Si ya os habéis aprendido de memoria los mandamientos de la tortilla de patatas, ahora toca venerar a otra de las grandes. Te ensalzarás en discusiones con tu mejor amigo por defender las de tu abuela y te quedarás sin ñaca ñaca por decirle a tu pareja qué las de tu madre son más grandes y cremosas que las de la suya. Hablo de las croquetas. No hay quien se resista a ellas y como tal, también merecen sus mandamientos:
- No comprarás croquetas congeladas: por muy caseras que te las vendan, no tienen nada que ver con las caseras. Donde esté el tupper de tu madre, que se quiten las demás.
- No dejarás la bechamel líquida: no estamos hablando de tortilla jugosa y con huevo poco cuajado. Al abrir la croqueta ha de verse cremosa.
- Harás la bechamel casera: nada de comprarla ya preparada.
- No te pasarás del doble rebozado: dicen que lo mejor es uno para que no tenga demasiado pan, pero dos no están mal para evitar que la croqueta se deforme. Dos sí, pero ninguno más.
- La freirás en abundante aceite: y ese aceite debe ser aceite de oliva virgen y tiene que estar muy caliente para que se fría con la máxima calidad.
- No dejarás aceitosa la croqueta: para ello te servirás de papel absorbente.
- No las recalentarás en el microondas: antes frías que chiclosas. Parecen comida espacial pasada de fecha.
- Croquetearás todo lo que tengas a tu paso: las de jamón, cocido o bacalao son las más típicas, pero se trata de un alimento que calza prácticamente con todo. ¡¡Arriesgate!! Es casi imposible fallar…
- Te la comerás con las manos: ¿a caso eres de alta alcurnia? (y aunque lo fueras…) comerse una croqueta con cuchillo y tenedor debería estar sancionado. Es para tocarla y disfrutarla con cada uno de tus sentidos.
- Santificarás las croquetas de tu madre por encima de cualquier otras. Si pruebas las de la madre del primo de tu amiga, no admitirás qué te han gustado más que las de tu madre.