El corazón de Chamberí o el hígado. Las maneras de referirse a ella son múltiples, pero la realidad a la que hacen alusión es solo una: la plaza de Olavide, el punto más conocido del madrileño barrio de Trafalgar. En ambos casos se la compara, curiosamente, con un órgano, con algo que forma parte de algo vivo. Porque qué es sino una ciudad más que un organismo vivo: que crece, cambia e incluso tiene su propio pulso.
Ángel Alda (Madrid, 1951) nació en el barrio de Prosperidad, pero lleva más de 40 años viviendo en la plaza de Olavide. Desde su ventana no solo se ha asomado a todos los cambios que ha experimentado este espacio durante ese tiempo, sino que también ha escrito –y mucho– sobre él en el blog La plaza de Olavide.
Aunque ya no está activo, constituye un documento que, sin voluntad de ser académico, recoge una parte importante de la historia del lugar: «Me gusta estudiar los temas de mi barrio, esto al final es como un pueblo. Hablo mucho con la gente, me gusta hurgar en historias, buscar documentación, identificar fuentes, hablar con testigos de hechos y acontecimientos…».
El Mercado de Olavide: «una plaza dentro de la plaza»
Uno de los acontecimientos que más ha marcado la historia de la plaza se hace visible, paradójicamente, en una ausencia: la del Mercado de Olavide, una de esas construcciones que engrosa la lista de arquitecturas desaparecidas de Madrid.
Los orígenes de este mercado municipal se remontan a mediados del siglo XIX, con la aparición de diversos puestos en la calle que abastecían a los vecinos y vecinas. Con el tiempo, y para mejorar las condiciones de salubridad, se optó por construir un recinto cerrado que se conocería como el (ahora antiguo) Mercado de la Cebada.
En 1934, durante la II República, ese recinto se derribó para sustituirlo, ahora sí, por el Mercado de Olavide. Del proyecto se encargó el arquitecto Francisco Javier Ferrero Llusiá, quien aprovechó parte del armazón del antiguo mercado para diseñar la nueva edificación, que se levantó entre 1934 y 1935 en hierro y hormigón.
Ángel lo conoció y lo recuerda de la siguiente manera: «El mercado era como una especie de plaza dentro de la plaza. Era octogonal, un edificio concebido bajo la filosofía de la arquitectura racional madrileña de los años 30. Muy moderno, muy radical para su época. Cuando lo derribaron todavía tenía un enorme carisma arquitectónico«.
Una demolición polémica
«La fecha final de la voladura se comunica a los vecinos con menos de 48 horas de anticipación y la única instrucción que reciben es la de cerrar puertas y ventanas desde las siete de la mañana hasta las dos de la tarde […]. A las dos menos diez tiene lugar por fin la voladura. Una inmensa masa de humo y de cenizas se levanta por encima de la plaza.»
Los hechos que Ángel reconstruye en su blog a través de testimonios de vecinos e informaciones de hemeroteca corresponden al 2 de noviembre de 1974, el día que se llevó a cabo la polémica demolición del Mercado de Olavide en un clima de desacuerdo entre las distintas partes afectadas.
Por su parte, el Ayuntamiento decidió demoler el mercado con la intención de construir un aparcamiento subterráneo y una plaza ajardinada. Paralelamente, comerciantes y vecinos manifestaron su disconformidad e incluso el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM) se opuso radicalmente a la demolición, defendiendo el gran valor arquitectónico de la construcción.
En ese contexto se dinamitó el mercado mediante el procedimiento conocido como «voladura controlada». El sistema, según recoge un vídeo del archivo histórico del NODO de octubre de 1977 –en el que aparecían imágenes hasta ese momento inéditas de la operación–, «falló en varios puntos y algunos edificios colindantes sufrieron las consecuencias».
Tres años después de la voladura, tras haber retirado los escombros y haber llevado a cabo una remodelación del espacio, «ahora en la plaza hay unos jardines y en el subsuelo un aparcamiento», prosigue la narración.
«Hubiera habido solución de haber conservado la traza de aquel edificio y haberlo reconvertido, como se ha hecho posteriormente con el Mercado de San Antón o San Miguel», dice Ángel. «Pero era seguramente demasiado pronto para inventar nuevas cosas y demasiado tarde para arreglar lo que ya estaba un poco caduco«.
La plaza de Olavide en la actualidad
A pesar de los numerosos cambios y transformaciones que ha vivido la plaza, para Ángel ha habido una constante: «siempre ha sido una especie de centro neurálgico de lo que podríamos llamar el barrio de Trafalgar y, por extensión, del barrio de Chamberí«.
Le pregunto, como vecino y testigo de una parte de su historia, cómo definiría la plaza: «Alguien en su día, creo que fue Paco Umbral, la definió como el corazón de Chamberí. Y otro gran escritor, Reig, dijo que era el hígado, por la cosa del mercado. Yo creo que es como un punto de encuentro, aquí por ejemplo se reunieron durante muchísimo tiempo los primeros movimientos del 15M de Chamberí. Creo que la mejor definición es esa: que es una plaza abierta, un punto de encuentro«.
En la actualidad, sin embargo, Olavide ha sido declarada también como zona saturada de terrazas, lo que desdibuja, para los vecinos y vecinas que habitan el barrio, ese «sueño europeo» del que hablaba el periodista Simon Kuper cuando se refería a esta plaza en el Financial Times.
«Para alguien que llega de fuera y tiene una hermosa plaza donde sentarse a tomar algo, que además no conoce mucho Madrid y ve la alegría de la gente, los niños jugando… Ve una especie de disfrute, y es muy atractivo. Pero hay que entender que tiene sus costes para el que vive 24 horas en el barrio«, expone Alda.
Esos costes a los que se refiere tienen que ver con la pérdida de calidad de vida de los vecinos por los ruidos, la suciedad, el gentío y la nocturnidad: «Todo el perímetro que da a las fachadas está ocupado prácticamente en un 80% por mesas de terrazas, se llena de gente… Y sales y las aceras están llenas de motos, patinetes y bicis». Las mediciones del Ayuntamiento sitúan esa cifra de ocupación por encima del 90% en algunos tramos.
Según la nueva Ordenanza de Terrazas, los establecimientos de estas zonas saturadas deberán aplicar medidas para corregir esta situación, pero los vecinos no han visto que ocurra: «Todavía estamos a la espera de que haya algún cambio, que se señale una hora de cierre más propicia o un límite al número de mesas«, señala Ángel.
«Hay momentos muy agradables por las mañanas o entre semana», añade, «pero los fines de semana es horroroso. Hay personas que se van porque ya no aguantan la vida aquí, y somos muchos los que en verano desaparecemos: nos vamos a nuestras casas de la playa o del pueblo. Pero hay quien tiene que aguantar pasando calor sin poder abrir las ventanas porque o te mueres de calor o te mueres de ruido«.