De entre todos los secretos que esconden las calles Madrid, los trampantojos son unos de los que más desapercibidos pasan en el día a día. Desde los más discretos, aquellos que se mimetizan con el mar de ventanas, hasta los más coloridos y llamativos, estos ejercicios de ilusionismo hacen un arte del paisaje urbano madrileño. El término que los acuña procede de la expresión francesa trompe d’oeil. Como su propio nombre indica, las piezas de esta disciplina pictórica juegan con las perspectivas en un intento de tenderles una trampa a los ojos de los viandantes que las contemplan.
El objetivo de sus artistas es siempre el mismo: simular que aquello que representan es un elemento real del entorno. Puertas donde no las hay, escaleras que no conducen a ningún sitio, nuevas calles y un largo etcétera de trucos que construyen una versión onírica de la ciudad. Se trata de una técnica cuyo origen ya se remonta a la Antigua Grecia, pero que alcanzó su época dorada durante el Barroco, cuando los trampantojos se utilizaban como elementos decorativos en iglesias y otros monumentos.
Los trampantojos urbanos de Madrid
Actualmente el callejero madrileño cuenta con múltiples trampantojos urbanos que muestran escenas cotidianas, crean ventanas inexistentes o prolongan calles y edificios. Precisamente esta última es la finalidad de uno de los más reconocibles de la ciudad, el de la plaza de los Carros, en el barrio de La Latina. A simple vista cuesta diferenciar cuál de las dos fachadas del edificio es la verdadera. Se dice que las personas que figuran asomadas en los balcones ficticios eran vecinos reales que le pidieron el favor al muralista.
El genio es Alberto Pirongelli, un artista de Mérida nacido en 1942 que consagró su carrera al arte del trampantojo. De hecho, su firma está detrás de otras piezas distribuidas por Madrid, como es el caso del de la de calle Montera y la de la de calle Don Pedro. No obstante, la localidad de Navalcarnero concentra la gran mayoría de su obra.
Uno de los trampantojos más impresionantes puede encontrarse en la calle del Sombrerete del barrio de Lavapiés, en la Casa de la Vela. Consiste en un reloj de sol que abarca toda la fachada y que marca la hora gracias a las sombras que avanzan progresivamente durante las horas de luz. En su centro está retratada una mujer tendiendo la ropa de cuyo balcón parecen emanar las agujas del reloj. Fue un encargo del arquitecto Javier de la Vega Regatillo a Ángel Aragonés en 1985.
Suyo también es otro de los más famosos, ubicado en la calle de la Cruz, en el Barrio de las Letras. A pesar de que la pieza representa una calle irreal, en ella figura el Edificio Telefónica, uno de los emblemas de Gran Vía.
La calle de la Sal, una de las desembocaduras de la plaza Mayor, también cuenta con uno de estos tesoros obra de Antonio Mingote. El artista permite echar un vistazo al interior del edificio a través de sus balcones ficticios, en los que cobran vida los personajes de la novela Fortunata y Jacinta. También hay otros trampantojos que hacen del camuflaje la clave de su arte, tales como el de las falsas ventanas de la calle Segovia y el de la calle de San Quintín. El de la plaza del Comandante las Morenas era un caso similar, pero tal y como señala la cuenta @ArteEnMadrid en Twitter, este trampantojo y su jardín vertical desaparecieron recientemente.