No es que metiésemos la pata en un acto social de protocolo, pero os podéis imaginar que en un restaurante llamado Alta Burgersía, no se pasa desapercibido si se provoca una “erección” a un bote de mostaza.
Íbamos con muchas ganas de probar sus hamburguesas ecológicas, nos habían hablado muy bien de ellas. Pero como en el restaurante sabían que éramos blogueras y aún no nos hemos terminado de acostumbrar a eso de ser “conocidas”, estábamos un poco nerviosas.
Así que, allí estábamos, sentadas más rectas que en un colegio de monjas e intentando no dar la nota. Pero ya sabéis que cuando menos queréis que pase algo malo, acaba pasando. Así que cuando pedimos la cena, en vez de quedarme quietecita o hacer fotos para el artículo, me puse a inspeccionar las salsas, en concreto, la de mostaza. En cuanto la abrí, salió disparada (con su correspondiente ruido parecido al de un pedo) por toda la mesa, las sillas y mis manos, que acabaron pareciendo las de un Simpsons. Muy cool. Intenté limpiarlo con dignidad (robando servilletas de las mesas de al lado), pero al minuto apareció el camarero, que nos tranquilizó bastante, porque fue super majo y atento con nosotras. Además, el pobre tuvo que aguantar a los pseudo entendidos en cerveza y hamburguesas que teníamos al lado (crisis de los cuarenta ON).
Después de mi encuentro esporádico con la mostaza, nos trajeron unas samosas vegetarianas con salsa de yogurt y menta (para sentirnos menos gordas antes de la hamburguesa), que estaban muy buenas y nada aceitosas, aunque para mí, la salsa sabía a mojito.
Llegó el momento de las hamburguesas y las elegidas fueron una Alta Burgersía (ternera ecológica, queso de cabra y cebolla caramelizada) y una Campestre (ternera, tomatitos cherry, cebolla crujiente, queso brie y trufa).
La carne estaba muy suave y el pan tostado y crujiente en las dos. Aunque tenemos que decir que nuestra favorita fue la Alta Burgersía: la cebolla no estaba demasiado dulzona y la mezcla de los tres sabores se distinguía muy bien. La otra estaba también buena, pero para nuestro gusto, el brie se comía todos los demás sabores.
Aunque acabamos llenas, no pudimos resistirnos a su tarta de queso (era casera), así que salimos, casi literalmente, rodando.