobre sus hábitos quien se expone consumiéndolos. Flexea más de leer quien no lee que quien se expone leyendo, por decir de otra forma una cosa viejuna de una forma moderna.
Hay, además, una sensación de complicidad evanescente y por ende ultraefímera en el cruce de miradas (o sin él) con la persona que está leyendo un libro que tú has leído. Una conversación que solo tiene lugar en la cabeza de quien lo piensa y que no se empieza por a) miedo a ser pesado (por aquello de que en esta vida se puede ser de todo menos pesado) y b) no querer interrumpir a la persona que está leyendo.