La situación bien puede recordar a una canción que suena y suena en la radio o en anuncios, pero desconocemos su título y su autor. O a la de un actor habitual en papeles secundarios de muchas series y del que tampoco sabemos su nombre. Las obras de Basket of Nean, artista urbano que principalmente trabaja en Madrid, no van firmadas pero su estilo es absolutamente inconfundible. Sus obras suenan, se identifican, se fotografían, algunas incluso hacen gracia, pero no todo el mundo reconoce su autoría.
Hace cuatro años que el tramo de las fachadas que se ubica por encima de nuestras cabezas se empezó a llenar de mosaicos. Basket of Nean, con una canasta como símbolo, empezó haciendo grafiti y se pasó a las pegatinas: “probé con la técnica del mosaico hace cuatro años”, dice a este medio el artista urbano, que prefiere responder por mail para mantener la distancia entre Basket of Nean y la persona que verdaderamente está detrás de las obras.
Misión: cambiar el aspecto de Madrid
Basket of Nean tiene varias misiones y también justificaciones para hacer lo que hace: “uno de mis principales objetivos es el de cambiar el aspecto de la ciudad o de una calle determinada”. La voluntad de cambio no está vacía, sino que encuentra un disparador en el típico gris de Madrid: “Me aburren los colores monótonos de algunos muros, por ello considero el arte urbano esencial en una ciudad”.
Su trabajo también requiere de una investigación previa. Como un laboratorio o una gestación de la obra no solo vinculado a la obra en sí. El equivalente del diseño del espacio expositivo en un museo: “En el arte urbano es necesaria la fase de exploración de la propia ciudad para saber dónde poner los mosaicos. Son sitios que elijo cuidadosamente pensando en la mayor visibilidad y durabilidad de la obra”.
Al respecto, podría decirse que Basket of Nean tiene dos formas de trabajo. La gratuidad y la relación con el entorno. Mejor explicado: tan pronto te puedes encontrar con una suerte de topo bajo el letrero de la calle Hilarión Eslava como puedes ver un irlandés en la calle de los Irlandeses. Al respecto: “La forma de arte que más me gusta es la que interactúa con el propio entorno, pero es difícil hacerlo de manera continua”.
Un trabajo desagradecido
La idealización de museizar la calle a fin de cuentas es eso: un ideal con relativo apego a la realidad. Si Basket of Nean quisiera buscar su primera y su última obra tendría que hacerlo en la galería de su teléfono. Ambas han desaparecido –un buen eufemismo para decir que han sido eliminadas.
La primera estaba en Chueca, en la calle Augusto Figueroa: “duró bastante, hasta que hace un par de años la pintaron”. La última, dice, tampoco se encuentra: fue colocada en la calle Santa Isabel, frente al museo Reina Sofía, “aunque creo que ya no está”.
Algunas, incluso, no llegan a vivir 24 horas. Colocó un mosaico con unas flores encima de una floristería –el refuerzo lógico de sus obras es otro tema importante–, le hizo una mala foto cuando aún era de noche y dice que volvió a la mañana siguiente y ya no estaba. “Apenas duró unas horas”, escribe Basket of Nean.
¿Dónde está Basket of Nean?
Basket of Nean, que ha puesto sus piezas incluso en las paredes de Sidney, no ha dado ninguna pista sobre quién es en los cuatro años que lleva trabajando: “no quiero unir mi identidad a la obra”. Se diluye la autoría y cualquiera puede imitar un Basket of Nean sin que mucha gente supiera cuál es el original.
Hay, sin embargo, otro motivo por el que se justifica esta decisión: “el arte urbano está penalizado por las instituciones: yo a ojos de un policía o juez soy un vándalo”.
Es por ello por lo que no deja de ser irónico que desde el absoluto anonimato haya alcanzado la meta artística más genérica. Que no es trascender ni vivir de ello: sino que haya un vínculo interno, que exista un sello propio y que cualquiera que lo vea en un paseo por Lavapiés pueda decir: “mira, aquí hay otro Basket of Nean: sácale una foto que no sabemos cuánto va a durar”.