El mobiliario práctico de un mundo que ya no existe suele retirarse de la ciudad poco a poco. Es el caso de las cabinas telefónicas: Algunas permanecen, pero solo se quedan para cumplir una función simbólica: en Madrid tenemos la que recuerda la película de Antonio Mercero, en Barcelona una que hace las veces de biblioteca y en Berlín hace más de una década que un artista las empezó a convertir en discotecas.
Benjamin Uphues es el artista en cuestión. Incorporó sistema de sonido, láser y altavoces a las cabinas, las tiñó por fuera y de repente se convirtieron en una atracción turística dispuesta a servir para batir récords. Uphues cuenta en un reportaje de Traveler que la mayor cantidad de personas que han entrado asciende a diez.
A las puertas de las de Berlín, por cierto, se forman colas finde tras finde; la de Madrid apenas era conocida por unos pocos privilegiados hasta que la usuaria Madrid4U subió un post a Instagram.
El jardín del Goethe-Institut en Madrid (calle Zurbarán, 21) acoge la única Teledisko que se puede encontrar fuera de Alemania. La compró el director del propio instituto, la llevó a México y luego la trajo a Madrid.
Su uso –a diferencia de las cabinas que encontramos en Berlín– es completamente gratuito. Dentro, además de altavoces, hay cámaras que graban la performance de quien tenga bien a entrar y un sistema que te envía a tu correo el resultado de los bailes sin ningún coste.
Previamente, por cierto, habrás podido elegir la canción que quieres que suene: la Teledisko del Goethe-Institut está conectada a Spotify –a diferencia de las berlinesas, que funcionan más bien como un karaoke con una limitación determinada.