Hay usos y costumbres a los que estamos tan habituados que nos pasan desapercibidos y encajamos dentro de la normalidad –nuestra normalidad–, pero si te paras a pensarlos generan una extrañeza parecida a la que se experimenta cuando se repite tanto una palabra que pierde su significado. Podría ser el caso, por ejemplo, de cada 31 de diciembre, cuando miles de personas se congregan en la puerta del Sol a tomar las uvas o del término del carnaval, momento en que se produce el tradicional entierro de la sardina.
Puesto en crudo –despojado de contexto–, el entierro de la sardina es un acto extrañísimo: un grupo de personas protagoniza un cortejo fúnebre en honor a un pescado al que darán sepultura y ponen fin a su peculiar itinerario con una hoguera. La clave está, entonces, en ese contexto: en el porqué.
La respuesta –en la que se mezcla algo de historia y algo de leyenda transmitida de generación en generación– se remonta nada menos que al siglo XVIII, concretamente a una partida de sardinas que encargó Carlos III en 1768 de cara a la Cuaresma y que llegó a la capital en mal estado.
Según contaba hace unos años a Antiguos Cafés de Madrid Enrique Orsi, el entonces vicepresidente primero de la Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina, en un intento de darle salida el rey se la entregó al pueblo de Madrid, que pasaba una hambruna.
La respuesta de lxs madrileñxs estuvo a la altura del gesto del monarca y, coincidiendo con la celebración del final del carnaval, el pueblo «borracho, con ganas de juerga y con necesidad de meterse con el rey le salieron cantando, bailando y tomándole el pelo«.
La Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina
Precisamente La Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina es la que se ha encargado de mantener viva esta tradición hasta nuestros días, desafiando incluso los tiempos en los que estuvo prohibida su celebración. Y es que llevan por bandera esa alegría a la que hace referencia su nombre y el carácter festivo de la celebración que tan bien plasmó Goya en cuadros como El entierro de la sardina (1814-1816) o El manteo del pelele (1791-1792).
El empeño y voluntad por conservar esta tradición nació en los alrededores del Rastro, como una iniciativa del anticuario Serafín Villén y algunos amigos que la rescataron del olvido –de hecho a día de hoy, la sede de la cofradía está ubicada en lo que fue la tienda de antigüedades de Villén–.
Esa simbólica localización –donde se conservan los distintos féretros con los que ha desfilado la cofradía– es también el lugar del que parte el cortejo fúnebre cada mes de febrero (calle Rodrigo de Guevara, 4).
Ataviados con su típica indumentaria, capa negra y chistera, los cofrades inician un recorrido matinal que les lleva por el Madrid de los Austrias hasta la plaza Mayor. Y como la cofradía está formada exclusivamente por hombres, las mujeres participan en el sepelio como parte de su propia peña: la Alegre Cofradía del Boquerón.
Por la tarde, partiendo de la ermita de San Antonio de la Florida, la Asociación Comparsa de Gigantes y Cabezudos se suma a la fiesta hasta la Fuente de los Pajaritos de la plaza de las Moreras, en la Casa de Campo: según la tradición, ese es el lugar en el que se dio sepultura a la sardina –que en realidad es de madera–. Al finalizar, se prende una hoguera y llega el momento de despedir el carnaval.
El programa del carnaval 2024 en Madrid
El Ayuntamiento de Madrid ya ha dado a conocer el programa del carnaval 2024 y el entierro de la sardina tendrá lugar este 14 de febrero. Además, la cofradía colabora con el colectivo de arte urbano Puppetmindz y Mapeea Cultura para celebrar un desfile de arte urbano integrado en el cortejo fúnebre, y usarán de soporte los estandartes.
También tendrán cabida otras citas ineludibles de esta fiesta como el manteo del pelele, los encuentros de comparsas y chirigotas o el pasacalles de gigantes y cabezudos. La programación completa se puede consultar en esta web.