Dice la urbanista Jane Jacobs en Muerte y vida de las grandes ciudades que “las ciudades son un inmenso laboratorio de ensayo y error, fracaso y éxito, para la construcción y el diseño urbano”. De la frase de Jacobs se cree entender que el éxito tiene continuidad y el fracaso no prospera. Nada más cerca de la ficción.
Hay pocos edificios en Madrid que hayan generado más literatura positiva que La Casa de las Flores –al hablarlo con Luis Moya, catedrático emérito ETSAM-UPM, advierte: “pero ya se ha escrito mucho de ese edificio”. Y hay, también, pocos edificios que repliquen el modelo que puso en marcha el arquitecto bilbaíno Secundino Zuazo, autor de la construcción y también de la colonia de San Cristóbal.
El modelo, por definirlo brevemente, es uno que propone viviendas racionales. A Zuazo se le define muchas veces como un arquitecto éticamente responsable y La Casa de las Flores, construida como vivienda social, aportaba soluciones a todos los problemas de la vivienda del primer tercio del siglo XX: 288 viviendas, todas son todas exteriores, bien iluminadas, con buena ventilación y cuentan con una especie de patio privativo pensado para la vida en comunidad.
¿Cómo es La Casa de las Flores?
Lo cierto es que la palabra edificio no es lo suficientemente precisa para definir la construcción. La Casa de las Flores ocupa toda una manzana (Hilarión Eslava, Rodríguez San Pedro, Gaztambide y Meléndez Valdés) o conjunto urbano. Y al afirmar que se vive en ella sería necesario precisar con exactitud a qué calle da tu salón o tus habitaciones –el baño y las cocinas daban originalmente al interior.
La planta aérea define mejor la construcción, pero es necesario aproximarse a ella con palabras. Se trata de dos bloques paralelos separados por una calle central, primero pública y ahora de acceso privado. Luis Moya elogia casi cada aspecto: “es impresionante y preciosa”, “cada casa es una maravilla”. La percepción positiva no es exclusiva de la academia. En un reportaje de Telemadrid en el que podemos ver por dentro una de las casas, una vecina dice que “es una casa muy sensata, muy bien pensada”.
La fachada de La Casa de las Flores
Acabo de descubrir que existe este edificio en Madrid y estoy fascinado.
La Casa de las Flores, Madrid, 1931. Diseñada por Secundino Zuazo. pic.twitter.com/5sjcurR4ao
— Oscar García-Fraile (@ogarciafraile) November 26, 2020
“Me hice una casa de papel y no te hablo de Netflix, hermano” canta el rapero sevillano Tote King en el cypher que tiene con Foyone y amigos. Es curioso lo milimétricamente bien que funciona el chiste si cambiamos apenas una palabra y le atribuimos la frase al arquitecto Secundino Zuazo: “Me hice la casa de las flores y no te hablo de Netflix, hermano”.
El egotrip de esta frase apócrifa bien tendría sentido desde la fachada y si Zuazo hubiera vivido, por ejemplo, para ver cómo en 1981 se consideraba el edificio Bien de Interés Cultural. Uno de los motivos puede ser el apego a la tradición constructiva de Madrid: la que remite al ladrillo.
Zuazo interpreta que la fachada tiene que cumplir un servicio comunitario y por eso le incorpora elementos típicos de la arquitectura madrileña de principios de siglo. El ladrillo, como contamos en este reportaje sobre el neomudéjar en Tetuán, es patrimonio –y metáfora– de la historia constructiva de Madrid.
Neruda y la guerra
Los destrozos fueron enormes en #Madrid durante la Guerra Civil y qué poco se dan a conocer.
Entre Moncloa y Argüelles: la Casa de las Flores en la foto con la arcada inferior; el edificio de Fernando el Católico que ya no existe; otra, sin ubicar (1936, Otto Wünderlich IPCE) pic.twitter.com/ZCxgg6s4EQ— Madrid Antiguo (@MadridAntiguo) March 4, 2022
El poeta chileno Pablo Neruda vivió gran parte de su vida en una especie de erasmus consular constante. La vida le llevó a Madrid con 30 años recién cumplidos y Rafael Alberti, vecino del barrio, le llevó a un edificio de reciente construcción: La Casa de las Flores, claro. En 1934, Pablo Neruda entró a vivir en una casa que se erigió en escenario de tertulias con otros intelectuales de la Generación del 27 como Luis Cernuda o Federico García Lorca.
En el contexto de la Guerra Civil, Neruda se marcha de la casa y en algún momento deja escritas las siguientes líneas al respecto de su estancia en Madrid: “Mi casa era llamada; la casa de las flores; porque por todas partes; estallaban geranios; era una bella casa con perros y chiquillos”.
“La Casa de las Flores estaba en la zona de guerra desde el Cerro Garabitas y la Casa de Campo no paraban de mandar obuses a Madrid y donde daban primero es a la zona de Princesa”, dice Luis Moya. La consecuencia del impacto de los obuses es el destrozo parcial de la parte más icónica de la fachada. Otros textos dicen que la casa sirvió de cárcel.
En algún momento de la guerra, de hecho, Neruda visita en compañía del poeta alicantino Miguel Hernández su antigua casa. Lo cuenta en su autobiografía –Confieso que he vivido– donde dice: “Subimos al quinto piso y abrimos con cierta emoción la puerta […] La metralla había derribado ventanas y trozos de pared […] Era imposible orientarse entre los escombros […] Aquel desorden era una puerta final que se cerraba en mi vida. Le dije a Miguel: –No quiero llevarme nada. –¿Nada? ¿Ni siquiera un libro? –Ni siquiera un libro –le respondí. Y regresamos con el furgón vacío”.
Síntesis de muchas épocas
Cuando un edificio de viviendas –que nadie necesariamente bautiza– recibe un nombre popular y se convierte en nombre oficial es porque el edificio ya es historia del plano de la ciudad. En el caso de La Casa de las Flores ocurre también que es síntesis de más épocas y otras tantas problemáticas.
La casa se construye en el contexto del plan de ampliación de Madrid –Chamberí entonces era extrarradio–. En una zona que Saray Marqués definió en un artículo escrito para El País en 2005 como “la cornisa de Madrid”.
El paso del tiempo lo convierte en casa de algunos de los habitantes más ilustres que ha tenido Madrid en el último siglo: el literato Emilio Carrere o el premio Nobel español Severo Ochoa. Todo, en cualquier caso, para ser lo que el historiador del arte Carlos Sambricio define como “el gran edificio de viviendas que se plantea en Madrid en el siglo XX”.