Pongámonos en situación. Imaginemos una feria antigua, popular, de principios del siglo XX: una de esas en las que el cinematógrafo se exhibía como uno de los grandes inventos del momento junto a extraños artilugios, atracciones como tiovivos o coches de choque, tómbolas y, cómo no, barracas de feria.
Entre ellas, y viajando por las fiestas de todo el país desde el año 1945, estaba la barraca itinerante del feriante valenciano Antonio Plá: ‘Fantasía animada’. Con una herencia asimilada del arte y de la tierra de los ninots –y una posible inspiración en otra barraca levantina, el ‘Pabellón artístico’ de los hermanos Valle–, Plá «construyó –sin estudios, pero con gran ingenio y habilidad– ya no solo una máquina muy dura que fuese capaz de aguantar horas y horas de funcionamiento, sino una auténtica obra de arte quizá sin llegar a ser del todo consciente de ello«.
Son palabras de Pepe Luna, uno de los últimos técnicos –junto a Paz González– que sabe cómo ponerla en funcionamiento y que lleva décadas recibiendo al público que se acerca a ver el espectáculo con un «¡Pasen y vean el Teatro de Autómatas!». Un reclamo, acompañado de sones cubanos de entre 1940 y 1960 como banda sonora, al que le lleva poniendo voz más de media vida. La misma que amenaza con fallarle, por una afonía, el día de la entrevista. Sin embargo, no la pospone: el mensaje que tiene que dar, considera, es importante.
Fue en las manos de Plá donde el Teatro de Autómatas –nombre actual de su ‘Fantasía animada’, que hasta 1992 también se llamó ‘Hollywood’– cobró vida por primera vez, en forma de espectáculo con unos actores y actrices poco convencionales: tallas de madera que se movían de forma autónoma y gesticulaban gracias a una maquinaria oculta bajo el escenario recreando la ilusión, el intento, de la vida mecánica. Haciendo posible la magia del asombro con el que solíamos mirar el mundo cuando solo éramos niñxs.
La barraca fue de feria en feria con la familia Plá hasta los años 60, cuando pasó a manos de la familia Simó –también feriantes– de Águilas (Murcia). El nieto del comprador, José María Simó, rearmó la carpa, la hizo más transportable simplificando la maquinaria e introdujo la mítica camioneta Avia 5000. Con ella recorrería las ferias populares del país desde los años 70 hasta un año clave: 1992.
Aquel año, la barraca se cruzó en el camino de Gonzalo Cañas, un actor y titiritero conquense que se enamoró de este teatro de marionetas sin hilos y no solo se aseguró de su supervivencia y de convertirlo en lo que es hoy –el único espectáculo popular de este tipo que sigue en funcionamiento en el mundo–, sino que quiso regalárselo a todxs lxs madrileñxs.
Gonzalo Cañas: el alma del Teatro de Autómatas
Cañas se volcó entonces en un proceso de recuperación y puesta a punto de la barraca como un gran espectáculo cultural y se rodeó de un equipo en el que le acompañaron, desde los inicios y hasta el final, Pepe Luna –que lo conoció por mediación de Francisco Porras Soriano, titiritero del Retiro– y Paz González.
Las mismas Navidades del año 92 el teatro salió al encuentro del público, por primera vez, en un contexto diferente al de la feria, en la madrileña plaza de Dalí –actualmente avenida de Felipe II, donde se levanta el WiZink Center–. «Entraron a verlo 20.000 personas, a 250 pesetas cada una«, recuerda Luna.
Cañas y su equipo comenzaron una gira que les llevó por los festivales más importantes de España, Francia y otros puntos de Europa, entre ellos Titirimundi –un festival de la marioneta en Segovia– o el Festival Mondial des Théâtres de Marionnettes de París.
Gonzalo Cañas reinvertía todo el dinero que iba consiguiendo «en poner más guapa la barraca», cuenta Pepe. Una tarea en la que también estuvieron implicados artistas como el poeta Juan Carlos Mestre –que pintó todos los murales de la portada y ayudó a la confección de las leyendas que hay encima de cada escenario– y el pintor Luis Pita, responsable de los dioramas que están encima de los autómatas.
Un retrato de la época
El espectáculo de los autómatas era, en su día, un reflejo de la sociedad de la época. Hoy, adquiere el estatus de documento histórico único, atravesado por la mirada de Plá: entrar en la barraca es como hacerlo en un túnel del tiempo.
«Una vez pasas la orquesta de la entrada, en el interior hay 10 escenarios donde Plá mezclaba su ironía personal con pequeños chistes en cada escena. Hay desde cuadros de costumbres hasta autómatas como magos o animales», señala Luna.
No obstante, encuentra conexiones y relecturas desde el presente: «En la escena del peluquero, por ejemplo, tanto él como el limpiabotas están acosando a la mujer. Está reflejando un momento, el machismo que todavía dura, y lo está criticando de algún modo exponiéndolo. Es otro valor que tiene: igual Plá no lo hizo con esa conciencia, pero ha trascendido«.
A esa escena se suman otras con magos, cabareteras, figuras del circo….Y también algún guiño: «Cuando vimos a Antonio Plá en Alcoy conocimos a su mujer, Pepita. El parecido con la odalisca que está debajo del nombre del teatro era innegable: estaba tan enamorado de su mujer que le hizo una figura».
Cronología del pasado, presente y futuro del Teatro de Autómatas
Al morir Gonzalo Cañas, en 2012, donó esta pieza de arqueología teatral al Ayuntamiento de Madrid para disfrute de todxs lxs madrileñxs. Se hizo efectiva en 2014 y ese año la barraca se instaló en el patio de Conde Duque. Después, un silencio que duró cuatro años.
Fue hasta 2018, cuando Manuela Carmena aprobó que se sometiera al teatro a un proceso de reparación, reposición y puesta a punto. Esas Navidades se volvió a exponer en Conde Duque.
En 2019 cambió la alcaldía y dio comienzo un lustro en el que el Teatro de Autómatas permanecería guardado en los almacenes municipales del Circo Price: lejos de la vista del público, el movimiento se detuvo y la música se apagó, dejando a Rita La Caimana y a su orquesta sin nada que bailar.
En 2022, a Pepe se le encargó la elaboración de un manual de más de 700 páginas explicando el montaje, desmontaje, mantenimiento y funcionamiento del teatro: «Tienen la herramienta, faltan las personas. La máquina es muy bonita, pero solo si los seres humanos están detrás. Yo me he ofrecido como tutor para formar a uno o dos directores técnicos y poder transmitir los conocimientos de Paz y los míos, para cuando ya no estemos», afirma.
La situación se prolongó hasta las Navidades de 2023, cuando el nuevo equipo de Cultura del Ayuntamiento decidió exhibirlo en Matadero, una decisión que Luna aplaude y califica de «positiva». Lo mismo parecieron pensar las 2.400 personas diarias que fueron a visitarlo, formando largas colas los días que estuvo expuesto.
El Ayuntamiento, preguntado por este medio acerca del destino de la barraca, responde que se encuentra en el proceso de búsqueda del espacio más adecuado y que para ello está «barajando todos los espacios a disposición del Área de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid y otros que no son del propio Ayuntamiento y que puedan acoger este teatro, con dimensiones suficientes para llevar a cabo su montaje y para que quede instalado».
Mientras eso ocurre, el Consistorio –tal y como adelantaba a Madrid Secreto hace unos días– lo exhibirá de forma temporal «encajándolo dentro de la programación de algunas fiestas y actividades culturales como son Navidad y San Isidro, y otras posibles durante el otoño».
En cuanto a la petición de Luna de que se convierta en un teatro más de la red de teatros municipales madrileños, y que por tanto se le destine un presupuesto, el Ayuntamiento sostiene que seguirá haciendo «las inversiones que considera necesarias para conservar esta joya artesanal de los años 40» y acercarla «a los ciudadanos».
Con la mirada puesta en el futuro, Pepe cree que sería aconsejable que el espacio en el que se instale el teatro –Matadero, idealmente– cuente también con contenido acerca de la historia de los títeres y los autómatas (desde los griegos hasta la robótica), como talleres y exposiciones interactivas. Y con una frase que es al mismo tiempo una convicción firme y un deseo, termina: «El teatro tiene que estar donde está la gente. Ojalá cuando me jubile pueda venir a verlo como espectador«.