Santi Vaquero vivió durante muchos años en un barrio que tenía las calles hechas de barro. Su hogar era una casa de apenas 40 metros cuadrados en la que vivía una familia entera y él como invitado, «todos apelotonados», como nos cuenta por teléfono. Fue durante los años de la dictadura (y ya también durante los últimos estertores) en un barrio olvidado por la administración y apaleado por la autoridad. Hablamos de las casas bajas de Palomeras, en Vallecas, esas barriadas que fueron derruidas a principios de los 80 y cuya vida cultural y política era un avispero de ideas, de batallas ideológicas y de puño en alto.
Ahora, una exposición gratuita con las fotografías de Vaquero (esas que realizaba con su Nikon FM) recoge la vida de las casas bajas, las fiestas juveniles, el día a día del barrio… y la llegada de las excavadoras y las bolas de demolición. La exposición, que ya ha pasado por la Quinta del Sordo, por el Ateneo Republicano de Vallecas y el Centro Cultural Paco Rabal de Palomeras Bajas, viaja ahora al Centro Cultural Federico García Lorca de Rivas Vaciamadrid.
Podrás visitarla a partir del martes, 25 de abril, hasta el 18 de mayo en el siguiente horario: de lunes a viernes de 8.00 a 22.00h.
La vida en las casas bajas
Santi Vaquero no era Santi Vaquero en las casas bajas: era «Pedales». Nadie supo por aquel entonces su verdadero nombre. Era la forma de protegerse: «Si a algún compañero o compañera le pillaba la policía, por mucho que esta preguntase, no iban a poder decir mi nombre ¡porque no lo sabían!». Eran tiempos en los que las reuniones de más de tres personas en un bar estaban prohibidas y cualquier conversación entre jóvenes podía ser motivo para acabar en el calabozo.
Vaquero llegó a Madrid desde su pueblo de Toledo (La Puebla de Almoradiel) para trabajar. Mientras hacía cargas y descargas para grandes almacenes en Torrejón (y participaba en alguna que otra protesta), alguien se fijó en él, en su espíritu combativo, y le dijo: «Tú te tienes que venir a las casas bajas y te presento». Así, acabó conviviendo con la familia de este amigo y participando de toda la vida juvenil que se movía en el barrio: «Vallecas se encontraba a mediados de los 70 en un momento incipiente de creación de asociaciones de vecinos, juveniles…».
Cuando le preguntamos por el ambiente que se vivía, entre la tensión de la vigilancia, las redadas y los interrogatorios constantes, contesta: «Yo no me fui a vivir a Madrid; yo me fui a vivir a Vallecas. Vallecas era otra cosa. Además de ese espíritu combativo había solidaridad, empatía, cariño. Lo que tenía uno era de todos. Esos años los recuerdo con mucho cariño y mucho amor». Lo dice de un lugar en el que no había instalaciones salubres, el barro lo anegaba todo y las condiciones de vida eran más bien precarias. Y pese a todo: «Volvería a vivir allí, así te lo digo. La convivencia era algo increíble«.
Pero no es un discurso que romantiza la precariedad del lugar en ese momento. Imposible hacerlo con imágenes como la que continúa estas líneas: «Había mucha movida cultural entre los jóvenes y se generaba un ambiente de contracultura: exposiciones, charlas… esto ayudaba mucho en un momento en el que el caballo cabalgaba fuerte y salvaje«.
Se refiere a la gran epidemia de la heroína, que azotó fuerte en los bajos fondos y a esa generación perdida que desapareció del mapa por su culpa. «En diferentes juntas juveniles nos reuníamos para hablar de ello, venían personas a concienciar, a debatir, a poner de relieve el problema. La droga era una forma fácil de dividir a la gente y para nosotros era importante combatirla. Nos reuníamos en las sacristías de las iglesias y luego, cuando pudimos, en asociaciones como Hijos del Agobio o el Gayo Vallecano».
Los problemas evidentes del barrio se solucionaban desde el barrio, con las herramientas que generaban los propios vecinos y los jóvenes. No había otra manera. «Mi amigo Juanjo decía que Vallecas no tenía cultura pero tenía conciencia. Y qué razón tenía, teníamos cultura de calle, nos defendíamos a muerte y teníamos mucha conciencia de clase porque nadie nos hacía caso, nadie nos ayudaba, nadie se acordaba… Y es una identidad muy propia de Vallecas que sigue existiendo».
Vaquero se refiere a Juanjo García Espartero, uno de los fundadores de Hijos del Agobio. También, impulsor de la Batalla Naval de Vallecas y fundador de la mítica sala Hebe en 1979. Tras su muerte, se le dedicó un parque en Puente de Vallecas. Espartero y Vaquero eran compañerísimos en un momento en el que la amistad era tabla de supervivencia. Vaquero cuenta: «Los curas de Vallecas eran currantes, trabajaban como albañiles ocho horas y luego iban a dar misa… Abrían las puertas de sus sacristías para que nos pudiésemos reunir para preparar acciones». Así ocurrió, por ejemplo, en la sacristía del Centro Pastoral San Carlos Borromeo.
También los cines de verano (como el cine Manchego) funcionaban de espacio de intercambio de ideas: «allí no íbamos a ver películas, no recuerdo ninguna… eran de tiros y de romanos, pero es que íbamos allí para hablar con unos y con otros y poder hablar de nuestras cosas».
Más adelante, cuando se empezaba a abrir España al mundo, lentamente y poco a poco, fue el turno de asociaciones como la mencionada Hijos del Agobio. Allí, personalidades que hoy siguen siendo parte de la conversación política y cultural, hacían aparición para dirigirse a los jóvenes y proponer soluciones. Es el caso de Enrique Jiménez Larrea, Paquita Sauquillo o Juan Margallo, quien creó su propio grupo de teatro en el Gayo Vallecano. Y tantos otros y tantas otras.
Es curioso porque en las pocas semanas que el proyecto lleva en Instagram, se pueden vislumbrar comentarios de personas que identifican a sus abuelas, a sus madres… Estos ex vecinos de las casas bajas, hablan de la mercería del señor Basilio, de la bodega de Benito… ¿todo tenía nombre propio? «Todo era nombre propio, todo era muy personal, de tú a tú. Eso eran las casas bajas. Me hace mucha ilusión y muy feliz que tanta gente se vea o que reconozca a sus familiares en las fotos… será emocionante reencontrarnos en la exposición», comenta.
El fin de las casas bajas; el inicio de la exposición
En el año 1984, Santi Vaquero vivía de nuevo en su pueblo toledano. Recibió una llamada de Juanjo: «Pedales, haz el favor de venirte a Vallecas, que van a tirar ya las casas y tienes que hacer fotos aquí”. Sin dudarlo, cogió un tren y pasó la noche, una última noche, en las casas bajas. Hicieron un boquete en la pared, para ver la televisión desde fuera, desde la calle, «también hicimos una chasca con tablas y pasamos la noche con su madre y sus hermanos. Hay una foto que no creo que vayamos a hacer pública, de la abuela Carmen, apoyada sobre la pared de su casa, con una mirada… Esas fotos duelen».
Pese a todo, Vaquero comenta que las personas mayores del barrio abandonaron las casas bajas con alegría: se iban a un piso con calefacción, comodidades, con varias habitaciones… era la promesa de una vida mejor: «cambiaron el barro por los pasillos de los edificios», dice Vaquero. Los jóvenes no lo llevaban tan bien y gritaban por un engaño, ese engaño de la especulación del territorio que todavía sigue vigente.
Vaquero habla con esta exposición sobre una Vallecas que ya no existe, pero que fue el inicio de todo un movimiento y un espíritu que pertenece solo a este barrio. La exposición continúa ahora su periplo hasta Rivas Vaciamadrid tras su paso por Vallecas, cómo no: «Vallecas sigue batallando. Sigue dando caña. Es innato. De aquellas conciencias, estas luchas», concluye Santi Vaquero.