La infalibilidad de Google es casi un dogma que no refuta el tablao Villa Rosa. La realidad digital y la que se ata a la calle están disociadas: el buscador te dirá que el tablao más antiguo de Madrid está “cerrado temporalmente”. Cruzar el dintel del número 15 de la plaza Santa Ana –de lunes a jueves a las 19:30h y viernes, sábado y domingo a las 19:30h o a las 21h– dirá lo contrario.
“Para nosotros es un orgullo poder tener esta sala que respira historia por todos lados: era una pena que se perdiera y se convirtiera en un restaurante o una tienda de ropa”, dice por conversación telefónica Ivana Portolés, flamante propietaria del Villa Rosa, que ha reabierto tras cerrar oficialmente en febrero de 2021. Portolés gestiona desde hace 28 años otro de los tablaos más importantes de Madrid –el Cardamomo– y firmó el contrato que le une a Villa Rosa el pasado 1 de marzo.
La reapertura se produjo el 8 de abril, como anticipaba Rafael Manjavacas en deflamenco.com. Se reabre pero no se reinaugura, algo que recuerda a celebrar un pronóstico reservado. “Queríamos rodarlo un poco”, dice Portolés en referencia a “ver los errores cuando empiezas en un nuevo espacio”.
La nueva propietaria del Villa Rosa hablaba de una fecha –el 5 de mayo– como de un día redondeado en el calendario. El primer jueves de mayo iba a reinaugurarse oficialmente el Villa Rosa, pero una serie de obras en la calle –relativas a unas intervenciones en el aparcamiento de Canalejas– hacen que nuevamente no haya fecha para la reinauguración oficial.
Cosas del destino
Al recapitular todos los factores que han tenido que alinearse para que Ivana Portolés se haya hecho cargo del Villa Rosa uno piensa en paciencia, en maldiciones o en la ambigüedad de la palabra suerte. Portolés habla de destino.
Una breve genealogía lo resumiría así: un empresario gestiona el Villa Rosa, lo pone en traspaso un año después de la pandemia, Portolés se interesa, le dicen que ya se ha firmado un contrato de alquiler, iba a abrir un restaurante temático, el contrato está firmado seis meses, se echan para atrás, ponen otro cartel, Portolés se interesa, le dicen que ya se ha firmado un contrato de alquiler –alguien de Barcelona–, esa persona se echa para atrás.
En ese momento el propietario de Villa Rosa contacta con Portolés, que pone euforia a la decepción y prudencia al éxito “cuando emprendes una acción así de grande te da mucho miedo, pero cuando se cae te quedas con las ganas”. También dice: “luego nos dio el vértigo: es una sala muy grande, con un nombre centenario”.
La experiencia es un grado
En la conversación con Portolés se deducen varias cosas de la experiencia que le dan tres décadas dedicadas al flamenco. La primera conclusión, quizás, es la paciencia. Remite constantemente a expresiones como el paso a paso, dice que “cualquier negocio necesita tiempo” y habla de sembrar. Sobre esto último es especialmente ilustrativa una práctica llevada a cabo en el otro tablao: “en Cardamomo hemos hecho muchas cosas con niños, enseñándoles a aprender flamenco a través de una beca”.
La paciencia también cristaliza en la fe en lo que se hace con independencia de la audiencia y el resultado: “desgraciadamente, el negocio se sostiene con el público extranjero, no es fácil apreciar el flamenco más puro sin haberlo visto antes”.
La nueva apuesta del Villa Rosa, entonces, va en esa dirección: en el sello de calidad. Portolés sabe de lo que habla y presume de ello: “en Cardamomo hemos subido el nivel artístico en el tablao y ahora en Madrid hay un nivel altísimo. Otras salas han tenido que subir la oferta”.
Una nueva era para el Villa Rosa
La experiencia de Portolés y su equipo –Juan Ñares es el programador y Antonio Canales, el nuevo director– también redunda en la voluntad de ofrecer un espectáculo más profesional. Mientras pasa el tiempo hasta que se anuncia a bombo y platillo la inauguración, el Villa Rosa se pone guapo: cambia de ubicación el escenario, cambia el equipo de sonido, cambian las luces, cambian las tablas y cambian las divisiones del público –para que todo el mundo tenga visibilidad.
Lo que para cualquier otra persona sería medio plazo, para Portolés es largo plazo: “hasta que no se consolide el negocio de los espectáculos es peligroso meterse en más cosas”. ¿Más cosas? Sí, como por ejemplo abrir de día y contar al público la historia del local, dar comidas o hacer actividades para el entendido. “Un poco más adelante haremos ciclos de guitarra o de cante jondo y no tanto de baile”. Al respecto de estos ciclos –que se harán en la parte de arriba–, Portolés dice: “no es para ganar dinero sino para perder poco”.
Por el momento, hasta que eso llega, los vecinos y los parroquianos del Villa Rosa le agradecen a Ivana Portolés que sean ellas quienes lo gestionen: “hemos evitado que se convierta en cualquier franquicia”, dice la nueva propietaria del primer tablao flamenco de Madrid.