Esta historia comienza con un debut premonitorio: las actrices Irene Doher y Paloma García-Consuegra (más conocidas como la Reme y la Berta de Livianas Provincianas), actuaban por primera vez frente al público como cupletistas en El Umbral de Primavera allá por 2016, interpretando a dos modistillas que vivían en una modesta habitación-taller de la calle del Tribulete.
Curiosamente, este “vivero cultural diverso” se sitúa en la calle de la Primavera, 11 (Lavapiés). Muy cerca de un destartalado garaje que, a finales del siglo XIX, acogía el teatro Barbieri. Fue allí donde los cronistas de la ciudad sitúan el origen del cuplé en España, el escenario en el que se interpretó La Pulga por primera vez en nuestro país.
Esta señal divina de la geografía madrileña no será la única que conecte a las cupletistas del siglo XXI con sus predecesoras de finales del XIX. Actualmente (próximas fechas: 22, 29 de noviembre y 6 y 13 de diciembre), se encuentran presentando su show Mírame en el Café Naves del Teatro Español en Matadero.
En su tercer show, las Livianas Provincianas han probado, por fin, los almíbares del éxito: vienes a Matadero tras una «gira mundial, global, sideral«, haber ganado bien de parné, hacer una portada de Interviú, llenar su armario de flamantes vestidos, plumas, lentejuelas, joyas y tener su propio club de fans. Pero, ¿es oro todo lo que reluce? En Mírame (nombre tomado de la famosa canción de Celia Gámez) las Livianas Provincianas vuelven al cuplé y a la canción popular homenajeando a las divas del destape, de las vedettes y los sinsabores de la fama.
¿Cómo era el Madrid del cuplé?
La Reme y la Berta han convertido ese Café Naves del Teatro Español en una suerte de café cantante, como los que poblaban Madrid hace dos siglos. Aquellos en los que las sicalípticas primigenias contoneaban su cuerpo y performaban ganando adeptos y detractores (Unamuno, por ejemplo, escribiría sendos reportajes sobre ese Madrid invadido por números abyectos, como si de una plaga se tratase).
Nada más lejos de la realidad: esos bajos fondos de supuestos teatrillos mohosos y ambiente denso eran lugares de creación, de apertura, de arte y de libertad. De mujeres (La Fornarina, la Chelito, la Goya…) y transformistas (como el cartagenero Edmond de Bries), que triunfaban en el escenario, que conseguían sueldos inimaginables para la época y una independencia extraordinaria para la mujer. Y esto fue lo que llamó la atención de Irene y Paloma y les hizo crear una compañía teatral de cupletistas contemporáneas.
“Nosotras nos conocimos en la Universidad Carlos III y allí descubrimos el repertorio de cuplés, con un cabaret que hicimos con Jesús Barranco. Nos fascinó reencontrarnos con un pasado que no sabíamos que estaba ahí y que nos apelaba mucho más que ese en sepia, mohíno, que habíamos estudiado. Fue como sentir que no perteneces a tu familia y, de repente, encontrar a un tío perdido y decir: ah, que de aquí vengo, es que es igual que yo”, cuenta Irene Doher.
“Lo de la visión feminista de nuestras actuaciones como Livianas Provincianas no podía ser de otra manera. No nos lo hemos planteado como ‘vamos a hacerlo así’, sino ‘vamos a hacerlo como somos nosotras’. Y nosotras somos personas contemporáneas, feministas”, aclara García-Consuegra.
Además, los cuplés siempre han tenido «mucha reivindicación feminista y de clase”, en palabras de Doher, con letras en las que se hablaba claramente de la masturbación femenina y de convertirse en las reinas del cotarro: de tomar decisiones por sí mismas.
Así algunos de ellos se convirtieron en canciones prohibidas, como ‘La Sindicalista’ que cantó Carmen Flores: “La mujer debe de ser como yo pienso ni soltera, ni viuda ni casá. Igualdad, fraternidad, legalidad. Reparto de los bienes. Y aquí no ha pasao ná”. El Madrid de los cuplés era el Madrid de la reivindicación.
Paloma (la Reme), dice de ese Madrid que era “un sitio de oportunidades, muy enraizado con lo que es hoy también; un lugar en el que nadie es de aquí. Las mujeres de provincias, como nosotras las Livianas Provincianas, venían a buscar oportunidades”.
“Si la Reme y la Berta viviésemos en el siglo XIX seguramente seríamos modistillas, por supuesto. La biografía de las Livianas Provincianas la hemos sacado de las letras de los cuplés (que están llenos de modistas, porque era de los pocos oficios a los que podían aspirar las mujeres). Ganaban dos duros y soñaban con cobrar lo que cobraban las grandes divas de la Apolo (que se lo gastaban en ponerse el pelo rubio, en conducir un descapotable por todo Madrid o en ser empresarias…)”, cuenta Irene Doher (la Berta de Livianas Provincianas).
Los cafés concierto que ya no existen
Esta libertad cantada se daba, irónicamente, solo entre cuatro paredes y en el refugio de la noche. El boom del cuplé, que se inició como una práctica «lúbrica» a finales del siglo XIX, mal visto por las señoritas y señoritos de bien, pasó a ser cultura de masas en los años 20, con letras más mainstream, más “cómodas” para todos los públicos. Y así llegaron a los grandes teatros y espacios burgueses.
Destacamos algunos salones, music halls, cafés conciertos (pocos sobreviven, muchos desaparecieron) que trazan un mapa por el pasado de un Madrid en el que se buscaban pulgas y se frotaban higos. Todos ellos (y muchos más) recogidos en esa biblia escrita por Gloria G. Durán que es Sicalípticas: el gran libro del cuplé y la sicalipsis (editorial La Felguera). Un Madrid que Durán define como “de la lentejuela mal cosida y de las calles en cuesta, el Madrid de la chistera y la boina, de la pipa y del tabaco de liar”.
Teatro Apolo
Denominado en este libro como “la catedral del género chico”, fue el lugar en el que la Fornarina trabajó incansable hasta su muerte con 31 años en el sanatorio del Rosario en Madrid. Hoy, todavía podemos visitar su tumba y rendirle homenaje en el cementerio de San Isidro.
Teatro Circo Price
Aquí debutó la Cachavera, en compañía de una ya consolidada Fornarina. El Circo Price estaba situado en lo que era la plaza del Rey y, como señala Gloria G. Durán en el libro, “era un lugar ideal para la sicalipsis y ese amenazante sinfín de estrellas descocadas y lúbricas”.
Kursaal o Cine Madrid
Un curioso espacio que fue frontón, ring de boxeo pero también cine y café concierto (y uno de los más alternativos). Aquí la Fornarina estrenaría La Primavera, actuaría la Chelito e, incluso, la mismísima Mata Hari. Hoy en día, el edificio sigue en pie en la plaza del Carmen esquina con la calle Tetuán y alberga una gran tienda de electrodomésticos y tecnología.
Trianon
“La catedral del género ínfimo (…)” que nació en la calle Alcalá en 1911, en esa época en la que el cuplé ya era de todos con espectáculos menos “escandalosos”. Inaugurado con una actuación de La Goya, con su “refinamiento” se convirtió en la antítesis de la Apolo.
Nuevo Romea
La competencia del Trianon en la calle Carretas. Según Gloria G. Durán, puede que fuera de los más antiguos (de 1903). Aquí actuaron la Bella Belén, la Chelito o la Fornarina.
Cine Encomienda
En la calle del mismo nombre en el barrio de Lavapiés. Lugar que Durán denomina como “cochambroso” y en el que la dramática Raquel Meller fue estrella absoluta.
Los salones
Curioso que en un Madrid “color sepia”, el cuplé se interpretaba en salones con nombre de color, como el Bleu y el Rouge (muy próximos entre sí en la calle Alcalá). Pero también estaban el Salón Japonés, Salón de Billar, el Happy House…
Salón Chantecler
Un clásico de la primera década del XX que, además, es ejemplo de esa mujer empresaria. La Chelito, tras recorrer media Europa y regresar de Cuba, compró un solar en la plaza del Carmen y mandó construir este salón que hoy ocupa el teatro Muñoz Seca.
Las noches del cuplé
Damos un salto temporal, ya que este café cantante fue uno de los últimos supervivientes en Madrid. Situado en el número 51 de la calle de la Palma, nacía en 1978 gracias a su dueña y cupletista, Olga Ramos. Cerraría en 1999, el último suspiro del cuplé.
¿Y hoy en día? ¿Qué queda? “Lo cierto es que hay una revisitación más desde el estudio y la investigación, con libros como el de Gloria G. Durán o ¡Ay, campaneras!, de Lidia García”, apuntala Irene Doher.
Quedan, eso sí, las Livianas Provincianas, que siguen el legado de mujeres como Olga Ramos: “Ella se hacía con un repertorio antiguo y lo revisitaba en términos del Madrid de los 60-70 y desde el humor. Una cupletista tiene que jugar con sus armas y saber qué es lo que la diferencia del resto. Nosotras nos basamos en el humor, la interpretación, y la interacción con el público”, remata Paloma.
Quedan, también, algunos locales con escenarios improvisados (como ocurre en ese Hipócritas Bar-Teatro que nos chiva Paloma) en donde el cabaret, el vodevil, el cuplé, lo drag y lo que surja, vuelve a reinar.