Al poco de llegar, una de nuestras primeras conversaciones con Elisa Paredes, que es de Madrigalejo y regenta el restaurante del Hogar extremeño (cuarta planta de la calle Gran Vía, 59), es en referencia a los precios de los cubatas unas plantas más arriba:
–Pero Elisa, si en las azoteas de Gran Vía están vendiendo los gintonics a 20€
–¡Y yo las copas nacionales las tengo a 6€!
La propia distinción entre alcohol nacional y de importación apela a un costumbrismo más propio de la década pasada que a los bares que abren ahora. Y es una buena metáfora de lo que es el Hogar Extremeño.
El bautizo es un arte, como bien representa la cuenta de Twitter Masters of Namings. Y estirando la metáfora de lo artístico, en el caso del Hogar Extremeño, es un arte realista y nada figurativo: el restaurante que nos ocupa es un hogar y es extremeño.
Un hogar…
La sensación al entrar (sin metre que te reciba, siendo necesario subir en ascensor, con pocas indicaciones, puertas cerradas) recuerda más a la de entrar en casa de tu abuela que a la de vivir una experiencia gastronómica –ahora que una comida en Casa Fulano también es una experiencia gastronómica.
Al fondo un salón que parece una pista de baile, en las paredes un crisol decorativo más propio de una película ochentera de Almodóvar que de cualquier otra cosa, un cuadro con unos chavales de algún equipo de fútbol extremeño, cerámicas en el techo con la bandera de Extremadura, frescos del folclore extremeño bajo el aparato de aire acondicionado.
No hay horror vacui, pero casi.
En ese oteo general que se hace con las palmas de las manos sosteniendo los riñones uno se encuentra con un balcón que avisa de que solo caben dos personas. Elisa ve hacia donde se dirigen nuestras miradas y nos lo dice: “yo lo llamo el balcón del fumador y es el mejor balcón porque desde él ves toda la Gran Vía”.
Las cosas por su nombre, como dijo el rapero.
… y Extremadura
El Hogar Extremeño acostumbra a acoger eventos en los que se Elisa alimenta a los asistentes como lo haría un familiar. La semana pasada y tras un evento reciente, Un sereno –la cronista no oficial de la villa– publicaba un tuit elogiando las virtudes de la cocina de este sitio y con ese pretexto decidimos acercarnos conocer su cocina.
Desde 1951 en Gran Vía 59, 4 planta: el Hogar Extremeño
(podéis/debéis subir a comer o cenar. Precios económicos) pic.twitter.com/VLpX5wLRdX
— El Sereno de Madrid (Sonia) (@Unsereno) July 18, 2023
El triunvirato que define la cocina de Elisa (con experiencia junto a su marido en otro restaurante llamado Salamar) lo conforman A) las migas, que es lo que más se pide B) los callos, culpables de que haya gente que peregrine a comerlos al menos una vez al mes y C) el cocido, que lo prepara los miércoles y al que en verano nos podemos aproximar mediante sus croquetas de puchero. ¿Algo más? Sí, menú del día a 14€.
Si hubiera que hacer una criba (algo que nadie nos ha pedido) y quedarnos con un plato, la selección apuntaría a los callos. Nosotros los probamos con garbanzos y es más fácil definir su calidad por los hechos que por las impresiones. Se sirven en un puchero y acabamos metiendo la mano en el propio cazo para rebañar.
Más arriba las cartas de algunos sitios (azoteas, rooftops) son una oda a la internacionalidad mal interpretada (tequeños congelados, hamburguesas reguleras, gyozas de rabo de toro), la visita al Hogar Extremeño funciona casi como viaje en el tiempo. Tal es la desconexión con el mundo digital que ni el número de reservas que aparece en Google es el correcto (vayan y para reservar, llamen a este número 918619477).
Pero no vayan en agosto, que se encontrarán con un restaurante cerrado: visítenlo en lo que queda de julio o ya en septiembre.