No ha hecho falta ni que estuviera un trimestre abierto. En apenas unas semanas, EMi ha sido reconocido por la Guía Michelin como uno de los espacios más prometedores de la escena madrileña. Lo hace sin estrellas (aún), pero sí con una mención que no pasa inadvertida: no es habitual que un proyecto tan reciente se cuele en el radar con semejante claridad.
Detrás de esa cocina está Rubén Hernández Mosquero, chef extremeño con un recorrido internacional que explica, en parte, la solidez del proyecto. Pero lo que realmente distingue a EMi no es el currículo, sino la convicción con la que está planteado: un solo menú degustación de 14 pases, sin carta ni alternativas, que se despliega como un recorrido personal, técnico y emocional.
El espacio, en pleno Chamberí, es contenido, casi austero. Todo apunta hacia el plato, donde se cruzan ingredientes y referencias de Corea, Dinamarca, Japón o Extremadura, como una trayectoria emocional por las cocinas que ha pasado Rubén Hernández.
Un cocinero de vuelta, un sumiller consagrado
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Rubén Hernández Mosquero ha pasado por algunas de las cocinas más influyentes del mundo: Noma y Geranium en Copenhague, Atomix en Nueva York, Minibar en Washington, o Azurmendi en Larrabetzu. Ahora, con 40 años, llega a Madrid con un proyecto propio que condensa lo aprendido y lo vivido. La cocina de EMi no se pliega a etiquetas: toma técnicas del norte, ingredientes de proximidad y recuerdos personales para construir una narrativa gastronómica.
A su lado, Miguel Ángel Millán, elegido mejor sumiller del mundo en 2024 según The World’s 50 Best Restaurants, completa la propuesta con una bodega que no busca deslumbrar sino acompañar. Sus maridajes —“Jardín de lirios” y “Un paseo por las nubes”, de 150 y 300 euros respectivamente— apuntan al mismo lugar que los platos: el equilibrio.
Una propuesta radicalmente personal
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En EMi no hay espectáculos escénicos, pero sí una puesta en escena cuidada. El menú arranca con snacks y termina con petit fours, pero lo que hay en medio es más difícil de definir. Aparecen nombres como aebleskiver, takoyaki, gim bugak o stroopwafel, pero ninguno está ahí por capricho. Cada pase parece responder a un momento, una vivencia o un sabor que dejó huella.
La cocina habla varios idiomas, pero suena con voz propia –de hecho, el nombre del restaurante proviene de Emilio, el hermano fallecido de Rubén Hernández. Y aunque el menú cuesta 175 € por persona, no parece planteado como una experiencia de lujo, sino como un relato personal traducido a cocina. La Guía Michelin lo ha entendido así, y lo ha subrayado.
Otros restaurantes reconocidos por la guía en octubre

La actualización más reciente de la Guía Michelin ha incluido también otros tres nombres que, como EMi, consolidan el momento particular que vive la gastronomía madrileña fuera de los grandes focos. En Cornamusa, ubicado en el Palacio de Cibeles, la cocina se articula en torno a lo estacional, con un enfoque contemporáneo que evita el efectismo y busca el equilibrio entre tradición e interpretación. Un restaurante contemplado en nuestro artículos de azoteas en las que comer.
En el barrio de Salamanca, El Patio de Claudio, y en Guadarrama, Ruge, completan una pequeña constelación de nuevas entradas que miran al territorio sin perder ambición.