El Madrid de los Austrias es uno de los tesoros más preciados de la capital. Sus calles dan testimonio de lo que un día fue la ciudad: escenario de las idas y venidas de la corona, de las tensiones reales y las angustias de la corte. Si prestamos atención a la zona, conformada por distintos barrios administrativos del Madrid de hoy en día, encontramos numerosas marcas interesantes. Los nombres de las calles, plazas y monumentos forman un mosaico de las grandes personalidades de la época.
Sin embargo, en este rompecabezas histórico hay una ausencia importante: faltan las Austrias. Las mujeres de la corte, tan implicadas en la vida cultural del reino como los hombres, apenas gozan de reconocimiento. Un paseo por sus calles no solo permite encontrar la presencia femenina en el barrio, sino también disfrutarlo con una mirada más crítica y consciente.
La plaza de la Villa y Margarita de Austria, tía de Carlos V
La vida de Carlos V (1500-1558) estuvo marcada desde el inicio por la de las mujeres que le rodeaban. Desde sus tías, encargadas de su educación, hasta sus hermanas o mujer, a quienes otorgó algunos de los cargos más importantes del reino: todas las Austrias participaron en convertir a Carlos I de España y V de Alemania en el soberano más importante de la cristiandad.
De entre todas ellas, destaca la labor de Margarita de Austria (1480-1530). La vida de Margarita estuvo marcada por la tragedia desde el inicio. Rechazada por el delfín de Francia, con dos matrimonios fallidos a sus espaldas y sin ningún hijo, Margarita dedicó sus últimos años a dos misiones: educar y gobernar. Tras la muerte de Felipe I de Castilla y el encierro en Tordesillas de Juana I de Castilla (a quienes todos tomaban por loca), Margarita se encargó de la educación de sus sobrinos. Entre ellos, Carlos I, que la consideraría el resto de su vida como una madre.
Como política, Margarita se caracterizó por su carácter prudente y diplomático, buscando siempre la solución más favorable para su territorio y evitando confrontaciones. Tuvo un importante papel en la elección de Carlos como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, lidió con insurrecciones, guerras, crisis económicas, el avance del protestantismo… Pero sin duda, su mayor logro llegó con la Paz de las Damas (1529).
Tras años de enfrentamiento entre Francia y España, la Guerra de la Liga de Cognac (1526-1530) terminó gracias a la intervención de dos mujeres: Luisa de Saboya, madre del rey francés Francisco I (que años atrás había estado cautivo en la Torre de los Lujanes, en la madrileña plaza de la Villa), y Margarita de Austria. Ambas firmaron en 1529 la Paz de Cambrais o Paz de las Damas, un tratado que ponía fin al conflicto por tierras italianas que se disputaban ambos países y que había mermado los tesoros de las dos potencias.
El Monasterio de las Descalzas Reales y Juana de Austria, hermana de Felipe II
Como hija de Carlos V y hermana de Felipe II, las responsabilidades reales de Juana de Austria (1535-1573) la llevaron a estar en constante movimiento. Su niñez y juventud transcurrirían por los Reales Sitios de Castilla como Madrid, Alcalá de Henares o Valladolid, hasta que en 1552 fue dada en matrimonio a su primo hermano, el príncipe Juan Manuel de Portugal.
Sin embargo, el enlace de Juana con el hijo mayor del monarca portugués fue breve. La consanguinidad que se estilaba entre las casas de España y Portugal creaba príncipes débiles, por lo que en 1554 fallecería Juan Manuel de Portugal sin llegar a conocer a su hijo, el futuro rey Sebastián I. Una vez madre, los portugueses no necesitaron más de Juana. Su estancia en la corte portuguesa había sido más bien problemática: sus inquietudes intelectuales se interpretaban como altivez. En mayo de 1554, apenas un par de meses después de dar a luz, Juana dejaría Portugal para convertirse en regente de España.
Será en ese país donde desarrolla una amplia vida religiosa. Tras su regreso a Madrid, en 1957, Juana mandaría reconvertir un palacio del centro de la ciudad (en el que ella misma nació) en un un convento para las clarisas descalzas, una orden de monjas de clausura. Se trata del monasterio de las Descalzas Reales, ubicado en pleno centro de Madrid, en la actual plaza de las Descalzas.
Este convento se convertiría en el lugar preferido de la princesa, que tras cumplir sus obligaciones políticas se retiraría a la vida piadosa. Allí permaneció el resto de sus días hasta que en 1573, con apenas 38 años, falleció en el palacio de El Escorial. Su capilla funeraria se encuentra todavía en el monasterio, en el lado del presbiterio en el que acostumbraba a rezar.
Durante los siglos XVI y XVII, este convento destacaría por ser el lugar de refugio de numerosas mujeres de la familia real. Además de Juana, este espacio reunió a figuras tan destacadas como la emperatriz María de Austria y Portugal, su hija sor Margarita de la Cruz, las hijas de Felipe II: las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela o Ana Dorotea de Austria, hija del emperador Rodolfo II. Todas ellas contribuyeron a convertir el monasterio en una de las mayores colecciones de arte y de reliquias del reino.
El Real Monasterio de la Encarnación y Margarita de Austria, esposa de Felipe III
Tras los reinados de Carlos I y Felipe II, los sucesivos reyes que toman la corona, los llamados Austrias menores, serían considerados gobernantes dóciles, influenciables y muy poco aptos. Entre ellos, Felipe III.
Su matrimonio, concertado (por supuesto), se debía realizar con una personalidad fuerte, capaz de defender los intereses del reino. Había cuatro archiduquesas candidatas, pero tras la muerte prematura de una de ellas y la mala salud de las otras, la elegida finalmente fue Margarita de Austria-Estiria. Margarita, nacida en Graz (Austria) en 1584, tenía una buena salud, era hermosa y estaba educada en la cultura y religión católica. Es, a ojos de la época, la candidata perfecta.
Sin embargo, a su llegada a España Margarita de Austria se decepciona al descubrir que su marido, Felipe III, no comparte sus ambiciones políticas. No solo eso, sino que además ha entregado el reino a su ministro y amigo: el duque de Lerma. Este maneja a su antojo la política española mientras mantiene al rey distraído en cotos de caza y extravagantes fiestas.
Ahora bien, Margarita, aunque muy joven, no es tan fácil de embaucar. Temiendo la influencia política de la reina, el duque traslada la capital a Valladolid e intenta alejar a la reina de todas las mujeres poderosas que puedan ser peligrosas, como la emperatriz María de Austria, recluida en el convento de las Descalzas Reales, o Isabel Clara Eugenia, la gobernadora de los Países Bajos. Su relación con ellas, sin embargo, será estrecha, y con su ayuda y la de otras mujeres de la corte Margarita iniciará una lucha abierta contra el régimen de Lerma.
Además de una intensa vida política, Margarita también ordenó numerosas obras religiosas. Entre ellas, la construcción del Monasterio de La Encarnación de Madrid. En 1611, siguiendo el ejemplo de la princesa Juana de Portugal, la reina mandó construir un convento sobre las casas de los marqueses de Pozas, muy cerca del Real Alcázar. Este edificio, dedicado a las monjas agustinas recoletas, está ubicado en la actual plaza de la Encarnación.
Finalmente, y tras dar a luz a su octavo hijo, Margarita cae enferma de gravedad y muere en el palacio de El Escorial con tan solo 26 años.
El Real Alcázar y María Luisa de Orleans, primera esposa de Carlos II
María Luisa de Orleans (1662-1689) fue, muy a su pesar, la primera esposa de Carlos II. Su matrimonio con el “el Hechizado” fue una estrategia política pactada en la Paz de Nimega (1679) y su traslado a la corte española un mero trámite administrativo. Ella, que conocía los rumores de las capacidades físicas y mentales del rey de España, llegó a decir que preferiría meterse a monja antes que ser su esposa.
Finalmente, María Luisa llegó a Madrid. Al haber nacido en la corte francesa del rey Luis XIV, su adaptación a España no fue nada fácil. El Real Alcázar de Madrid era un ambiente mucho más sobrio y oscuro que el palacio francés, y el protocolo español mucho más severo. Cabe imaginarse cuál sería la alegría de María Luisa si se hubiera enterado de que cien años después, en la Nochebuena de 1734, el Real Alcázar quedaría destrozado por un incendio. Y más si supiera que este tosco castillo sería reemplazado por otro de clara inspiración francesa, el actual Palacio Real de Madrid.
Por otra parte, la reina tampoco gozaba de la mejor popularidad en la ciudad. A pesar de los múltiples intentos, los problemas de Carlos II impidieron que María Luisa pudiera tener un hijo. La culpa, evidentemente, recayó sobre ella, hasta el punto que hasta se llegó a insinuar que la reina se provocaba a sí misma los abortos. Una popular copla corría por Madrid: “parid, bella flor de lis, que en ocasión tan extraña si parís, parís España, si no parís, a París”.
Finalmente, María Luisa murió inesperadamente. Tras un paseo a caballo por el Buen Retiro, se quejó de fuertes dolores de barriga que la postraron en cama hasta la noche siguiente, cuando finalmente falleció. La siguiente esposa de Carlos II, Mariana de Neoburgo, tampoco sería capaz de darle un hijo, poniendo fin al reinado de los Austria en España.
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*Bibliografía
Este artículo se ha escrito gracias a la información de la Real Academia de la Historia y de Patrimonio Nacional.