«Son las doce menos diez, pero solares son las diez menos diez», le dice Juan Manuel Ureña, presidente de la Asociación de Vecinos del Barrio Moscardó, a su compañero Luis. Lo dice mirando la fachada del edificio de la calle Duquesa de Santoña, 8, una de las 17 del barrio Moscardó, en el distrito de Usera, en las que el tiempo aún se puede leer en un reloj de sol. Unos relojes no muy conocidos fuera del barrio que fueron diseñados y plasmados hace cuarenta años por el madrileño Alberto Corazón.
Corazón, fallecido en febrero de 2021, está considerado uno de los padres de la modernización gráfica en España tras la dictadura, y suyos son los diseños de logos y marcas como los de Cercanías, la Biblioteca Nacional, el Teatro de la Zarzuela, la Casa del Libro, la UNED o la ONCE. «Estos relojes parten de un proyecto iniciado en 1982 hasta el 85 y el Ayuntamiento, concretamente la EMV, le encarga el diseño a Alberto Corazón y al matemático Juan José Caurcel, que fue el encargado de la gnomónica», explica Ureña.
El encargo formaba parte de la rehabilitación de 1982 de la –entonces– Colonia Salud y Ahorro, el nombre con el que se bautizó en 1929 a la que fuera la primera colonia de vivienda pública de la capital: la Colonia Moscardó. La idea de los relojes de sol nació como un símbolo: del paso del tiempo, de la vida cotidiana, del barrio. Y por eso Alberto Corazón integró en los relojes el diseño de la colonia, jugando con la misma paleta cromática y adaptándolo al «tetris» de colores de las fachadas.
En ellos hay tanto arte como ciencia: concretamente la de la gnomónica, de la que se encargó Juan José Caurcel. Él fue el responsable de hacer los cálculos para que cada gnomon –la pieza que proyecta su sombra sobre el reloj de sol– marcase con exactitud la hora en los 17 relojes que finalmente se diseñaron, de los 33 que originalmente contemplaba el proyecto.
No obstante –y como dándole la razón a eso que suele decirse de que el tiempo es relativo– hay un margen de error de unos minutos que está consentido en este tipo de relojes, que deben leerse a partir de las 10h de la mañana. Para hacerlo «correctamente» –es decir, para obtener la misma hora que podríamos leer en un reloj de pulsera o en el móvil– hace falta un cálculo más: sumar 1h en el caso de encontrarnos en horario de invierno o 2h si es el de verano.
Dado el deterioro en el que se encontraban, la AAVV del Barrio Moscardó solicitó a la Junta Municipal la puesta en marcha de un plan para su restauración: «Tras valorar las opciones, se vio que la única posibilidad era hacer un convenio a través de una subvención nominativa», cuenta Begoña García, de la Unidad de Participación Ciudadana y Cooperación Público Social de la Junta Municipal del Distrito de Usera.
Rutas guiadas por los relojes de sol de Usera
La Junta concedió finalmente una subvención de 110.000 euros, de la que una parte iba destinada a la rehabilitación en sí, que tendría que ser subcontratada, y otra a la publicidad y la difusión a través de publicaciones y de visitas guiadas para el público general.
De momento están presupuestadas seis rutas –que se anunciarán próximamente y tendrán lugar antes de que acabe el año–: «Se prevé que sean el arranque para asumir el trabajo posterior de difusión de los relojes como un elemento de promoción cultural y social del barrio del Moscardó y del distrito de Usera en general, y que en 2023 se retomen como parte de la oferta cultural del distrito», señala Begoña.
Por otro lado, al encontrarse los relojes en un espacio privado, hubo que recabar el permiso de las 17 comunidades de vecinos para poder intervenir sobre las fachadas. A pesar de que se encontraron con algunas dificultades, Begoña dice que ha sido fácil: «Son comunidades de personas mayores, los andamios dan miedo, algunos temían que se les fuese a cobrar o no sabían muy bien qué esperar, pero cuando empezaron a ver el proceso y que había quedado bien no hubo problema».
Para elegir a la empresa encargada de la restauración la Junta Municipal de Distrito convocó un concurso público: «Se tenían que pedir tres presupuestos y se valoraba que fuera una empresa especializada en este tipo de intervenciones», señala Begoña.
De las empresas que se presentaron al concurso finalmente resultó elegida Titanio Estudio, especializada en el ámbito de la restauración y la conservación –actualmente está a cargo de otros proyectos en la Comunidad de Madrid como los estudios para la restauración de la Puerta de Alcalá y entre sus clientes figuran instituciones como el Museo Nacional del Prado–.
El proceso de restauración
Los trabajos de restauración comenzaron en julio de este año y terminaron a finales del mes de septiembre. Una frase al respecto que repiten tanto desde la asociación de vecinos como desde el estudio es que no se trataba de pintar: «No se pinta, se reintegra: el trabajo fue readherir la pintura al soporte, llevarla de nuevo a su lugar para que no se terminase desprendiendo«, explica Rosa María García, del equipo técnico de Titanio.
«El problema es que tienes que ir limpiando con mucho cuidado, porque la pintura está separada del muro y si presionas demasiado se cae. Primero se inyecta para adherirla y luego ya se va limpiando», añade Elsa Soria, una de las restauradoras al frente del estudio.
«El amarillo se conservaba muy bien. El rosa tenía un problema porque es muy fotosensible y había decolorado, por eso los rayos parecían blancos. Y los blancos de las líneas y los números sí los hemos tenido que rehacer, pero el resto de los colores son los que tenían los relojes en origen», detalla Rosa María García.
El trabajo no solo ha consistido en la recuperación de los colores, sino que también ha habido un importante trabajo matemático: tuvieron que reponer uno de los gnómones –la pieza que proyecta la sombra sobre el reloj de sol–. Para ello recurrieron al presidente de la Asociación de Amigos de los Relojes de Sol (AARS), Luis Vadillo, para que hiciese los cálculos pertinentes, ya que «en el Archivo General de la Administración (AGA) se conservan cálculos generales del proyecto, pero no específicamente de cada reloj», señalan García y Soria.
Todos los pigmentos estaban muy alterados por la radiación ultravioleta, pero además de las causas naturales del deterioro en algunos casos también había que sumar otro factor: el vandalismo. En esos casos restaurar ha sido, en palabras de Elsa, un «suplicio»: «Esas pintadas han deteriorado mucho, ha habido que retirarlas sin alterar el original, y eso no lo puede hacer cualquiera. Tiene que hacerlo un restaurador».
Mientras que en Usera se afanaban en la recuperación de los relojes de sol, durante los meses de verano en otro punto de la ciudad se producía el proceso contrario: los históricos murales que Alberto Corazón plasmó en la plaza de la Puerta Cerrada, en La Latina, amanecían vandalizados y cubiertos de grafitis.
No es lo único que comparten los relojes de sol y los murales de Puerta Cerrada: para poner en valor estas obras como patrimonio cultural y del barrio, las asociaciones vecinales reclaman al Ayuntamiento que las proteja. En el caso de Moscardó, los relojes solares «no están declarados como Bien de Interés Cultural y están en propiedad privada. Si se consigue la declaración de BIC puede que la administración rescate la competencia para mantenerlos, y en mi opinión esto ha sido el punto de arranque para que ese abandono no vuelva a ocurrir», sostiene Begoña García.
De momento, el impacto de la rehabilitación ya se nota en el propio vecindario: «El profesor de Matemáticas y de Física del Instituto Pedro Salinas se ha puesto en contacto con nosotros para un proyecto con los chicos: quiere hacer un reloj de sol en el instituto calculado por él y sus alumnos», cuenta con cierto orgullo Elsa.
«La joya es el barrio»
En esta zona del barrio, en la Colonia Moscardó, el tiempo no solo se lee distinto, sino que también transcurre distinto. Se nota en la tranquilidad de las calles y en el carácter de la gente: «Cuando hemos estado restaurando aquí nos ha llamado mucho la atención lo curioso que es encontrarse con esto en Madrid», comenta Elsa. «Todos se conocen, todos se saludan… Es como un pueblo».
Mientras paseamos por los últimos relojes de la ruta –los más de 10 que embellecen las fachadas y galerías de la colonia en la calle de Gumersindo Azcárate–, Juan Manuel explica que la calle fue frente de la Guerra Civil y que en la verja del número 50, en uno de los barrotes, aún hoy se puede ver la muesca de un impacto de bala.
Al pararnos delante de uno de ellos, Elsa recuerda que durante las obras pusieron un cartel con el eslogan «Estamos restaurando una de las joyas de tu barrio». A lo que Rosa, vecina y miembro de la Asociación, añade: «Bueno, la verdad es que la joya es el barrio, que exista algo así en Madrid».