El mismo día que Juan Molina y Pilar Álvarez se casaron Vitorio, el tío de ella, fue detenido. Era 31 de julio de 1971. Su arresto, motivado por un chivatazo, no duró mucho: la visita de Pilar, que resultó conocer a los jueces por ser clientes de la librería que llevaba el nombre de su pariente –fundador del negocio–, se saldó con su puesta en libertad «porque aquello no tenía ningún sentido», recuerda Juan al otro lado del teléfono sobre su atípico día de boda.
Las acusaciones arrojadas contra Vitorio tenían que ver, precisamente, con su actividad en la librería, ubicada desde los años 50 en un pequeño local a la altura del número 30 de la calle Carlos Arniches: «Había unas novelitas como Memorias de una pulga que decían que era pornográfico. Hoy sería una novela para niños de 10 años, pero hablar de ciertas cosas entonces era casi casi ir al infierno ya no de cabeza, de cuerpo entero», cuenta Molina.
Pero no solo eso: aunque empezó «reuniendo libros espontáneamente», dice Juan, «se arma de valor, da un paso más y empieza a traer libros que por Franco estaban prohibidos, como todo lo de la Generación del 27. Él los traía clandestinamente a España». Se convirtió en un librero muy conocido en Madrid y estuvo al frente del negocio hasta que Juan tomó el relevo en 1982, dándole un giro.
«Él vendía libros nuevos y a mí en ese momento no me gustaba, así que me metí en el mundo del libro viejo y antiguo. El soporte papel tiene un mundo y el libro antiguo más: el olor, los grabados… Contacté con una serie de amigos e iniciamos una andadura que forma Libris, la Asociación de Libreros de Viejo», la misma que organiza la Feria de Otoño del Libro Viejo y Antiguo de Madrid, en Recoletos, de la que Molina es miembro fundador y también ha sido presidente.
Un cargo que ha ocupado hasta el pasado mes de mayo: «Ya decido dejar todo. Por la edad, porque son muchos años, hay que dejarle paso a la gente joven… Y llega el momento de retirarnos. Al no tener hijos no hay posibilidad de una nueva generación. Y hasta este momento, que hemos entregado como vulgarmente se dice la cuchara».
El cierre de Vitorio
La librería echaba el cierre un discreto último domingo de agosto –cierre del que, dicho sea de paso, tuvimos noticia a través de una publicación de Todo Rastro–: «Son muchas contradicciones. Contento porque te has liberao, triste porque has dejado 40 y muchos años en mi caso y mi mujer prácticamente toda su vida… Son momentos amargos porque deja mucha nostalgia, muchos recuerdos… Pero no hay más remedio».
«El mundo del libro o te metes, lo entiendes y lo quieres en profundidad o no va a ninguna parte. Y hay mucha gente que no lo hace, para muestra solo tienes que ver Moyano. Era el referente del libro antiguo y viejo en Madrid, el más bonito que había con El Rastro. Comprar libros como fruta no va a ninguna parte», sostiene Molina.
Entre lo mejor que se lleva de estos años, destaca haber «conocido a mucha gente, desde abuelitos que iban buscando una novela del oeste hasta ministros. Ha sido enriquecedor al 100% y he dejado grandes amigos. No clientes, amigos», recalca. Para Juan la desaparición de librerías como la suya –que se produce al mismo tiempo, por cierto, que la histórica Lagun–, es el reflejo de un mundo de libreros que va desapareciendo, al tiempo que otro nace.
«¿Saben qué va a ser del futuro del local?», le pregunto. «¿El futuro del local? El de todos los locales de Madrid en la zona antigua: un piso turístico», ríe amargamente.