
«¡Tantos años luchando por Madrid y me voy por la puerta de atrás!«, lamentaba una ya mayor Olga Ramos, la ‘Reina del Cuplé’, aquel junio de 1999 en el que se vio obligada a abandonar después de casi veinte años el que fue su local en la calle de la Palma. Más o menos el tiempo que ha transcurrido desde entonces hasta que nos encontramos con su hija, Olga María Ramos, una tarde de mayo en el jardín de su casa.
Entre sus pies juegan y se enredan sus perros Polka, Zipri (en honor a su padre) y Pipa –»todos adoptados», matizará en varios momentos a lo largo de la entrevista–, mientras con sus gestos dibuja en el aire ese templo de la música castiza que fue Las noches del cuplé y que se anunciaba así en un cartel de la época: «Madrid ya tiene su rincón en Palma, 51». Un rincón de Madrid en Madrid.
«El público se sentaba aquí», dice señalando un punto del jardín reconvertido momentáneamente en la zona de mesas del local, junto al escenario. «Es donde en su día estaban las vacas, porque antes de ser lo que era Las noches del cuplé fue una lechería».
Las noches del cuplé
Antes de ser lo que era también fue entre 1968 y 1974 el restaurante-espectáculo El último cuplé –como la película de 1957 de Juan de Orduña, protagonizada por Sara Montiel–. Allí Olga Ramos comenzó como violinista hasta que un cliente del Gran Café Universal –donde actuaba junto a su marido, el músico y compositor Enrique Ramírez de Gamboa «El Cipri»– la reconoció y le pidió que cantara La Mariblanca. «El resto de artistas se acabaron yendo porque solo querían oírla a ella«, recuerda su hija.
El dueño del local, que era músico, puso a su disposición un archivo con partituras antiguas y fue entonces cuando, en las manos y en la voz de Olga Ramos, aquella música que había triunfado a principios del siglo XX y que había caído en el olvido volvió a sonar. «Ella hizo una labor importantísima rescatando cuplés que no habían vuelto a cantarse. Rescató el género, no se limitó a cantar», narra Olga.
En el 74 el dueño del local falleció y, aunque se llegó a abrir algo similar, no funcionó y tuvo que cerrar. Entonces, en un desarrollo de los acontecimientos que en Madrid resulta tan trágicamente familiar como actual, el destino de la que había sido una meca de la música autóctona pasaba por convertirse en un restaurante de comida rápida. «Una hamburguesería, concretamente», puntualiza.
«A mi madre le daba muchísima pena, así que invirtió lo que había ganado en su último viaje a México para alquilar el local y comprar la decoración». Las noches del cuplé ya estaba en marcha y entre 1980 y 1999 el cuplé y el chotis interpretados por Olga –acompañada de su inseparable pianista Magda Martín (alias Fortunata)– reunieron a un público entregado noche tras noche, como se puede escuchar en esta grabación del que ella llamaba el «chotis-protesta» Si te casas en Madrid, obra original del Cipri.
En 1999, con la muerte del propietario del local, los herederos del inmueble pusieron fin al alquiler y las presionaron para que se marcharan cuanto antes: «Fue un atentado contra la cultura madrileña», sentencia Olga. Ángel del Río, periodista y cronista de la Villa, escribió que «cuando se cerraron Las noches del cuplé a Madrid se le paró su viejo corazón«.
El Museo del Cuplé: un homenaje «a las que lo consiguieron y a las que se quedaron en el camino»
Las Ramos –a las que ya por aquel entonces se podía ver cantando juntas, a pesar de las reticencias iniciales de la matriarca, y a las que se les conocía cariñosamente como Las Olgas– apenas tuvieron tiempo de recoger sus cosas y meterlas en bolsas. Así, guardadas y ocultas, permanecieron durante mucho tiempo hasta que en 2006, un año después de que muriese su madre, Olga María decidió desempolvar esa parte de su historia familiar –esa parte de la historia de Madrid– para convertir una de las estancias de su casa en el Museo del Cuplé y de las Ramos.
La mayor parte de la colección la constituye el mobiliario de Las noches del cuplé, a lo que se suman los instrumentos de sus padres, muchas fotografías, premios, partituras, los trajes de su madre, abanicos, una pianola del siglo XIX y mantones de Manila, muy antiguos, entre los que se encuentra uno isabelino de seda natural del siglo XIX: «Me emociono mucho porque los ha tenido ella puestos, y ahora hago así [se coloca el mantón] y me abraza», recuerda conmovida.
Este año, por primera vez, parte de la colección se puede ver hasta el 15 de junio en una exposición abierta al público en el Centro de Arte de Alcobendas (calle Mariano Sebastián Izuel, 9), bajo el nombre Olga Ramos: la gran dama del cuplé.
El valor de la colección no reside solo en los objetos, sino también en la reivindicación que supone del género del cuplé –»Fue una auténtica crónica de su época, porque muchos se basaban en noticias o hechos de actualidad, como El sátiro del ABC«–, y de todas aquellas mujeres que lo interpretaron: las cupletistas.
«Cuando hablas del cuplé todo el mundo piensa en Sara Montiel, que fue una gran estrella. Pero ya no se habla de La Bella Chelito, Raquel Meller, La Goya o La Fornarina –a quien, por cierto, El Cipri dedicó una preciosa letra en su cuplé La Sinventura–:
Si bajas a la feria de San Isidro
acércate al recinto de los silencios
donde bajo amapolas y azules lirios
duerme la Fornarina su sueño eterno.
Puede ser que su lindo polichinela,
al que ella cantando dio movimiento,
vele fiel su descanso,
cual centinela,
mientras penden sus hilos del firmamento.
«Es una injusticia que esas mujeres, que fueron diosas, estén tan olvidadas. Mientras yo viva siempre estaré nombrándolas. Siempre«, asegura Olga. «Eran mujeres valientes que se lanzaban a un escenario muchas veces por necesidad económica y casi todas empezaban haciendo cuplé ínfimo, que era el más picaresco. Casi verde», explica Olga María.
El escenario les permitía cantar con picardía e ingenio (para esquivar la censura) sobre temas como la sexualidad o la masturbación, aunque el género también tenía otras vertientes como el cuplé sentimental, el dramático, el cómico o el de actualidad.
Olga Ramos no se limitaba a cantar: durante sus actuaciones hablaba también abiertamente de temas como la discriminación de la mujer. En Colón 34, por ejemplo, denuncia: «Entonces como las mujeres estábamos descriminás, amos, marginás, las que trabajábamos fuera del hogar creían que lo llevábamos en la frente. Y de eso nasti monasti». Francisco Umbral dijo de ella que «a cada cuplé Olga Ramos le pone un pie de página». «Era una cronista de Madrid», añade su hija.
Un museo para disfrute de lxs madrileñxs
Olga María, que ha seguido los pasos de su madre, también es cupletista y, además, se autodenomina «cupletóloga» (porque también estudia, divulga y escribe sobre el género): «El cuplé es cultura. Evoca una época y su importancia musical es enorme: por la variedad de estilos que tiene, los ritmos que lo acompañan… No se puede perder. Y aquí estoy yo, defendiéndolo».
En esa incansable defensa ha hecho prácticamente de todo: actuar, dar conferencias cantadas, escribir un libro (De Madrid al cuplé: una crónica cantada, al que se sumará otro), montar el museo, abrir el blog Del cuplé a la revista («en el que no he vuelto a entrar porque se me han olvidado las claves») e, incluso, ir a Got Talent (se puede ver un fragmento en TikTok). Todo para darle visibilidad al cuplé.
Su sueño, sin embargo, pasa por considerar lo siguiente: no debería ser una responsabilidad individual poner en valor y divulgar sobre algo que es parte del patrimonio cultural y musical de Madrid. Es por eso que pretende que su colección pase a formar parte de un museo en el que puedan disfrutar de ella todxs lxs madrileñxs.
Además, también considera importante que haya algún lugar donde se pueda ir a ver y escuchar cuplé y chotis: «Tú vienes a Madrid y quieres conocer la ciudad: quieres verla, saborearla, olerla, tocarla… ¿Y el oído? No hay un lugar donde se escuche música madrileña, y Madrid necesita su música«, sostiene.
En los últimos años han surgido proyectos interesantes liderados por jóvenes que rescatan el género y lo actualizan y tienen en común otro rasgo: abordarlo desde una óptica queer: es el caso de Livianas Provincianas (que se definen como «cupletistas rurales, yeyés y queer»), del podcast y el libro ¡Ay, campaneras! de Lidia García (@thequeercañibot) e incluso desde el ámbito del drag se ha introducido junto a la copla como parte de su repertorio musical.
Sobre la vertiente más clásica del género, de la que Olga María es su más representativa defensora en la actualidad, concluye: «Como decía mi madre, me retiraré cuando tenga arrugas en la voz. Pero si no me dan la oportunidad de enseñarlo, de cantarlo, de exponerlo… se olvidará el cuplé. Y yo quiero ser la penúltima cupletista, no la última«.