
Puerta del Sol bien podría ser el epítome de la percepción colectiva de las plazas madrileñas. En verano, trazamos rutas alternativas más largas porque atravesarla a 40ºC bien te puede dejar al borde de la insolación; en invierno, buscamos otros caminos porque la masificación te obliga a andar como si estuvieras en un paso de Semana Santa.
Las plazas madrileñas son un auténtico tema: más pensadas para el paso y para el consumo en terrazas que para la conversación. Quizás en aras de evitar esto último, el desarrollismo urbano de Madrid ha llevado a que la belleza de muchas de ellas sea cuestionable.
El granito en sustitución de lo arbóreo y la hostilidad como nota común. Es recurrente en redes sociales leer referencias Sol y a su uso más turístico que madrileño –¿qué madrileño va a Sol solo porque hace tiempo que no lo visita? Jacinto Benavente también aparece frecuentemente mencionada como un estándar de fealdad. Hoy recopilamos algunas de las plazas menos bonitas de esta nuestra ciudad.
Plaza de Salvador Dalí
Es la plaza que nos guía hasta el Movistar Arena (antiguo WiZink Center) y en la que esperan –e incluso acampan– los fans de los diferentes cantantes y grupos que dan un concierto en la capital. Recibe el nombre plaza de Salvador Dalí porque está presidida por el «Dolmen de Dalí», un conjunto escultórico monumental ideado por el artista surrealista. Sin embargo, lo único verdaderamente surrealista es que alguien diera el visto bueno a semejante construcción.
Supuestamente la obra es un homenaje a la ciencia –ficción, espero– y la gran estatua del centro representa a Isaac Newton. O eso dicen. Probablemente si el físico levantase la cabeza y viese tremenda escultura en su honor, la teoría de la gravedad que ideó le vendría de perlas para caerse de espaldas del espanto. Menudo horror.
El resto de la plaza no es más agradable: es un descampado de hormigón o cemento o algo similar, tan anodino como antiestético. Lo único bonito del espacio son las caras de ilusión de las personas que esperan para ver a su artista favorito. Cuando no hay conciertos, todo en este lugar es potencialmente deprimente. Aunque hay esperanza: se esperan obras para el próximo año. Esperemos que la remodelación de la plaza mejore un poquito el entorno.
Plaza de Jacinto Benavente
El mayor delito de la plaza de Jacinto Benavente no es que sea fea (que lo es un rato), sino que provoca justo la sensación contraria a la que toda plaza debería generar: en lugar de dar ganas de quedarte en ella lo que quieres es que el trance pase lo más rápido posible. Y escapar tampoco es fácil.
Está configurada de tal manera que circular por ella es un absoluto caos en el que cada día se ven implicados peatones, terrazas, coches y autobuses. Un Triángulo de las Bermudas madrileño en el que a uno le desaparecen las ganas de vivir. Ahora, hay que reconocerle la coherencia de albergar también uno de los edificios más feos de Madrid: el Centro Gallego.
Plaza de la Luna
Wikimedia Commons
Lo primero que hay que saber sobre esta plaza es que si la buscas en un mapa con ese nombre no la vas a encontrar, en realidad esta es la plaza de Santa María Soledad Torres Acosta, pero se la conoce como plaza de la Luna, por los antiguos Cines Luna, que cerraron en 2007. Está detrás de Gran Vía y siempre ha sido gris e históricamente ha tenido cierta fama de conflictiva. Aunque ahora no hay peligro ninguno, de hecho es habitual que haya niños jugando a la pelota (lo cual se agradece frente a las hordas de turistas).
Originalmente, justo este espacio estaba ocupado por el Palacio de Monistrol, que fue derribado en 1970 —en esa época también se derribó el Palacio Xifré— y desde entonces se convirtió en un punto de venta de droga, delincuencia y prostitución, hasta 2007 cuando se reformó la plaza. El lugar continúa siendo no lugar que no convence: la piedra, los desniveles, la multitud de cosas variopintas, entre ellas un parque infantil que da pena y unos árboles raquíticos la hacen poco amable.
La plaza de los Cubos
Con esta plaza ocurre lo mismo que con la de la Luna: nadie la llama por su verdadero nombre. En verdad, este espacio frío ubicado a la sombra del edificio de la Torre de Madrid, lleva por nombre la plaza de Emilio Jiménez Millás, uno de los fundadores de Falange Española. Con este dato en una mano, y la Ley de Memoria Histórica en la otra, al pasear por esta insípida plaza nos toparemos con terrazas de diferentes franquicias y con la estatua que le da ese nombre por el que todos la conocemos.
Se trata de Reflexiones, del escultor Gustavo Torner, obra abstracta creada como una superposición de cubos en acero. Se instaló aquí en 1972, con objeto de darle un toque moderno a la plaza. No sabemos si en la época lo consiguió, pero hoy en día es un icono aislado que pasa sin pena ni gloria ante el vaivén de transeúntes que van a los cines Renoir Princesa, se toman una jarra de cerveza en uno de esos sitios sin alma o bajan las escaleras de las galerías para llegar a los Golem.
Hace no mucho, alguien quiso pintar (otra vez con aires de modernidad) las galerías subterráneas que van a dar al paseo de la fama patrio, en la calle Martín de los Heros. El proyecto CUBOS Madrid pretendía la transformación artística de este espacio reuniendo a 15 creadores. Duró unos días, si acaso unas semanas, antes de convertirse en objeto de grafiteros y suciedad. Pero, al menos, es protagonista cada noche en la intro del programa La Revuelta.
Plaza Colón
¿Por dónde empezar? Está pegado a la plaza Margaret Thatcher –ejem–; el Museo de Cera está por ahí casi como circo de los horrores; cerquita también anda una rana con extraña función decorativa que recuerda a Cristiano Ronaldo y que teóricamente debe abandonar la plaza; un banco de Norman Foster que se veía mejor en los renders que en la realidad; una bandera española de dimensiones pantagruélicas preside la plaza; la cabeza de Jaume Plensa –que lleva años amenazando con irse–; las torres conocidas como el enchufe que ahora parecen parte de un anuncio de Neutrex Futura; el propio Colón; cada cierto tiempo la plaza principal se convierte en espacio público-privado para que Rosalía vaya a patinar sobre hielo con Ralphie Choo.
La plaza de Colón representa una rareza indefinible nacida de la unión de dos conceptos: horror vacui y urbanismo. Es imposible meter tantos elementos en tan pocos metros cuadrados. El pastiche por el pastiche, la definición de que más siempre es poco.
Artículo escrito a diez manos por: Isabel Nieto, Alberto del Castillo, Miguel Sánchez, María F. Carballo y Elena Francés.