En el imaginario colectivo madrileño impera una máxima: todo se encuentra a 20 minutos de cualquier otro lugar. No importa dónde está el punto A ni por supuesto el punto B, la duración máxima para salvar dos puntos es de 20 minutos. La percepción es como la autoconsciencia de un Golden retriever que se imagina más pequeño de lo que verdaderamente es.
Y aunque esos 20 minutos incluyen cualquier opción de transporte (de ir en pie a ir en taxi), no se acerca al modelo de la ciudad de los 15 minutos, un concepto urbanístico acuñado en 2016 por el científico franco-colombiano Carlos Moreno –premiado con galardones como el Premio Mundial de Innovación Urbana.
La reivindicación de la ciudad de los 15 minutos es más o menos recurrente desde la pandemia. Igual que su presencia en el debate público. Sobre todo, desde que la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, lideró la transformación de la capital francesa bajo esta bandera para dotar a los barrios de equipamientos básicos y necesarios.
¿Qué es la ciudad de los quince minutos?
En la pregunta está la respuesta. La ciudad de los quince minutos es un modelo urbano que plantea ubicar todas las necesidades urbanas a quince minutos (andando o en bicicleta) de cualquier otro lugar. Hay quien lo define como una ciudad dentro de cada ciudad.
Se trata de una propuesta que lucha contra la expansión urbanística, contra las ciudades jardín y contra la necesidad imperante de usar el coche. En reportaje publicado en Bloomberg Dan Hill, director estratégico de Vinnova, habla de este modelo como una respuesta postraumática. La ciudad de los quince minutos sería la forma de reconstruir una ciudad golpeada por la especulación inmobiliaria, el turismo de masas y la pandemia.
Pero en un sentido más terminológico, Carlos Moreno habla de una ciudad en la que cada persona puede ir a donde quiera sin necesidad de gastar una hora para satisfacer una necesidad. Este modelo de barrio se articularía en siete funciones urbanas de las que habla Moreno: habitar, trabajar, hacer sus compras, acceder a la salud, la educación, la cultura y el descanso en armonía con la naturaleza próxima.
¿Se puede aplicar la ciudad de los quince minutos a Madrid?
La adaptación a cada núcleo urbano es todo un mundo y cada ciudad sigue su camino. No hace falta irse a otro país para ver qué modelos urbanísticos reciben elogios. Barcelona, por ejemplo, ha sido premiada en distintas ocasiones por las ya famosas súper manzanas. Pontevedra lleva años trabajando en esa dirección y el último fallecido por atropello es de 2011.
El precepto de los quince minutos se adapta a muchos de los barrios céntricos de Madrid, pero no tanto a barrios periféricos y residenciales. Ana Montalbán, arquitecta especializada en Urbanismo y Secretaria Técnica de la Red de Ciudades que Caminan, lo define así en un reportaje de Huffington Post: “es un término nuevo para un concepto viejo”.
Rita Maestre, candidata a la alcaldía de Madrid, adelantó ayer su programa electoral y propuso un gasto de 5.500 millones de euros en las dos próximas legislaturas con el fin de que “cada barrio funciona como una pequeña ciudad dentro de una ciudad”.
La ciudad de los quince minutos, entonces, más que una entelequia o una inversión cortoplacista es una carrera de fondo. Dice la urbanista Jane Jacobs en Muerte y vida de las grandes ciudades que “las ciudades son un inmenso laboratorio de ensayo y error, fracaso y éxito, para la construcción y el diseño urbano”. Y lo cierto es que algunas ciudades de otras partes del mundo (también Álava) ya han servido de laboratorio para un modelo que ha prosperado o está prosperando.