A principios de 2015, miles de negocios de la Comunidad de Madrid se vieron obligados a echar el cierre como consecuencia del llamado Decreto Boyer, con el que finalizaban las prórrogas de los contratos de renta antigua de locales comerciales. La medida afectó especialmente a negocios familiares que, al no poder renegociar sus alquileres al alza, bajaron la persiana para siempre.
En febrero de 2015, la cifra de comercios tradicionales desaparecidos ascendía a unos 6.500, según los datos manejados por la Unión de Profesionales y Trabajadores Autónomos (UPTA). Paco Graco –que es en parte el nombre del colectivo Patrimonio Común de Gráfica Comercial y en parte antropónimo, por un guiño a un rotulista de la familia de dos de sus miembros–, comenzó su labor a finales de 2014, «ante ese tiendicidio».
Desde entonces y hasta ahora han rescatado, recopilado y restaurado 200 rótulos comerciales de Madrid, y parte del resultado de ese trabajo se puede ver desde este jueves en forma de instalación en la fachada de la sala de ensayos y conciertos Gruta77 (calle Nicolás Morales esquina calle del Cuclillo), en Carabanchel.
El rótulo comercial como patrimonio
Alberto Nanclares, uno de los miembros del colectivo –que completan Mercedes Moral, Jacobo Cayetano y Guillermo Borreguero–, explica que su inquietud por rescatar estos rótulos no procede del diseño, sino de una cierta forma de ver la ciudad: «No es una cuestión estética, sino de historias, de narrativas. Nos interesa mucho más la historia del rótulo que el rótulo en sí, y mientras a alguien le importe será importante conservarlo. Por eso nos gusta mucho el rótulo feo, amamos los rótulos feos«.
La ciudad, tal y como la entienden, es una ciudad viva, en transformación, hecha de capas superpuestas. «Estamos muy en contra de la nostalgia», continúa Nanclares. «No quiero que volvamos al tiempo de mis abuelos, pero sí me parece importante reconocer su valor: los rótulos pueden ser cutres o feos, pero forman parte de una historia. Y para nosotros es importante la guerra contra una idea única de ciudad. Tiene que ser múltiple, siempre, porque la ciudad es un relato colectivo.»
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Aunque en España ya existían –y existen– iniciativas en esta materia, Nanclares señala que se mueven especialmente en el campo de lo teórico, de la recuperación tipográfica o la documentación a través de la fotografía – «un trabajo maravilloso» en base al cual montaron la Red Ibérica en Defensa del Patrimonio Gráfico en 2020–, pero no en el de la conservación del objeto en sí.
«Había colecciones privadas, como la de los rótulos de Manolo, que conocerán los aficionados a esto. Era una colección increíble de rótulos de vidrio del Mercado de Torrijos, sobre todo. Pero al hombre lo echaron de casa porque le subieron el alquiler, la tuvo que malvender y se disgregó», recuerda.
Alberto interrumpe un momento la explicación para pedir unos tacos fischer del 8, «un par de ellos, na más», en la ferretería en la que nos encontramos. Minutos antes, en la puerta del Gruta77, Guillermo Borreguero le había avisado de que les iban a hacer falta para terminar de fijar la placa explicativa que acompaña a Hij_s de Rojas, el nombre de la instalación, que se iluminará todas las noches hasta el mes de abril.
Un árbol genealógico de 80 años de comercio en Madrid
Javi Cruz ha sido el artista responsable de dar forma a este homenaje a las familias de Carabanchel y de otros barrios de Madrid, que han habitado y formado parte de la ciudad en los últimos 80 años: «Hicimos este poema, este texto en forma de árbol genealógico con los apellidos de estas familias, entendiendo que la ciudad es un texto que heredamos y el cual podemos editar, sobreleer, traicionar o reconfigurar de algún modo«, explica el artista.
Siendo coherentes con el relato de ciudad que defienden –colectivo–, la instalación lo es también desde su propio nombre: está construido a base de los rótulos rescatados de una galería comercial en Quintana («Hij_s», en su día «hijas», antes de que se borrase la «a»), de las Tintorerías Benidorm («de») y de la relojería joyería Rojas. En total el mosaico lo componen:
- LÓPEZ – Mi Tienda López 1960s- 2000s. General Ricardos 35, Carabanchel.
- CONSUELO– Géneros de Punto. 1960s- 2000s. General Ricardos 82, Carabanchel.
- PAJARES – Sastrería Pajares. 1960s- 2011. Inmaculada Concepción 20, Carabanchel.
- ROJAS – Joyería Relojería. 1960s – 2010s Calle Canarias 30, Arganzuela.
- RUIZ – Fajas Ruiz. 1967 – 2010s. Espoz y Mina 1, Centro.
- LOZANO – Bar Lozano – 1970s – 2016. San Joaquín 14, Centro.
- MARÍN – Bar Marín. 1970s – 2017. Sánchez Preciado 22, Moncloa – Aravaca.
- SÁNCHEZ – Frutería Luis Sanchez. 1964 – 2010. Galería alimentación Quintana, Ciudad Lineal.
- SANTIAGO – Lámparas Santiago 1960s – 2018. Batalla del Salado 1, Arganzuela.
- LI – Resturante Chino 1990s – 2018. Antonio López, Usera.
Esta instalación forma parte de «Madrid Creativa», un proyecto de activación urbana liderado por la Fundación IED del Istituto Europeo di Design y financiado por el Área de Economía y Hacienda del Ayuntamiento de Madrid. Para llevarla a cabo, Paco Graco ha contado también con la colaboración de la Asociación Carabanchel Distrito Cultural y la Asociación Ecosistema ISO.
No es la primera exposición que organizan, puesto que en 2019 reunieron algunos de sus rótulos en el Centro Cultural Casa del Reloj y su voluntad es configurar, en el futuro, un museo permanente.
Paseantes con propósito
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Para encontrar los rótulos en peligro de extinción hacen rondas y dedican mucho tiempo a pasear por Madrid. «A mí me mola esta idea de que si pasas mucho tiempo en la calle, lo más seguro es que te pase algo bueno«, dice Nanclares quien, a renglón seguido, añade que la mayoría de ellos, si no todos, los han rescatado en el momento.
En esta tarea cuentan con aliados como @retreros, que también ha acudido a la inauguración. Le gusta pasear por la ciudad «olfateando» y les va dando chivatazos de los rótulos que podrían necesitar de su intervención, algo que animan a hacer a todo aquel que se cruce con algún rótulo en riesgo de desaparecer. «Falta tomar conciencia de que los rótulos son algo patrimonial, parte del perfil cultural de la ciudad y el barrio. Dan identidad y forman parte de la historia que la gente tiene con ellos. Por eso es importante conservarlos», argumenta.