Hay elementos que dentro de su contexto habitual tienen toda la lógica del mundo, pero fuera de él son hechos noticiosos. Es el caso de un pulpo en un garaje o de una estantería en un parque. La estantería –las estanterías– es de ladrillo y cerámica y lleva cien años en el parque, pero el mero hecho de verla siempre es sorpresivo. No hay estanterías en parques, sí las hay en el caso del parque más famoso de Madrid y las Bibliotecas Populares del Retiro.
Y menos estanterías con una utilidad comunitaria y con un uso e historia que se remonta a la década de entre 1926 y 1936. En aquellos años surgió en Madrid el servicio de Bibliotecas circulantes y de los parques de Madrid, un servicio que –según cuenta Memoria de Madrid– nace “sin puertas y sin guardianes”, más tarde con chapa para cerrarlo por las noches y con bibliotecario, luego para caer en desuso y finalmente (tras ser reacondiconado en 1994) termina siendo un sistema de autogestión.
La iniciativa llegó de la mano de Ángel Osorio, quien se inspiró en otras prácticas similares en ciudades como Sevilla y otras urbes europeas. Y en su puesta en práctica en Madrid primero desembarca en el Parque del Oeste y en el Retiro. Antes de la Guerra Civil llegó a haber hasta seis estanterías de ladrillo repartidas por toda la ciudad.
Ahora solo quedan dos y ambas están en El Retiro. Una en los Jardines de Herrero Palacios –antigua Casa de Fieras– y otra cerca de la fuente del Ángel caído.
Una función social transbibliotecaria
La consolidación de este formato de bibliotecas populares dependió también del hecho de ser más que una biblioteca. Aquí no se iba solo a encontrar narrativa. Beatriz Cortel, escritora, cuenta en una entrada de su blog que “en 1930 incluso se añadieron libros de bachillerato para estudiantes sin recursos”. Además de libros se podían encontrar juguetes que ponía el Ayuntamiento de Madrid a disposición de los niños.
Las Bibliotecas Populares del Retiro hoy
En el momento de su fundación, un lema lideraba la estructura “estos libros, que son de todos, a la custodia de todos se confían”. La misma idea tiene continuidad en la segunda década del siglo XXI pero con forma de anglicismo. El término que define la funcionalidad de las bibliotecas populares es el de bookcrosing: coges un libro, lo lees y lo depositas en el mismo sitio o en otro distinto. Así, el libro sigue estando confiado a la custodia de todos.