Las últimas plantas de Torres Blancas son el espacio conceptualmente más versátil de todo el edificio. Retrofuturismo, submarinismo, modernidad, brutalismo, decadencia. Hace unos días salía el videoclip de don’t liE, canción del argentino Duki y el canario Quevedo, y la ambientación en un 90% se desarrolla en la citada planta.
Al final del videoclip, la canción suena como por un talkbox o un vocoder y un señor mayor que podría ser Duki (aunque se da un aire a Labordeta) escucha en un futuro vintage la canción que escribió el Duki del pasado. Y lo hace mientras fuma.
Fumar en espacios cerrados es ya un anacronismo y viendo el videoclip, he pensado en los olores que debieron inundar esa planta entre 1971 y 1985 cuando la gente lo conocía como Ruperto de Nola y era el restaurante más alto de Madrid –honor, valga la curiosidad, que ahora ostenta Élkar.
El lujo y Ruperto de Nola
Imaginemos, entonces, que corrían los años 70, Madrid se parecía o era una película de Eloy de la Iglesia y la gente que podía permitirse cenar fuera elegía sitios de postín y elegancia. El restaurante –llamado entonces comedor– era uno de ellos.
La idea de lujo asociada al Ruperto de Nola la refuerza Víctor de la Serna en un artículo escrito para El Mundo hablando de la cocina española previa a Ferrán Adrià. Dice: “Pocos recordarán el airoso Ruperto de Nola, en el último piso de Torres Blancas de la avenida de América”.
De la Serna habla en referencia a restaurantes de lujo que jugaban en la liga de otros espacios gastronómicos supervivientes al paso del tiempo como pueden ser Zalacaín o Horcher.
También otro artículo de El Mundo habla de la recepción de la estrella Michelin: «en 1974, el vasco Arzak y los madrileños Zalacaín, Jockey, Club 31, Horcher, El Escuadrón, Balthasar, O’Pazo, Ruperto de Nola y El Bodegón se convertían en los primeros restaurantes con estrella de la era moderna de la Guía Michelin«.
Quién o qué era Ruperto
Madrid gastronómico años 70 con estrella Michelin , Ruperto de Nola en Torres Blancas pic.twitter.com/9UQTmdMmOd
— Grupo Ricardo Sanz (@RicardoSanzChef) December 12, 2014
El restaurante de Torres Blancas tomó el nombre del cocinero del rey Hernando de Nápoles, autor del Libro de guisados, manjares y potajes (Toledo, 1529) y cuya portada se reproducía en la carta. Ese señor era Ruperto de Nola.
La función del restaurante, peculiarmente, era bidireccional (a falta de una palabra mejor): por un lado, tenía capacidad para acoger a más de cien personas que viniesen de fuera.
Y por otro, las casas tenían un sistema de montacargas (muchas casas han eliminado lo que ahora es una barrera funcional ya que su único rol es el decorativo) conectado con el restaurante por si a su merced se le apetecían unos chipirones en su tinta a las nueve de la noche.
Unos chipirones o un lacón con grelos o un consomé de tortuga. La carta del Ruperto era nacional en puridad. Un reportaje de la época publicado en ABC sobre Torres Blancas habla de un restaurante de precios moderados sobre todo “teniendo en cuenta la calidad de los productos”.
De ayer para hoy
La modernidad de Torres Blancas es tan evidente como que hay más de 30.000 páginas en Google en las que se han escrito ambas palabras juntas. Lo que ahora sería una experiencia inmersiva (un restaurante en el edificio de viviendas más famoso de la capital) en su momento fue una apuesta innovadora.
El citado reportaje de ABC dice lo siguiente: “parece un proyecto porvenirista para más allá del año 2000”. El texto es de los años 70 y el espacio referido es esa vigésimo segunda planta. ¿Y ahora? Ahora vive preso de la decadencia a la espera de que se haga algo con ese espacio.
Sobre ese algo escribió Analía Plaza hace algunos años y la situación no ha cambiado en exceso: “Esta jugosa planta, la más cercana a la piscina de la azotea, está a la venta por tres millones de euros y ha recibido ofertas de promotores que la quieren para convertirla en apartamentos turísticos. Pero la comunidad de propietarios, conocida por ser especialmente celosa de su edificio, se ha negado en rotundo”.
El cambio, quizás, puede dibujar a Torres Blancas como epítome (de alguna manera) de un aspecto de Madrid. Los rodajes se multiplican por la ciudad y desde que grabara Jim Jarmusch en el edificio de Sáenz de Oiza han grabado aquí C. Tangana, la serie de Cristo rey o el citado videoclip de Duki y Quevedo.