La Estación de Atocha, la más importante del país, es uno de esos elementos del paisaje madrileño que se dan por sentados, como si estuvieran ahí por derecho propio, ajenos al trajín de la historia.
El número de pasajeros que la estación mueve se cuenta en millones. Aunque la mayoría de estos tránsitos se producen en la red regional de Cercanías Madrid, anexa a la estación.
Fue a mediados del siglo XIX cuando, a la luz del boom del ferrocarril, comenzó a levantarse esta emblemática construcción que al principio tan solo era un embarcadero y que desde que se inauguró el tramo de alta velocidad entre Madrid y Sevilla, en 1992, ha transportado a alrededor de 360 millones de viajeros.
Aquel edificio original, levantado en 1851, se convertiría en la Estación de Mediodía en 1892, luciendo tal y como luce la estación de hoy, una combinación de vidrio, hierro, ladrillo y columnas. Aún puede adivinarse el nombre de la empresa, Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante (MZA), por entonces dueña del edificio.
En 1941 el edificio pasaría a ser propiedad del Estado tras la nacionalización de los ferrocarriles, y ya en 2005, tras la escisión de RENFE (Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles) en Renfe Operadora y Adif, la estación quedó en manos de la segunda, empresa estatal responsable de gestionar las infraestructuras ferroviarias.
Hacia los años 80 del siglo pasado, Atocha empezó a colapsar. La llegada de Cercanía y su red de trenes regionales trajo un aumento de viajeros que la estación no podía sostener, por lo que fue necesaria una remodelación que se inauguraría en 1992 y que constituye un macrocomplejo equivalente a cuatro estaciones en una.
Su interior además acoge un jardín tropical gigante integrado por 7.000 plantas de 400 especies diferentes procedentes de América, Asia y Australia. El jardín, que buscaba revitalizar la estación tras la llegada del AVE, sobrevive gracias al efecto invernadero generado por su estructura metálica y acristalada con inquilinos inesperados: las tortugas que la gente fue dejando y que han creado un ecosistema masificado del que, en ausencia de depredadores, son las reinas. No es esta sin embargo la única de las curiosidades de Atocha.
¿Lo próximo? Cuatro vías subterráneas que conectarán en 2023 el AVE entre Atocha y Chamartín. Más importante sería desvelar por qué la gente se empeña en comer dentro de la estación pese a saber la estafa que supone.