
Casi podría pensarse que donde hay pintura amarilla podría haber un neón. O por lo menos que cumpliría la misma función. La fachada de Paperground, flamante librería del barrio de Chamberí, es amarilla porque “Medellín no es una calle de paso”, dice Margherita Visentini y Asier Rua añade: “lo hemos pintado de amarillo para ser llamativos y hay gente que viene atraída por el color”.
Margherita y Asier son dos colegas que se conocieron en un coworking en el que estuvieron trabajando cerca de cinco años. Ella es periodista y editora de una revista (Polpettas) y él es fotógrafo de interiores y fundador de una editorial (Rua ediciones). En el momento en el que coincidieron experimentaban las mismas etapas de la publicación de un libro –distribución, ferias, producción o eventos– y de alguna forma decidieron que la carga repartida entre dos era menor.
Otra cosa que decidieron o que al menos pensaron es la diferencia entre trabajar en un coworking a hacerlo en un espacio a pie de calle, donde “podríamos aprovechar para dar visibilidad a nuestros propios proyectos”, dice Margherita Visentini.
¿Qué es Paperground?
El bautizo de un espacio físico debe ser sintético al respecto de lo que el espacio quiere mostrar. Por eso Margherita y Asier estuvieron cerca de un mes y medio pensando en los posibles nombres. “Nos enfocamos en la palabra Playground y de Playground vino Paperground con la intención de dar la idea de que es un espacio en el que queremos jugar y experimentar con productos editoriales independientes”, dice Visentini.
Asier Rua toma esta idea y añade: “queremos recoger iniciativas editoriales que sean muy parecidas a las nuestra con gente que está jugando con la idea de papel”. La intención, de algún modo, es convertir al propio libro en el objeto expositivo.
La palabra “expositivo” no es baladí: Paperground se convierte desde este mismo jueves en una suerte de sala de exposiciones. Y lo hace empezando con la obra de Ricardo Cases, fotógrafo alicantino que trabaja con la autoedición y que publica obras independientes.
Al respecto dice Rua: “Hemos puesto en el rotulo la palabra galería para elevar el valor del libro: lo que cuesta hacer un libro”. Y Margherita Visentini lo pone en contraste recordando entre risas una anécdota con un cliente que entró y dijo que : “lo que tenéis cuesta mucho… y verdaderamente hacer un libro no cuesta mucho porque lo pones en la máquina y empieza a hacer copias”.
¿Qué se puede encontrar en Paperground?
Las estanterías de Paperground –que son obra del diseñador valenciano Fernando Avellana– albergan revistas y libros muy difíciles de encontrar en cualquier otro sitio de Madrid. ¿Un ejemplo? Margherita Visentini escoge Pasarela, una revista española, semestral y de reciente creación y cuyo primer número está centrado en la arquitectura de Barcelona.
Asier, por otro lado, escoge Quando a Tróia era do povo y lo define como un libro “que ha sido súper raro de traer”. El libro lo edita la escuela secundaria de Setúbal y trata la península Tróia, un lugar que Rua compara con el Levante español y concretamente con un hecho “se cargaron los paisajes naturales” y añade: “el libro recoge cómo era la zona antes del boom”.
La cuestión de visitar Paperground, en cualquier caso, parte de la necesidad de dejarse recomendar, de ojear y de descubrir revistas en las que la tipografía es el punto de partida para hacer contenidos de largo aliento. O publicaciones de psicología en las que cada número se basa en un estado de ánimo. O iniciativas editoriales desarrolladas en Madrid como Ctulhu, que es la cristalización libresca del Institute for Postnatural Studies.