La denominación de un baile castizo de origen escocés que te permite ganar un quesito en el Trivial o un restaurante ya desaparecido de la Cava Baja. ‘Schotis’ es la respuesta posible a varias preguntas, entre las que se encuentra el nombre de la churrería neocastiza que ha abierto en el barrio de Chamberí (Santa Engracia, 55).
La razón que justifica la colocación del prefijo ‘neo’ delante de ‘castiza’ se comprende rápidamente al visitarla o al echar un vistazo a su cuenta de Instagram. Y es que como ya ocurriera con la música y el baile homónimos –de escucha obligada el neochotis de Variedades Azafrán con Livianas Provincianas que canta contra el acoso callejero o ‘El Chotis‘ de Alpargata & Ombligo–, aquí lo castizo no solo se reivindica, sino que se reinventa.
Madrileña y moderna
En Schotis nadie nos recibe con mantón o parpusa, pero la chulería madrileña, en este caso, se palpa en el arrojo del proyecto. Sandra Martínez de Luco, arquitecta y uno de los pilares del proyecto, trabajaba como gerente de promociones. Al llegar la pandemia, se quedó en paro.
«Cuando las mujeres llegamos a los 50 años somos invisibles para el resto del mundo. No encontraba nada, así que junto a una socia busqué algo que de verdad me moviera a levantarme por las mañanas. Esta idea me encanta, ha sido un cambio brutal».
Ese espíritu también se nota en el espacio y la decoración, algo para lo que han contado con el estudio de arquitectura y diseño ACIERTA. Entre claveles rojos y azulejos blancos han ideado un espacio «clásico pero moderno» en el que todos los detalles están pensados al milímetro: como las curvas y bóvedas, que recuerdan a la propia forma de lazo del churro.
En ese sentido el concepto funciona como una suerte de diagrama de Venn donde Schotis sería el espacio donde la modernidad y el Madrid más castizo confluyen: desde su logo (inspirado en un clavel) hasta el nombre («parece ser que antiguamente era ‘schotis’, pero cuando se popularizó el baile la gente no sabía pronunciarlo y se quedó en chotis»), pasando por sus elaboraciones y el local donde las venden.
‘Fritters’: ceci n’est pas un churro (tradicional)
La reinvención de lo castizo, como decíamos, llega hasta la cocina, donde vienen a demostrar que hay otras formas de elaborar y presentar este producto de toda la vida hecho a base de harina, agua y sal. Al resultado lo han llamado ‘fritters’, y si del chotis se dice que «es callejero y verbenero» esta churrería no podría ser mejor ejemplo.
Bajo esa etiqueta, ‘fritters’, la carta incluye churros de lazo, porras, ‘mads’ (churros rosca mini), ‘schotis’ (como las flores manchegas) y ‘pichis’, un guiño que sirve para designar a la versión mini de los churros de siempre –en cajas de 12, los sirven bajo el nombre de «verbena de pichis»–.
Cuando se piensa en verbena se piensa en verano, en fiesta popular, en música, en color. Y es ese último detalle, el color, lo que remata los ‘fritters’: se pueden pintar con multitud de coberturas –chocolate negro, con leche, blanco con matcha, caramelo o ‘pink’ (chocolate ruby)– y decorar con ‘toppings’ como fideos de colores, nubes, Oreo o perlas de chocolate.
La carta se completa con otros productos como los ‘cojonudos de Montejo’ y diferentes bebidas (chocolate espeso o ligero, café, infusiones o zumo de naranja). La imagen es digna de la mejor de las fotos de Instagram y, si existiese un equivalente madrileño al filtro Valencia, seguramente se parecería mucho a esto.