Es inevitable: lo que a ojos de los locales pasa desapercibido por cercanía, proximidad, costumbre o rutina despierta la curiosidad de quienes habitualmente viven ajenos a ello, y en eso la gastronomía está llena de ejemplos. Ese interés se puede rastrear en artículos como el que publicó la periodista Felicity Hughes en The Guardian, en el que consideraba el Mercado de Tirso de Molina como uno de los mejores de Madrid, y también en el artículo en forma de oda que acaba de publicar la periodista Pamela Druckerman sobre el churro, el «snack favorito de los madrileños», en el Financial Times.
Una masa frita en aceite y hecha a base de harina, agua y sal es, pese a su sencillez, el objeto de admiración de Druckerman. La periodista lleva un año viviendo en la capital y el motivo que le ha llevado a dedicarle unas líneas a esta elaboración tan tradicional es porque, parafraseando a la periodista, son parte de Madrid de la misma forma en que los bagels lo son de Nueva York o los croissants de París.
Sin embargo, no pasa por alto el detalle de que los churros no gozan de mucho prestigio y que, por lo general, los locales los damos por sentado: un madrileño se los describió como «banales pero queridos». Además de hacer un breve repaso histórico por los orígenes del churro y de descubrir el calado de esta elaboración en el léxico (en la expresión «como churros»), Druckerman hace una ruta recomendando algunas churrerías de Madrid. Y en esa lista, por cierto, se encuentran algunas de las diez churrerías imprescindibles de Madrid.
El artículo se enmarca dentro de FT Globetrotter, una guía sobre algunas ciudades del mundo en la que sus expertos ofrecen consejos sobre gastronomía, deporte, arte o cultura. Madrid es una de esas ciudades y dentro de esa guía está incluido el texto del periodista Simon Kuper acerca de la plaza de Olavide, en el que la definía como «el sueño europeo».