El geógrafo griego Estrabón dijo que una ardilla podía cruzar España –la península ibérica, realmente– saltando de árbol el árbol. La modernización de esta afirmación ya caduca podría ser la siguiente: el siglo XX y de lo que llevamos del XXI español se puede explicar saltando de rotonda en rotonda.
Cada rotonda esconde una historia: la de Villanueva de la Cañada la oculta bajo el manto de césped que cubre la glorieta. Es un cementerio. No hay nada igual en España y es difícil saber si hay algo igual en el mundo.
A la rotonda-camposanto le pasa como a tantas cosas a las que se les bautiza con un nombre, pero a la que la gente llama de otra manera. Pocos villanovenses sabrán cuál es el Cementerio de Cristo y pocos no sabrán cuál es la rotonda del cementerio (o viceversa).
Madrid es una necrópolis
Cualquier ciudad, casi por definición, es o ha sido un cementerio. Donde hoy se yergue una de las floristerías más conocidas de Madrid –El Ángel del Jardín– antes reposaron los huesos de Lope de Vega.
Villanueva de la Cañada crecía, era principios de los 2000, la expansión urbanística era imparable y la dirección del crecimiento apuntaba en una dirección: el Cementerio de Cristo. La carretera lo rodeó, lo cercó, lo aisló y lo convirtió en un elemento doblemente pionero. Uno es el que lo hace peculiar y el otro es que la rotonda en la que se ubica fue la primera de España en tener un paso de cebra.
El paso de cebra refrenda la doble utilidad del cementerio (que se inauguró en 1933): los villanovenses siguen yendo a visitar las tumbas de sus seres queridos.
Un dato en referencia a la otra utilidad –la de servir como lugar para el descanso eterno–: el cementerio no acoge a nadie desde 2002. Y el Ayuntamiento podría exhumar los cuerpos que aquí yacen, pero es algo que se piensa como en un objetivo a largo plazo. En un reportaje de El País , Miguel Ezquiaga dice que la intención es “desmantelar las 119 tumbas –algunas de ellas centenarias– y 14 nichos que aún cerca el tráfico rodado”.
Las cosas por su nombre
En reportajes televisivos antiguos y recientes, los periodistas preguntan a los vecinos: la gente lo asume y lo vive con naturalidad: hay un cementerio en una rotonda, ¿y qué pasa? Lo raro es que no lo tengan más ciudades.
Nieves Concostrina es periodista, está especializada en cuestiones mortuorias y escribió hace unos años una columna sobre la mojigatería y la dificultad de llamar a las cosas por su nombre cuando se trata de algo tan solemne como la muerte. Cita la placa que conmemora el entierro de Larra y critica su ambigüedad: “en estos lugares el poeta José Zorrilla se dio a conocer en la despedida de Larra”.
Y añade después: “¿Y qué es eso de “la despedida de Larra”? Entierro. Se dice entierro. Pero, claro, si previamente no has dicho que eso era un cementerio, qué necesidad hay de estropearlo todo diciendo que ahí enterraron a alguien”.