
«Entre las muestras de cariño, muy agradecidas por la librera, se repite también un deseo: el de que Pérgamo, después de Pérgamo, siga siendo lo que ha sido durante estos últimos 76 años: una librería.» Con esas palabras de Ana Serrano, hija de Raúl Serrano, su fundador, cerrábamos hace unos meses la noticia de que Pérgamo, la librería más antigua de Madrid, echaba el cierre.
En abril de 2022, solo unos meses después de que Ana y su hermana Lourdes anunciasen que, tras liquidar existencias, se pondría en alquiler la librería familiar en la que crecieron, llegó la tan inusual como esperada noticia en estos casos: Pérgamo reabriría sus puertas y tendría una segunda vida, casi como si nunca se hubiese ido del número 24 de la calle General Oráa.
Y otros cuantos meses después de haberlo anunciado, la histórica librería madrileña ya vuelve a estar abierta al público. «¡Hoy es nuestro primer sábado abierto! Pasen y lean«, anunciaba una publicación el pasado sábado en el perfil de Pérgamo en Twitter.
¡Hoy es nuestro primer sábado abierto! Pasen y lean pic.twitter.com/hosownbLBJ
— Pérgamo (@Pergamo_Lib) September 10, 2022
Jorge F. Hernández es quien cumple ahora con el papel de librero en Pérgamo. Madrid Secreto se puso en contacto con él el pasado mes de abril, y entonces justificaba la reapertura de la librería de la siguiente forma: “Yo soy un gran devorador de libros pero es la primera vez que me voy a poner detrás del mostrador”. La intención es mantener la misma esencia de la librería: “Se trata de que los fantasmas sigan deambulando entre los estantes, que son maravillosos”.

«Cuando Ana me llamó para alquilar el local, me pidieron que hiciera lo posible por encontrar a alguien que continuara con el nombre de Pérgamo y así mantener el legado de su padre. Dicho y hecho», explicaba en un post la inmobiliaria Assyss Inmobiliarias Chamberí, encargada del alquiler de esta histórica librería, que añadía que en su nueva etapa Pérgamo seguiría «manteniendo su esencia y decoración, con su fachada intacta y sus librerías de cerezo.»
La nueva vida a ojos de la antigua propietaria

«La víspera de reyes, con un jaleo tremendo, con la gente despidiéndose y trayéndonos regalos… llegó un señor. No miró nada y directamente me dijo que él estaba interesado en alquilar la librería porque había comprado sus libros aquí desde pequeño y estaba harto de que quitaran las tiendas del barrio», decía hace unos meses Ana Serrano a este medio. Jorge F. Hernández lo explicaba así: “Esa es la epifanía. Que llegaron dos mexicanos, uno inversionista y el otro prosista o lector y que si se puede hay que rescatar todas las librerías posibles en todo el planeta”.
Cuando anunciaron el cierre, dice Ana, «la gente entraba llorando». Los clientes entraban y decían «yo compraba aquí mis libros de pequeño, es que me acuerdo de tu padre que me enseñó a pronunciar la ‘ll’”. En nuestra visita, Ana Serrano contaba anécdotas previas a que se supiera que Pérgamo iba a seguir abierta: “vino un señor muy mayor con su hija y le dijo a su padre, que estaba llorando, que pasara. Le dijo “Esto es un velatorio y a mí no me gustan los velatorios. Que se me muere Pérgamo”.

El hijo pequeño de Ana, recordaba ella entonces, es uno de los mejores cellistas barrocos de Europa, y formó un cuarteto. Como no tenían nombre, le preguntó a su madre por la posibilidad de bautizarlo como Pérgamo. El nombre del cuarteto, después de esto, iba a ser un homenaje casi post mortem a la librería más antigua de Madrid. Ahora, sin embargo, será a penas un guiño. Una referencia a un negocio familiar.
Otras reaperturas que fueron (y una que no pudo ser)

Como decíamos, el cierre de negocios emblemáticos es una noticia que se repite con frecuencia, no así la de que estos locales consiguen tener una segunda vida. Sin embargo, en ocasiones, la excepción ocurre. En Madrid algunas de las reaperturas que han tenido lugar han sido la del Bar Melo’s en Lavapiés –gracias a tres jóvenes del barrio– y, sin salir de la misma zona geográfica, la del centenario Café Barbieri.
En otras el «milagro», por más que se espere, nunca llega a suceder: fue el caso de la Freiduría de Gallinejas de Embajadores, que bajó la persiana para siempre en mayo de 2021 y que ahora, pese a que aún se pueden leer en la madera las huellas de las letras que anunciaban la gallinejera, pertenece a una empresa constructora.